Fotografías y textos: Carlos Usón
El grafiti y la pintura mural son una reivindicación en sí mismas. Un grito de respeto ante tanta publicidad que nos atosiga por todos lados, cargando de cartelería nuestras ciudades, de logos y neones nuestras calles y de ideología neoliberal nuestros televisores. La pared, o la valla, como formatos expresivos, derriban muros como entes de separación entre lo público y lo privado, entre el yo y el nosotros, entre la alteridad y el egoísmo. El mural hace la ciudad más nuestra, la transforma, nos identifica, roba espacio al capitalismo desbocado, cuestiona, nos cuestiona. Pero también pone en entredicho la finalidad propia del arte al sacarlo de los museos para dignificarlo socializándolo, desmercantilizándolo, acercándolo a la gente humilde, haciéndolo cultura de nuestra cultura.

Pocos murales recogen, como éste, esa doble intencionalidad que las palabras explicitan. Por una parte, desvela el derecho a migrar, por otra, cómo ese derecho derriba muros. Muros de opresión, siempre son de opresión. El escape es un método poderoso para desestabilizar la dominación. El protagonismo que da a los refugiados evidencia un poder, desconocido para sí mismos, un protagonismo que nos resulta sorprendente. Refugiados de la RDA desencadenan la construcción del muro de Berlín. Refugiados de la RDA desencadenan la caída del muro de Berlín. Pero, me quedo, sin duda con: gratitud a los refugiados muertos y sobrevivientes.
Parece que la muerte ha quedado asociada de forma indeleble a su figura en cada momento de la historia. Se nos olvida, sin duda, que todos somos migrantes buscando refugio de nuestras propias adversidades, en la ciudad, en el campo, huyendo de la guerra, del hambre, de la destrucción del planeta… en definitiva, del poder económico y político que determina las coordenadas en las que nos movemos.

La hipocresía política, en no pocas ocasiones, argumenta que racionalizar los procesos migratorios y someterlos a los dictados de los Derechos Humanos generaría un “efecto llamada”. Nada más lejos de la realidad. Lo que hay, de verdad, es un “efecto huida”. Es la explotación de recursos por parte de occidente, que no tiene problema alguno en sustentar la corrupción de gobiernos títeres, lo que deja sin alternativas a los nacionales, los empobrece y les obliga a tratar de construir futuro en otro sitio. El Grito de Munch se refleja en las caras de muchos de ellos que conforman ese tsunami llamado emigración. Un fenómeno social que lejos de ser un hecho coyuntural es, y lo sabemos, el resultado estructural de la desigualdad, la falta de justicia social, la globalización, el colonialismo, un desequilibrado e injusto reparto de la riqueza y hoy, además, el fruto de la destrucción a la que estamos sometiendo a nuestro propio planeta.

Pensar es eso, no aceptar como verdaderas las premisas que el poder establece y que la costumbre deja firmemente asentadas en la credulidad irreflexiva, inconsciente o cómoda de quien las baraja. El mural es una invitación a hacerlo. Una propuesta para poner en duda las certezas que pretenden hacer de la realidad un hecho inalterable. Defiende algo o te enamorarás de cualquier pensamiento.
Hoy es África la que llama a las puertas de Europa, pero desde 1820 a 1920 fueron 60 millones los europeos que huyeron a América. Una cifra a la que habría que sumar otros 60 millones más tras la segunda guerra mundial. Ése es el número clave que debemos retener, 60 millones, la cantidad de inmigrantes que, según el periódico la Vanguardia, necesitaría Europa para seguir viva. Si no es la racionalidad, la justicia o la solidaridad, que sea el egoísmo quien guie los posicionamientos de los que se empeñan en centrar en su rechazo las bases de su populismo.

El problema no está en que no se pueda regularizar la inmigración, está en que queremos seguir manteniendo viva la esclavitud. El Presupuesto de Frontex en 2020 fue de 460 millones de euros. Ese capital hubiera permitido a 95.833 solicitantes de asilo un sueldo de 400 €/mes durante un año. Se estiman en 125.000 las personas que entraron ilegalmente en Europa.
Pero eso no pasa de ser una parte del grueso del león. Europa dedicó al control de fronteras 30.829 millones de euros (el 2’7% del total de su presupuesto) lo que equivale a 6.422.708 sueldos anuales de 400 €/mes. Los migrantes que dirigieron sus pasos hacia Europa ese año fueron de 1.200.000. Sólo con los 6.000 millones que se le entregaron a Turquía se podía haber cubierto ese nivel de ayudas para todos los inmigrantes europeos.

La segunda cara del conflicto se sustenta en la explotación de recursos. Nadie se va de su lugar de origen si existen posibilidades de futuro en él. Las raíces culturales, la familia, las amistades, la seguridad que aporta el conocimiento del medio social, político y ambiental en el que se vive, edifican nuestro ser y simplifican nuestro estar. Occidente necesita unos recursos naturales de los que carece. La ambición empresarial hace el resto. La tierra y el agua que constituyen la base mínima vital de muchas familias es, en no pocas ocasiones, un obstáculo a esa codicia. El colonialismo económico acaba desposeyéndolos de lo poco que necesitan para sobrevivir.

Salen de su zona de confort, donde son alguien, en busca de un hueco en nuestras opulentas sociedades, donde no son nada. El cine, la televisión o las vallas publicitarias, escenifican sin pudor nuestra acomodada existencia. La huida es, muchas veces, el último recurso para los y las valientes, un reto para inconformistas y una legítima aspiración para las y los audaces. Morirse de hambre como esclavos de quienes destrozan su medio natural, es la alternativa para el resto. Es verdad que la solución que espera detrás de la patera (o del avión) es el fruto maduro de la expansión irrefrenable de un neoliberalismo que busca en lo individual soluciones que debieran ser abordadas de forma colectiva. Pero… ¿Dónde quedaron proclamas como aquella de “Proletarios (explotados) del mundo entero uníos”?

Incluso cuando la desesperación deja su impronta en las paredes el problema, éste no se aborda desde un anhelo de justicia universal sino desde una perspectiva localizada, atomizada, como un conflicto sectorial.
Infinidad de ONGs, y de personas dentro de ellas, trabajan en reivindicar unas condiciones justas para los inmigrantes legales e ilegales que cruzan nuestra frontera. Un esfuerzo tan imprescindible como estéril. Un impulso que, en no pocas ocasiones, no consigue trascender los límites de la gestualidad.
