Rafael López
Estoy sentado en una mesa alta al amparo de la sombra, dándole intensas «calás» en secreto a un cigarro amañado. Respiro profundo y hago mía cada «fumá». La plazoleta está vacía, no hay ni un alma; tan solo los locos o los atrapados salen a la calle. Le doy vueltas y vueltas al café pensando, como si las respuestas a tantas preguntas devinieran de mi conjuro mágico pagano.
No hace falta caminar mucho para ver los progresos de la gentrificación interminable por la ciudad -ya saben, ese proceso al cual se somete a las sociedades urbanas del planeta, que consiste en romper los «lazos culturales» y las «relaciones sociales» que resistían a la depredación Neoliberal, mediante la exclusión al extrarradio de la población de la región sustituida por el capital; o sea la expropiación del Centro Histórico al trabajador de clase media y baja-, uno va encontrando hileras de ventanales con el candado seña de identidad de un apartamento Airbnb, decenas de hoteles y restaurantes en los que apenas asisten personas de la región o de regiones vecinas. Además, con la presión despiadada y a los cambios a los que someten nuestras zonas de ocio míticas como la Alameda o los rincones como El Tremendo, el funk club, el bar Jota-con sus señas de identidad sustituidas por una forma homogénea de «salir de fiesta» donde ya no se puede salir con la copa o beber cerveza de pie. La ley moral burguesa señala que sentado es como el hombre se hace, que se levante otro suspiran.
Una ciudad que como el resto de sus parientes se hunde en la pobreza bajo el yugo de la «propiedad individual» que tiene mayor valor que una existencia, encadenado a la esclavitud asalariada que impone el Capital. Todos esos derechos o deberes -para la patronal-, que poco a poco se fueron imponiendo como «contrapoder» de modo que no le quedó más remedio al Capital que el de atender a las exigencias del «pueblo en armas», se funden en un pasado que no existe, pero que es presente.
Las vacaciones son elegidas por la empresa en muchos casos, las horas extra, las nocturnas, la remuneración por un trabajo peligroso de una u otra forma para la vida, están hoy en entredicho, en disputa y el sector financiero limita o para directamente la ejecución de esos derechos, mejor dicho, de ese «pacto» con el Capital.
Al parecer, no se conforman con que seas parte de la cadena de «producción» y «reproducción», en tu pequeño rincón anclado durante largos años, sino hasta agotar el último halito de existencia. Lo vemos en Holanda, donde los jubilados tienen horarios especiales en fábricas y distintos sectores del mercado para que no se les olvide que no son más que un «factor» en la producción, que un medio en la «acumulación de capital». Mercancías que producen más mercancías.
Así como en Francia, en otros países del Occidente Europeo -incluido España- le compran el discurso a fondos de inversiones como Black Rock, en el que entienden que debemos extender la edad de jubilación. Resulta que ya no basta con que les rescatemos cada vez que entran en quiebra, fomentando tensiones, antagonismos, situaciones extremas en las que uno nunca se pensó que sería parte -Guerras Civiles o Mundiales-; ahora quieren que tapemos sus desastres entregándoles nuestra voluntad, nuestra servidumbre voluntaria. Teniendo en cuenta que las pensiones son ya -como se establecen en las realidades concretas de los países «desarrollados»- una estafa, una broma tras más de treinta y tantos años aportando bajo cotización -control de la realización del trabajo y del tiempo de este- enriqueciendo a unos cuantos.
Es digno de una buena película, pero nadie parece tener interés en retratar la verdad de lo que se vive y padece. Me río yo solo desde aquí mirando a la nada que es este desierto. Lástima que quizás este árido destino nos esté esperando a la vuelta de la esquina. Los acuíferos malversados y vacíos, las infraestructuras de las cañerías, la electricidad, etc., están obsoletas y totalmente descuidadas -casos aún de tuberías con plomo, techos de uralita…-, por no hablar de la calidad de ciertos productos de consumo de primera necesidad.
España pasó las Revoluciones Industriales, como las pasó -más bien la pasaron por encima- y las consecuencias aún siguen vigentes. La vivienda está por las nubes, los desahucios normalizados y vemos a las pequeñas empresas que combaten un capitalismo «fagocitándose» en una carrera, que les excede, por universalizar el ser, por determinarlo y limitarlo. Acotar o encadenar el «siendo».
Me pregunto por la indecencia con la que le hablan de dieta mediterránea a personas que llegan a su casa y no pueden encender el horno, el microondas, la batidora y no tienen fuegos de gas; o de igualdad en la educación a personas que no tienen acceso a portátiles o a los que se les obliga a disponer del WIFI antes quizás que otros bienes, a los que estudian oposiciones o carreras a la luz de las velas y apenas pueden pagar sus apuntes o dependen directamente de becas. El conocimiento es libre, dicen algunos, con libros de entre 15 a 30 euros. Las ideas tienen propiedad.
España se quema y me pregunto yo qué será de la tierra mía cuando ardan Sierra Morena, la Sierra de Cazorla y Doñana, el día que el mar vaya tragando ciertas zonas costeras ¿Dejaremos tirados a estos compañeros como a los habitantes de La Palma?
¿Qué será de nuestras gentes cuando nadie quiera venir aquí? Cuando no se pueda vivir aquí.
De entre los inmensos campos de bloques de cemento, de olivos y pinares, de entre las esquinas desgastadas por la precariedad -eufemismo para la pobreza-, de entre las amapolas sale mi pueblo. Un pueblo esclavo que ha sobrevivido de esclavizar al subalterno, de reproducir los roles impuestos por el capital hegemónico como mecanismos de supervivencia. Una tierra que ha visto pasar riquezas y riquezas
provenientes del expolio y el exterminio, que nunca paraban en casa. Un pueblo de agricultoras, ebanistas, panaderos, empleados en la construcción o en fábricas, profesorado, camareras…etc., que no obtienen representación dentro de una política burguesa que solo mira Madrid y aun así muchos barrios son obviados por el «gran ojo». De electricistas, fontaneros, chatarreros, ganaderas y cantaoras…
Aquí abajo no llueve y las ciudades son hornos. La universidad se presta sin esconderse a la reproducción de discursos clasistas, supremacistas y claramente reaccionarios; mientras se financia con dinero público. ¿A dónde va gran parte de los impuestos? Pregúntenselo a los Roca, Florentino, Gil, Aznar, Gil, Pujol y cía, incapaces de hacer un movimiento empresarial sin la ayuda del Estado.
Ampliamos la vista y aparecen golpes e intentos de golpes de Estado en América Latina: tales como en el Perú, Nicaragua, Chile, Argentina, Brasil, El Salvador. Usando las propias instituciones características de la Democracia Burguesa, las mismas que servían, que eran garantes de la «igualdad», «libertad» y demás consignas vaciadas, como la Judicatura, la Policía, los Medios de Comunicación, la Fiscalía y el sector financiero, para criminalizar al trabajador que no toma decisión en cuestiones que le afectan directamente, para subvertir la voluntad del pueblo que participa sin apenas medios y con organización cuanto menos dificultosa. Encontramos el mismo proceso a lo largo y ancho del planeta. España es un buen ejemplo con la famosa «Policía Patriótica», jueces como Manuel García Castejón o «periodistas» como Javier Negre o Ana Rosa Quintana, que han hecho y desecho en este país al tiempo que se apoderaban de la riqueza que produce el trabajador español.
Tenemos la mitad de Europa bajo control fascista de forma oficial y la otra mitad que juega al mismo juego en las sombras. El conflicto en Ucrania con Rusia, en Gaza y Cisjordania con Israel, el de Taiwán, la Francia en pie contra el ascenso de una dictadura fascista y Estados Unidos en tensión interna permanente. Podríamos mencionar casi cientos de conflictos que señalan el proceso histórico en el que se encuentra la sociedad, y que nos enseña la necesidad de construir la Historia, de participar.
Quizás debamos pensar al revés, desde los márgenes, ampliando perspectivas o recuperando y relacionando viejas formas con nuevas formas de lucha.
Cada día que pasa la batalla cultural se vence hacia el lado reaccionario. La participación política es deprimente y ni siquiera en el formato burgués de representación están en brote las pasiones, esperanzas e ilusiones; totalmente desplazadas por la desconfianza, la incredulidad y un nihilismo muy reactivo. La política se remite a una conversación de mesa y para mucha clase media el término política se refiere más a «intereses» ¿No sabemos hablarle al pueblo o dejamos a gran parte de ese «pueblo» fuera del discurso?
El día que no salgan bailarines clásicos por un lado a defender sus derechos, y pianistas y flamencos por otro; que no salgan actores, pintores, por separado sino juntos, que se vean como análogos entre los diferentes sectores de la sociedad. Que dependamos de relaciones de «apoyo mutuo» que emanan de forma natural de todas las esferas, ahí será cuando empecemos a construir el ahora. Hasta que no miremos la verdadera condición del trabajo en este siglo y cómo se encuentra ligado, enfrentado al Capital (de forma antagónica) y sus designios, no sabremos a que nos enfrentamos. Que los acontecimientos globales nos ligan a todos y tendremos que tomar la decisión si vamos de verdad a morir por el mercado.
Si me planteo estas cuestiones, es precisamente debido al fenómeno tan importante que se producirá en España en escasos días; que puede sentar un antes y un después en nuestra sociedad. Participa en tu barrio, en la asociación de vecinos, asiste a alguna charla, a manifestaciones que defienden tus derechos, en charlas y debates donde se discuten como nos relacionamos, como construimos y quienes queremos ser.