Paco Marcellán
Según Naciones Unidas existen 114 millones de refugiados y desplazados en todo el mundo. Cifras que sobrecogen y ante las que no podemos permanecer indiferentes quienes reclamamos paz a los pueblos y guerra a las instituciones y que en estos momentos estamos asistiendo a una escalada bélica que supera en intensidad los conflictos de baja y media intensidad que han acaecido en los últimos 30 años. La brutalidad de los ejércitos y organizaciones armadas se ceba en la población civil, utilizada como escudo humano por los contendientes o sometida a desplazamientos para despejar el terreno de batalla y generar conflictos de carácter humanitario en los que la xenofobia y el racismo conocen un impulso inconmensurable en los teóricos países de acogida. Sin duda alguna, el ascenso de la extrema derecha en Europa es la consecuencia de una combinación del ultranacionalismo y el desprecio al Otro por no ajustarse a unos parámetros identitarios excluyentes y que quieren monopolizar.
Gaza, Cisjordania, Israel…
Los desplazamientos forzosos son una consecuencia del fracaso de las denominadas «políticas de paz y seguridad». Los conflictos brutales constituyen un agente demoledor de cara a los desplazamientos. Las últimas semanas que estamos viviendo son una evidencia devastadora de que el incumplimiento del derecho humanitario internacional, una de las teóricas reglas básicas de la guerra, se ha convertido en una norma y no una excepción, con un crecimiento exponencial de víctimas civiles tanto en los ataques de Hamas a la población civil de Israel como el asesinato de ciudadanos palestinos y la masiva destrucción de infraestructuras consecuencia de la brutal operación militar israelí en Gaza junto con el tratamiento despiadado a los habitantes de la Cisjordania ocupada tanto por parte del ejército como por los colonos implantados en la zona obviando el estado de Israel resoluciones de Naciones Unidas, sistemáticamente ignoradas por sus diferentes gobiernos con el apoyo estadounidense a través de su derecho al veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Dos millones de gazatíes, la mitad de ellos niños y niñas, están en un auténtico «infierno en la tierra». Un alto el fuego humanitario unido a la distribución de ayuda básica a los gazatíes permitiría al menos un cese en la espiral de muerte en la que se encuentran. La propuesta por parte de Naciones Unidas en relación con esta demanda, no solo de las víctimas sino de las gentes que confían aún en los organismos internacionales, sería una muestra de lucha por la paz frente a los discutibles argumentos de autodefensa a los que se acoge el gobierno de Israel.

«Hay que proclamarlo alto y claro: No habrá paz en la región y en el mundo sin una solución justa al conflicto, incluyendo el fin de la ocupación israelí de los territorios reconocidos por Naciones Unidas como integrantes de Palestina»
Cabe esperar que un alto el fuego se convierta en un primer paso en la búsqueda de una solución al «problema palestino». Durante muchos años, la comunidad internacional ha calificado de «elusiva» cualquier vía de solución del conflicto Israel‐Palestina, despreciado y deliberadamente olvidado, rente a otros escenarios. Enfrentados a una reiteración crónica de la violencia, seguida de temporales altos el fuego, se ha omitido poner el foco en la búsqueda de una paz real y efectiva que pueda proporcionar a israelíes y palestinos tanto derechos como reconocimiento y seguridad. Las acciones de los gobiernos israelíes, con políticas xenófobas contra la población árabe del estado de Israel como de Cisjordania y Gaza, han sido el punto de partida. La supervivencia de Israel como estado con identidad judía y el recuerdo del Holocausto como licencia para acciones impunes ante la comunidad internacional son un leitmotiv que paraliza las respuestas por parte de los países del Norte. Hay que proclamarlo alto y claro: No habrá paz en la región y en el mundo sin una solución justa al conflicto, incluyendo el fin de la ocupación israelí de los territorios reconocidos por Naciones Unidas como integrantes de Palestina. La necesidad de superar esta oscura página, pese a las dificultades inherentes, es vital para la credibilidad de Naciones Unidas como organización internacional responsable de mantener un planeta en paz frente a intereses de los gobiernos, independientemente de su signo político.

Mientras que ACNUR no goza de mandato para actuar en los territorios ocupados (labor que realiza UNRWA, que ha sufrido en más de 70 de sus trabajadores los efectos de la violencia del ejército israelí), su presencia en otros países de la región en el ámbito de la protección y asistencia a desplazados puede verse dramáticamente afectada por el riesgo de extensión del conflicto a otros países de Oriente Medio.
Pero también otros conflictos o silenciados o latentes
Pero no hay que olvidar otros conflictos ante los que la comunidad internacional está adoptando una postura inadmisible como pone de manifiesto el llamamiento del Alto Comisario de ACNUR al Secretario General de Naciones Unidas y al Presidente de la Asamblea General. Transcribimos a continuación algunos de esos conflictos.
Recuerda tú y recuérdalo a otras personas que otros conflictos siguen vivos y cuyas consecuencias afectan a sus poblaciones de manera inmediata pero cuya repercusión a nivel global tiene consecuencias tanto a medio como largo plazo.
Sudán, donde hace seis meses los gobiernos y los medios de comunicación pusieron la atención en el hecho de que sus ciudadanos y ciudadanas se encontraban en medio de una guerra no anunciada que ha transformado en cementerios los antaño pacíficos hogares sudaneses. En estos momentos, el mundo permanece en un escandaloso silencio ante la brutalidad y dimensión de una guerra que se traduce en violaciones del derecho internacional humanitario con total impunidad. Las atrocidades cometidas hace veinte años en la región de Darfur se están repitiendo en la actualidad suscitando escasa atención. Como resultado, seis millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares: más de un millón se han desplazado a países de su entorno, incluso más frágiles política y económica‐mente que el propio Sudán, así como a Túnez y Libia como destino final para cruzar el Mediterráneo hacia Italia y otros países europeos en condiciones lamentables y sometidos a mafias sobre las que tanto los países de origen como de recepción no actúan de manera sistemática.
Líbano, país en el que un 25% de su población está formada por refugiados sirios y palestinos, y que está sometido a un colapso económico que refleja los dos conflictos no resueltos que afectan a los países de su entorno.

El Sahel, donde junto a la inestabilidad política extrema, donde surge de nuevo la violencia brutal que ha aterrorizado a la población civil durante años, incrementando el desplazamiento de las gentes a los estados ribereños, que se ven duramente afectados, así como la situación de emergencia climática a la que se enfrentan los países más pobres de dicha región.
La República Democrática del Congo, donde uno de los peores efectos de los conflictos «modernos», la terrible violencia contra las mujeres, es una muestra de su gran amplitud como instrumento bélico para un mundo casi sin capacidad de reacción o indiferente ante los informes que se reciben de manera sistemática en relación con la violación, explotación y asesinatos de mujeres y niños y niñas, como ejemplos de una violencia que expulsa a las gentes de sus casas cotidianamente.
Armenia, donde 100.000 refugiados huyeron precipitadamente de Alto Karabaj en pocos días y que constituye otro ejemplo de conflicto no resuelto con una vigencia de varias décadas.
Centroamérica y la región andina, donde se observa un crecimiento de la criminalidad por parte de las organizaciones mafiosas que dan lugar a desplazamientos de población hacia USA a través de México, migrantes que no solo proceden del continente americano sino también de África y Asia como muestra de la globalidad de los desplazamientos y la desesperación por la supervivencia. Pero no hay que olvidar los contextos como estados fallidos, caso de Haití, o las violencias políticas y crisis socio‐económicas, como en el caso de Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Cuba, entre otros que generan desplazamientos sin control alguno.
Ucrania, donde asistimos a la extrema situación de toda la población civil, incluyendo más de once millones de personas obligadas a abandonar sus hogares tras la invasión rusa, con una especial gravedad en estos momentos ante la proximidad del periodo invernal. Su sufrimiento no debe caer en el olvido y este conflicto debe resolverse con una paz justa para el pueblo ucraniano y un castigo a los responsables de los crímenes de guerra que han sido cometidos por las partes en conflicto.
Los actores humanitarios están siendo requeridos para asistir a más gente y cada vez en más lugares, con perspectivas de trabajo a medio y largo plazo en diversas direcciones (alojamiento, manutención, infraestructuras que faciliten la movilidad…) mientras se dedican pocos esfuerzos por parte de los países, sobre todo del Norte, para apoyar la paz. Los esfuerzos de las organizaciones humanitarias, tanto dependientes de Naciones Unidas como de diversas ONG, siguen siendo inestimables como muestra el trabajo en los países del entorno con los millones de refugiados sirios (olvidados por las emergencias de otros escenarios bélicos) así como el trabajo con el gobierno sirio para crear condiciones seguras y dignas para facilitar el retorno de los refugiados que lo deseen voluntariamente.

Junto a ello, existen otros retos, reflejo de un mundo inestable, como es el caso de países como Myanmar (la limpieza étnica de la población rohingya) y Afganistán (la reciente expulsión de refugiados de este país en Pakistán con plazos temporales inasumibles) en los que la combinación de conflicto, violaciones de derechos humanos y situaciones extremas desde una perspectiva humanitaria exigen una ayuda indispensable para salvar vidas junto con una interacción con las autoridades de facto en un contexto político tenso y, a menudo, peligroso.

A las organizaciones humanitarias se les exige más acción con menos recursos, fundamentalmente económicos. A modo de ejemplo, ACNUR necesita más de seiscientos millones de dólares para abordar sus misiones antes de fin de este año y en la perspectiva de recortes por parte de donantes. Lo mismo ocurre con la UNRWA, el programa mundial de alimentos, UNICEF y el Comité Internacional de la Cruz Roja, en contraste con la carrera armamentística con la que las grandes y medianas potencias del Norte se involucran directa o indirectamente en los diferentes escenarios bélicos.
Como se señala en el citado informe, debido a la escasa unidad de la comunidad internacional, a la negligencia y las discrepancias tácticas de los países dominantes ¿seguirán permitiendo los organismos internacionales y las naciones este rompecabezas.