Las Montañas de Riaño

Diana G.

Existe un lugar en el mundo que para mi es mi locus amoenus, un lugar que precede a los Picos de Europa, Las Montañas de Riaño.

Hay varios valles que componen esta estructura de majestuosa naturaleza, el más conocido es lo que llaman ahora los fiordos leoneses, un nombre de uso turístico que es motivo de debate entre muchos leoneses.

No sé cuántas veces he podido volver ahí y no sé cuántas veces vuelvo allí en mi imaginación cuando la gran capital me azora.

Pico del Mampodre / Foto: Diana G.

La última vez que estuve en mis queridas montañas fue en lo que llaman el pequeño Himalaya, que serían los picos que pertenecen a la Cordillera del Mampodre. Riaño se había vuelto demasiado turístico, es normal porque es muy accesible pero el manto de coches y furgonetas que lo cubría te volvía a meter en el tono de una M30 con poco amor por la naturaleza.

A veces me arrepiento de lo que hacen las redes sociales, a veces pienso que ojalá nunca hubiese subido una foto de Riaño, ojalá nadie supiese dónde está Riaño.

Volver a la montaña significa olvidarse de eso, dejar el móvil, crestear por los picos de las montañas como Peña Hogera, ver flores, distinguir flores, disfrutar del silencio y quedarte horas embobada mirando la montaña. Ver la montaña al amanecer, cuando baja una nube, al medio día, al fondo una vaca corretea, el pastor las recoge, una familia dando un paseo, la montaña al anochecer, las estrellas… ver las estrellas. Siempre pienso que ojalá tuviese la oportunidad de quedarme tres meses, como cuando los grandes filósofos podían ir a las montañas de Suiza, a los Apeninos o a los Alpes Austriacos y así quizás, podría escribir algo, pensar más calmada, avivar la mente.

Descubrí un nuevo turismo de caravana que consiste en ir a un albergue, beber muchas cervezas y después de embriagarse lo suficiente, coger la caravana hasta el próximo albergue a seguir con el mismo plan. Al igual que yo con los prismáticos miraba pajaritos, ellos te miran exhaustos cuando vuelves de una ruta sudada. La familia que lleva el bar de la plaza fue un amor, con la mujer hablamos de lo mucho que nos preocupa el cambio climático, sobre todo por sus hijos. Comentábamos la situación mientras fuera hacía un calor primaveral mucho mayor de lo que suele hacer en esa época, el año anterior por esas mismas fechas todavía quedaba nieve. Me doy cuenta que es, quizás, el único lugar a 50Km a la redonda con comida vegana.

Pueblo de Riaño / Foto: Foto: Diana G.

Cuando era pequeña mi abuelo me contaba que el invierno en Madrid lo marcaban las siete nevadas de La Sierra, ya no nieva lo suficiente ni en Madrid ni en la montaña de León. A una urbanita ecologista ver las motos acuáticas con gasolina o el barco de los fiordos noruegos le puede también dar ansiedad climática que se llama ahora. Pero el tema del embalse de Riaño es un tema que tiene que tratarse con la importancia que se debe. Un sacrificio de unos pocos, para el bien de las empresas de energía eléctrica de otros pocos.

En el embalse de Riaño no se puede ver ni el fantasma de lo que fue, destruyeron cada casa y aunque haya veces que el agua permita en otros lugares ver los antiguos pueblos, el castigo de la lucha leonesa fue no ver ni sus fantasmas. Pero los narcisos amarillos vuelven a crecer cada primavera.

La zona de la Montaña de Riaño y Mampodre vive del trabajo en equipo de las personas que lo habitan, la colaboración que tienen también es algo que hace que lo admire.

Moneda anarquista. Museo etnográfico de Riaño Foto: Diana G.

En el museo etnográfico que construyó el pueblo sin ayuda de ningún organismo público o privado encontré una moneda anarquista. A veces pienso si esa energía comunitaria tiene raíces en la pista que nos da esa moneda.

Hay una zona de escalada en Peña Hoguera, nunca he visto escalar a nadie allí, supongo que estarán todos en La Pedriza o en algún recinto de escalada. Menos mal que casi nadie escala esa enorme pared, las aves como en otros lugares, perderían sus nidos.

El día que subimos a la laguna se llenó en un momento, había una mujer que no paraba de gritar mientras su marido le hacía muchas fotos en diferentes posturas, su hijo pidió que guardase la calma. A pesar de este pequeño detalle se podía guardar silencio mientras admirábamos el Pico del Mediodía, una enorme pared grandiosa que hace que entiendas el porqué del pequeño Himalaya. Al menos no había una procesión como en los accesos a La Pedriza en Madrid, con gente poniendo altavoces con música que asustan a los animales. Cuando ocurren estas cosas pienso que no soportan el silencio porque eso les obliga a escucharse a sí mismos.

Durante la noche, la luna llena iluminaba los picos nevados del Mampodre, el contraste de la negra noche con la nieve haciendo de farola de la luna era otro momento para quedarse embobada de la magia de la montaña. Sirio y Venus también se distinguían perfectamente. Cada noche nos abrigábamos y salíamos a distinguir el enorme manto de estrellas. Esos días aprendí la cantidad de tiempo que se tiene sin redes sociales, casi no lo recordaba, ahora todo está alrededor de ellas.

Montas un proyecto y tiene que tener presencia en redes sociales, tú misma tienes que tener redes sociales, ahora las redes sociales marcan la propia existencia. Pero también aprendí la cantidad de tiempo que disponemos sin tener que trabajar, aquí no existen jornadas abusivas, las horas casi no las marca el reloj, las marca el sol. Lo único de lo que te tienes que preocupar es de poner la chimenea a tiempo.

Traté de buscar todos los megalitos de la zona, los miraba con los prismáticos pensando que los encontraría, buscaba estructuras circulares y es que creo que hay que ser un experto para encontrarlos. Este afán vino de un trabajo que leí de un antropólogo de la zona que había encontrado varios crómlech y megalitos, entonces decía que se los estaba tragando la tierra. Una analogía interesante de todo lo que sabemos y se traga la tierra, la hierba y las raíces de otras plantas lo abrazan hasta que se hacen indistinguibles con otras piedras. El único que queda a plena vista es el menhir de La Uña.

El cuerpo se siente un poco mejor con el aire limpio, los paseos, los horarios del sol y la luna, y entiende que la noche debe ser oscura. En las ciudades ya no hay noches, si se lo contases a alguien de aquí no sé si te creería. En la casa había una televisión, pero nosotros seguíamos petrificados con la montaña, pensábamos que con estos ventanales para qué una tele y pensé que la tele es para muchas personas a las que produce ansiedad la oscuridad. La nada, como el silencio, puede dar miedo.

El olor a leña, por la mañana y a primera hora de la tarde, es un perfume que me recuerda a casa, a la Sierra madrileña.

Ojalá tener un sitio así al que poder regresar siempre.

Flores en Riaño / Foto: Diana G.

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