Destierro

Rafa López Ampliato

Estudiante tardío de Filosofía en la Universidad de Sevilla, nacido en la misma, con 26 años actualmente. Propenso a devorar textos fumando y cuidarse poco. Soy mejor persona que ensayista.

En un abrir y cerrar de ojos, poco más de lo que llevo vivo, Sevilla ha dado el salto a una de esas ciudades típicamente burguesas del S. XXI en el «Norte global» a través de procesos de gentrificación (todavía en activo) brutales, llevados a cabo por el capital castellano hegemónico en este ciclo de acumulación de capital-poder que abre el Neoliberalismo. Con una explotación y expropiación radicales ha convertido a Sevilla, mediante un control exhaustivo por parte de los cuerpos de «seguridad del estado» (con una proporción muy alta con respecto a la población civil), en una ciudad segura, moderna y disponible para hacer de ella la zona de descanso del trabajador élite de los países más ricos. En un sentido bastante parecido al que menciona Mark Fisher, la neoliberización es «un proyecto político para restablecer las condiciones de la acumulación de capital y restaurar el poder a las élites económicas».[1] Lo que se materializa, o al menos aquí con esta forma específica (por supuesto, simplificando mucho), en una liberalización del mercado y una privatización de los servicios públicos. Sus precios, su comodidad y esa mística que desprende la antigua Al-Andalus, la han llevado a sumarse a ese tren de ciudades de visita, pero a través de una precarización total de la vida de este pueblo.

Granada, Córdoba, Huelva, Cádiz…, viven situaciones bastante parecidas, donde el dinero está solo de paso obligando a migrar a otras ciudades en busca de trabajo. En los pueblos (sierra y costa), donde la situación de precariedad es extrema, se llega a niveles de 90% de paro, niéveles de escolarización bajísimos y evidentemente bajo el umbral (occidental) de pobreza en muchos casos. Adaptándose, sin embargo, a los designios de una Europa que mira con recelo a estos mestizos africanos que «despilfarran» dinero y que solo valen pa’ servir cervecita, hacer reír y dar palmas.

Poblaciones donde encontramos los denominados «asentamientos chabolistas» a lo largo y ancho del mapa, desde la zona oriental a la occidental. No son menos que aldeas o barrios que viven con un pie dentro y otro fuera de toda regulación y en total marginalidad, condenados a la exclusión y a vivir en barracones y casas de chapa (teniendo en muchos casos que rehacerlas por los constantes derribos por parte de los Cuerpos de Policía). Cierto es que acogen los resquicios de las formas arcaicas o tradicionales del pueblo gitano, tales como los errantes «canasteros», distintas formas de artesanía, venta ambulante, conservando algunas antiguas relaciones de «apoyo mutuo»… y que también sirven de cobijo a los que huyen de Portugal, o llegan de Hungría, Rumanía, Polonia, Bulgaria, etc. «El Vacie», establecido a las afueras de la zona norte de Sevilla, y a día de hoy demolido y reubicados sus habitantes en distintos puntos de la ciudad, era considerado como el más antiguo de Europa.

Habríamos de mirar pueblos como Sotogrande, Fuengirola, Marbella y Benalmádena o incluso Málaga ciudad, a principios del siglo XX y ver ese desarrollo tan grande y contradictorio. ¿Nos acordamos acaso de Los Caños o de Conil y el Palmar? Algunos dirán que han ganado, que han «avanzado», que se han desarrollado muy rápido en muchos ámbitos, pero la pregunta es: ¿a costa de qué? ¿de olvidarse de los pueblos de la Sierra, de los barrios que viven del «pescaito» frito, los «chapús» o de echar más horas en una fábrica o un almacén que en tu casa? ¿A costa de parecerse más a Bruselas, Londres y París? ¿A costa de una precarización y una explotación de las fiestas propias de las provincias como han hecho en Sevilla y en Cádiz? ¿A costa de hacer del cante un instrumento de embaucar «guiris» y del cantaor un bufón de la clase alta?

Parece mentira que aquel nido de callejuelas insalubre que era la zona céntrica de Sevilla se haya transformado en el magnífico Casco Antiguo de hoy día. Cierto es que, aun habiendo destruido la mayoría de los palacios, corralones, casas-puerta, quitar muchos azulejos (y su gente) que decoraban, daban encanto y «hacían» ciudad, no lo ha perdido del todo. En cierto sentido, a través de una lucha incansable, ha conservado su modo de «ser-en-el-mundo» (que diría Martin Heidegger).

La Alameda es un caso ejemplar, la zona ha pasado de ser, desde una perspectiva sociológica burguesa un barrio conflictivo (criminales, prostitutas, yonkis y gitanos), a una zona que precisamente pareciendo estar en los márgenes del Capital, está totalmente dentro del marco de lo permitido o aceptado. Me explico: encontramos una zona (un espacio) segura para personas que materializan la diferencia en oposición al modo de ser impuesto por el poder: calles que son punto de reunión y encuentro entre homosexuales, personas transgénero, skins, punks, raveros, jipis, canis, raperos, rockeros y aficionados al cante, con sus respectivos locales que no se encuentran disponibles en otras áreas. Pero también hallamos una comisaría, cadenas de hostelería, restaurantes, Air B&B y áticos y más áticos. Cierto es que los kioskos (si es que siguen abiertos) no son lo que fueron y que no queda nada del charco sucio, de los matorrales y del albero, poco más que las dos columnas de Hércules. Pero tampoco queda nada de esos rincones que emanaban la «esencia» de esta Tierra, de donde salieron grupos como Triana, Aires de la Alameda, Pata Negra, Silvio o se reunían cantaores como la Niña los Peines, Manuel Torre, Ramón de Triana o Manolo Caracol ente tantos otros…

Sin embargo, peor es la situación de la zona visitada de Sevilla por excelencia donde hasta los vecinos de una renta media alta (siempre en comparación con los más pobres) tuvieron que migrar a otras zonas del Caso Antiguo, del extrarradio, sus casas de pueblo. El que fuera el barrio judío, Puerta Jerez, Campana, calle Torneo…, zonas donde la expropiación está casi consumada. Los negocios son todos nuevos, poco distinguibles de otros rincones de Europa, repletos de cadenas empresariales y multinacionales. Y el que no cerró, dejó el exterior al modo rancio típico, tópico y reconociblemente andaluz, pero totalmente adaptados a sus clientes extranjeros. Hoteles, tiendas de «souvenirs» inacabables, cafés a precio de paquetes de tabaco…

El capitalismo entendiéndolo como modo de producción y reproducción o como sistema socioeconómico, tiene la capacidad de recodificar las divergencias, de hacerlas suyas. De recoger los flujos y redirigir las pasiones, o, mejor dicho: «Desacraliza toda cultura. Desmantela los códigos (símbolos y sentires) de todas las leyes solo para reinstalarlas ad hoc».[2] Podríamos pararnos un momento a pensar en un ejemplo que lo explica de forma muy explícita, como es el caso del Flamenco (o mejor dicho del «cante gitano»): de cómo tras la persecución de flamencos y gitanos durante la guerra, se inicia un proceso de transformación de este como base de la nueva cultura e identidad española al menos de cara al exterior; aun siendo estas totalmente antagónicas. Lo que había sido un cante protesta, un cante de resistencia, pasa a ser un cante para «guiris». Como señala el profesor Iván Periáñez Bolaño, en su recién publicado libro, el flamenco es un cante «en lucha con las principales formas de opresión que dominan nuestro tiempo»,[3] y, por lo tanto, hemos de pensarlo de forma distinta porque «más que música corresponden a un corpus que presenta sus concepciones, metodologías, aprendizajes, agentes, historias, instituciones, transferencias y formas de validación”.[4] Un cante que se concreta en saberes, prácticas para la auto representación del mundo, o de sus posibilidades y disponibilidades. A través de una banalización, de una apropiación y fragmentación de sus formas, saberes, signos y espacios, es deformado, utilizado y marginalizado en su «propio» territorio. El Flamenco es memoria y el pueblo gitano (Romaní-peninsular) tiene la llave.

Esta forma de proceder, estos fenómenos no se quedan en casos concretos, sino que se aplican de múltiples y distintas maneras, en distintos frentes y con objetivos e intenciones diferentes. Son formas o modos de colonización de una cultura, de una historia, a través de la difusión y repetición del discurso «Fundacional de la Raza española», de una represión brutal durante y después de la Guerra Civil, y la transformación de la ciudad y sus economías. Así vemos del ensanchamiento de las avenidas alrededor del centro (dificultando la unión, la organización o puesta en común a través de levantamientos y protestas), la formación de barrios de clase obrera alrededor de fábricas (con su posterior proceso de deslocalización y cierre) acogiendo personas expropiadas de sus hogares o de rincones en total quiebra, la adhesión de pueblos limítrofes, etc. Las graves inundaciones del famoso barrio de Triana (noviembre de 1961) sirvieron de coartada o excusa para echar a los vecinos de «toa la vida» hacia barrios como el Polígono San Pablo o las Tres Mil Viviendas; siendo este, tal vez, uno de los episodios más graves de la historia reciente.

 La concentración de capital andaluz ha dejado una ciudad que no le encuentra hueco al habitante, pero que despliega una alfombra roja al que le retintinean los bolsillos a cobre y plata cuando camina. Los acelerados cambios desde poco antes de la Guerra Civil nos muestran una Andalucía que pasó del campo a la ciudad casi de un día para otro; y que se niega, sin embargo, a perder esas formas y sentires propios de una población rural maltratada y vejada, arrinconada y obligada a olvidar.

Expropiaciones y presión hacia los arrabales y la periferia de la ciudad, subiendo el nivel de vida y precio de pisos (solo adquiribles por capitales de fuera de Andalucía o de una clase media alta local). Poco a poco los nuevos vecinos van sustituyendo a los que habitaban estas calles los últimos siglos en barrios como la Barzola, San Esteban, Calle Cuna, Tetuán, en la Calle de la Sierpes; con San Julián, el Pumarejo y el Pelicano tratando de ser oposición. Gentes de todo el globo, predominantemente europeos del norte, van adquiriendo el suelo de la ciudad. Lo que provoca que los bares, pubs, restaurantes se renueven y quieran dar un aspecto más homogéneo y «chic» a la altura de la arquitectura burguesa dominante. Renovarse o morir. Además de su contra-relato plasmado en marcas de ropa como África del Norte o grupos como Califato ¾ que materializan el lema del Foyone: «Yo no soy europeo».

Así podemos empezar a pensar en las amenazas de cortes de agua incluso en la capital Sevilla (imagínense el resto de pueblos que recorren el Río Grande, donde o llevan ya tiempo con agua cortada o ya la cogían de un pozo «ilegal»), los constantes cortes de luz en la mayoría de las barriadas periféricas de las ciudades. La desatención es total en los pueblos sin acceso a la atención primaria, las largas colas de espera en los hospitales, el cierre de aulas en colegios, institutos, y facultades (como en Córdoba, Granada y Jaén) las facilidades a la Universidad privada que favorecerá aún más el antagonismo de clases en la formación intelectual del obrero u obrera profesional especializada, ya de por sí bastante acentuado en los centros públicos.

La subida de la luz, de los alimentos, de la gasolina y el gasoil, sumado a los precios de alquiler de viviendas, no hablemos ya de su adquisición, dificulta o directamente imposibilita la independencia de los jóvenes. Un futuro oscuro incierto abre una brecha difícilmente salvable en las personas jóvenes trabajadoras y estudiantes, que ven en la transformación del trabajo un agujero negro de posibilidades donde la mejor opción es la seguridad del funcionariado o la suerte de pasar los próximos 35 años en la misma empresa. Las peores opciones son una inestabilidad laboral con saltos no solo de una empresa a otra, si no de un sector a otro, atrapadas en temporadas y con una salario mísero que no incluye el cobro de la nocturnidad, ni horas extras, media jornada, etc.

Muchas personas, las que se lo pueden permitir o son valientes, migran al norte peninsular y europeo donde el mismo trabajo se realiza en condiciones de seguridad e higiene no comparables (al menos ese es el relato) y con un pago que con suerte permite ahorrar. Personas formadas, con dobles grados, másteres y no formados académicamente, comparten espacio con griegas, polacas y albanesas en las cadenas de producción de lo que casi podríamos llamar, «campos de trabajo» que se encuentran por Europa en hoteles y negocios de hostelería.

Otra opción la componen la denominada, por las Sociologías académicas al uso, como «población en riesgo de exclusión social» que habita literalmente los barrios y pueblos más pobres del Estado español. Aquí, la brecha provoca un rechazo radical de la forma trabajo y su potencial transformación. Precisamente por sus condiciones ya mentadas, algunos «elijen» una vida fuera de lo reglado y normado, una vida «fugaz» y arriesgada, buscando el dinero por cauces fuera de lo legal; aceptando la posibilidad de entradas y salidas de prisión constantes…

Además, por si no fuera poco, la situación de desamparo del campo andaluz da para libros de miles de páginas de esos que gustan a los académicos. Los veranos al calor del fuego, que ataca sin piedad Andalucía, denotando el abandono y descuido de los montes, sierras y valles. Doñana, totalmente explotada, vive una situación muy parecida a la que sucede en el Mar Menor (Murcia), puesto que sus aguas son usadas para el riego en la siembra de fresas, sandías, naranjas, tomates, patatas, etc.; y son contaminadas con pesticidas y abonos. Por supuesto, la explotación se produce en unas condiciones terribles para un trabajo ya de por sí duro y mal retribuido, que siempre deja imágenes dantescas fuera de lo que acostumbra el ojo occidental que se traducen en relaciones de esclavitud directa en temporada alta de recogida.

La realidad de una Andalucía que conoce su pasado a trompicones, a saltos, apenas traspasado al formato científico del texto (mero folklore para la academia), transmitido de boca en boca a través del tiempo y grabado o expresado de forma material en su cante, su baile, en sus armonías. Nos llegan restos y fragmentos de lo que fue, saliendo siempre escaldada de la mayoría de los procesos históricos.

Ante esto, solo queda una actitud crítica con la realidad (forzadamente dada) y las posibilidades que en ella se encuentran. Participar de la vida política es imprescindible, solamente haciendo barrio creamos ciudad. Precisamente demostrando otra forma posible de entender y hacer la vida en sociedad totalmente en oposición a los Estados-Nación, fundados en la Violencia, en el Derecho y la Ley del dinero y en la absoluta servitud al Mercado, a la Propiedad Privada, a un poder maldito. Estar dispuesto a aprender, a equivocarse; a demostrar que, formando redes sociales de apoyo, aprendizaje, diálogo y lucha podemos empezar a ejercer contrapoder. La alternativa no es otra que capitalismo demoledor, patriarcal, racial, gore, que no mira atrás y no espera a nadie.


[1] Fisher, Mark, Realismos Capital, Buenos Aires, Caja Negra, 2016.

[2] Fisher, Realismo Capitalista.

[3] Periáñez Bolaño, Iván, Cosmosonoridades: cante-gitano y canción-gyu. Espistemologías del Sentir, Madrid, Akal, 2023.

[4] Periáñez Bolaño, Cosmosonoridades.

4 comentarios en “Destierro

  1. Estimado autor, la realidad es la que es y lo único que importa, como ser humano, es cómo definimos nuestra existencia dentro de ella. Usted anima a participar en política porque es joven y sus heridas aún no dejan cicatrices indelebles, pero llegará un día que no podrá seguir soñando. Llegará un día, en el cual, la puerta de salida de este gran teatro, al que, coloquialmente, llamamos vida, aparece en el horizonte y las luchas del pasado se vuelven meros recuerdos sin significado. Para usted que empieza, dos consejos: Primero, ¡no olvide nunca el doble juego del Poder! y, segundo, ¡tenga siempre presente que el dinero compra muchas voluntades! (me viene a la memoria el grupito de «socio-listos» andaluces que traicionó, en su día, al resto de socialistas, algunos de los cuales se jugaron la vida corriendo delante de los «grises» (para los lectores más jóvenes: ¡no, los grises no eran «aliens»!) )

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