La conciencia social en «Fallen Leaves» de Aki Kaurismaki

Pedro Porte

El cine de Aki Kaurismaki nos habla de personas a las que no se les ha dado una oportunidad dentro de la sociedad capitalista, aunque han deseado integrarse, o su fuerte individualismo las hace “raras” y poco aptas. Mediante planos fijos, combina siempre los momentos más fríos, distantes y crudos, con situaciones o diálogos de una comicidad que, por su evidente voluntad de ridículo, nos hace sonreír y alivia las tensiones sobre la estructura social injusta que vemos en la pantalla. En las abundantes películas sobre el proletariado que ha hecho, fascina ver cómo poco a poco los protagonistas se van hundiendo en la tristeza y todo les va peor a cada momento, pero al final aparece un rayo de luz, de esperanza. La vida que vence a la muerte del alma. El amor que cura, sana y redime los males.

Hay pocos personajes, pocas palabras, pocos ambientes, pero con esta economía de recursos artísticos, consigue expresar ideas con mucha fuerza. Sus películas son comedias trágicas que usan la soledad y la exclusión social para componer un cuadro donde siempre tiene cabida la música. Sea rock and roll, punk, tangos o canciones populares. Donde los bares son centros de vida y conversación (alejados de nuestro barullo latino y dicharachero, pues transcurren en Finlandia, donde el cruce de cuatro palabras ya es una charla).

Presentan un paisaje de trabajos precarios y gente casi pobre que suele beber alcohol en abundancia. También aparecen los temas del mundo actual. En la estupenda «Le Havre» por ejemplo la inmigración en Europa o en «El otro lado de la esperanza» los refugiados sirios. Hay una palabra que está siempre presente aunque no se diga: «SOLIDARIDAD». En las películas de este gran director nunca falta la ayuda a los desesperados, a los que lo han perdido todo y de pronto encuentran un alma que se conmueve y colabora. Quien coopera no suele tener muchos más medios que quien los necesita, pero la actitud solidaria es fundamental en este discurso cinematográfico.                                         

Su última película «Kuolleet Lehdet», conocida en España como «Fallen Leaves», y en Latinoamérica como«Hojas de otoño», ha estado nominada a 49 premios, repartidos entre el título, el director y sus protagonistas, de los que ha ganado 8. Es la historia de amor entre la reponedora de supermercado Ansa, que cuenta con pocos recursos y el obrero alcohólico Holappa. Seres que sobreviven en los bordes del sistema más alejados de la riqueza. Envejecidos psicológicamente de forma prematura por trabajos insanos, mal pagados, desagradables y sin alicientes, están desencantados y solos. Aunque aún son jóvenes no esperan ya casi nada y viven en lo que parece un otoño eterno. Pero una noche se encuentran de manera fortuita en un bar, se miran, se gustan. Así comenzará su relación, mientras vamos viendo lo difícil que resulta la vida en los márgenes.

Kaurismaki ha conseguido contar mucho en un cuento simple. Porque mientras se van conociendo y venciendo la parquedad finlandesa, sus vidas están inmersas en anécdotas sobre la realidad cotidiana que deben afrontar y los acompañamos en el camino de la desposesión, causada por el sistema rapaz y explotador. La historia está llena de malentendidos amorosos, que nos suenan de otras películas, él pierde su teléfono y no se han dado los nombres para poder buscarse, etc. Él espera y espera en el último sitio en que estuvieron juntos y cuando cansado se va, ella llega, sin que se vean. Al final ¿habrá encuentro? Sus vidas tan ascéticas, ¿se llenarán de afecto?, ¿tal vez él comience a combatir su alcoholismo para no perder a la mujer que ama? El mismo amor que a ella, desencantada con los hombres, se le despierta por este obrero borrachín, con mirada tan triste como la suya.

El film tiene una ambientación precisa, y gris para los puestos de trabajo de ambos, en ambientes monótonos, oscuros, tristes y silenciosos. Desde supermercados en cadena donde el gerente prefiere tirar la comida caducada con fecha de ayer a la basura, antes de que la aproveche quien la necesita (tarea que cumple con alma de celoso policía un guardia de seguridad que seguramente cobrará un salario mínimo), hasta las empresas metalúrgicas y de soldaduras que trabajan con maquinarias defectuosas poniendo en riesgo la vida de los asalariados, que con contratos temporales son despedidos a la mínima falta.

Esto contrasta con el clima colorido y lleno de música de los bares donde se encuentran los protagonistas y pasan momentos de ocio con sus amigos o donde ella trabaja después. Lugares llenos de clientes y clientas que a veces parecen sacados de una película de Fellini por sus rostros genuinos, con particularidades rayando en lo grotesco, pero conservando una dignidad que impresiona. Estos personajes sin texto, sin diálogos, pero que con su sola presencia se imponen, forman parte del paisaje humano del cine de este director.

Hay silencios que dicen más que las palabras. En esta película hay muchos viajes solitarios en autobús, en tranvía o en trenes de cercanías, donde Ansa se desplaza callada en un tiempo lento, porque está acompañada de su soledad y sus pocas posesiones. Sabe que al llegar a casa solo tendrá una comida recalentada en el microondas y una radio, nada más. La radio es importante pues ambos la escuchan como único entretenimiento ya que no tienen televisor ni internet. Ella en el apartamento pequeño y simple que ha heredado de una tía, Holappa en el contenedor transformado en hogar, que comparte con otros compañeros de trabajo y que le facilita la empresa.  Lo que más se programa son las noticias sobre la guerra de la cercana Ucrania y alguna sobre Siria, ambos escuchan las desalentadoras novedades y es una carga de realidad dura que se agrega a sus vidas y a la de quienes estamos sentados en el cine, aunque por momentos se grite «Odio la guerra» y se cambie de emisora buscando música.

En este film se habla poco, lo que se dice es funcional, directo y las charlas van al meollo, con mensajes claros que todo el mundo entiende.

Él conversa con su amigo en un bar y dialogan:

  • Estoy deprimido.
  • ¿Por qué?
  • Porque bebo mucho.
  • ¿Por qué bebes entonces?
  • Porque estoy deprimido.

En este círculo juguetón se resume bastante bien el tono general.

En uno de sus desencuentros con él, ella está enfadada conversando con una compañera:

  • Todos los hombres salen del mismo molde. Lamentablemente, está roto. Todos son unos cerdos- le dice su amiga.
  • No lo son, los cerdos son inteligentes y comprensivos- contesta ella.

En otro momento Ansa y Holappa van al cine a ver «Los muertos no mueren» del director Jim Jarmusch, título que no es casual en la situación en que ellos se encuentran, con vidas en las que no viven. Pero evidentemente el tema es una elección que ha hecho él, un poco infantil y masculina, aunque al final después de tragarse la violencia de la pantalla ella por cortesía dice que le ha gustado.

A la salida de la sala se produce un gran diálogo cómico entre dos desconocidos que comentan la película sobre zombis:

  • Gran película me recordó a Bresson, «Diario de un cura rural»- dice uno.
  • Estaba pensando en Godard, «Banda aparte»- contesta el otro.

Y nos reímos.

El cine o la música son manifestaciones culturales que llenan un poco el vacío de las vidas de los protagonistas. Holappa lee «Histeria ártica» de Marko Tapio una ambiciosa historia de Finlandia y cuando debe mudarse regala el libro a su amigo: «Es un cuento para niños» le dice.

Al final nos queda la sensación de haber visto la alienación social, contada como en una película muda de Chaplin. No es casual que el perro adoptado por la protagonista sea nombrado así. Termina con los créditos mientras suena la canción de 1945 de la que se ha tomado el título: «Les Feuilles mortes» con música de Joseph Kosma y letra de Jacques Prévert, que luego sería traducida al inglés por Johnny Mercer convirtiéndose en un estándar del jazz «Autumm leaves» muy conocida e interpretada por grandes figuras de la canción en todo el mundo.

«Cuando cae el otoño
las hojas en el parque
brillan con esplendor…».

Al salir del cine nos queda el recuerdo de las luces gélidas de Helsinki y el tono de innegable melancolía, donde un pulso ético y estético nos enfrenta a una delicada bondad. Porque la razón nos habla de explicaciones políticas y de desigualdad, para analizar lo que acabamos de ver, pero también la ternura y lo emocional nos invaden completando el círculo del arte verdadero.

Otros títulos muy interesantes de Kaurismaki:

  • «Sombras en el paraíso» 1986
  • «La chica de la fábrica de cerillas» 1990
  • «Contraté a un asesino a sueldo» 1990
  • «La vida de bohemia» 1992
  • «Nubes pasajeras» 1996
  • «Un hombre sin pasado» 2002
  • «Luces al atardecer» 2006
  • «Le Havre» 2011
  • «El otro lado de la esperanza» 2017

 

 

Un comentario en “La conciencia social en «Fallen Leaves» de Aki Kaurismaki

  1. A tenor del diálogo entre la protagonista y su amiga, la ideología de género también causa estragos en Finlandia. ¡El odio hacia lo masculino es más que evidente! Ojalá, algún día, aquellas mujeres que en España promueven este tipo de violencia hacia los hombres tomen consciencia del profundo daño que están haciendo a las relaciones de pareja.
    Nota: Finlandia, junto con Dinamarca o Suecia, tiene los niveles de violencia de pareja más altos de la Unión Europea, a pesar de ser uno de los países más igualitarios del mundo.

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