Este Muerto, está muy Vivo

Rafa López Ampliato

Nos encontramos en un momento de crisis total de la Civilización, de pulsión extrema; en el que los antagonismos sociales brotan, resquebrajan, agrietan las bases cimentales de la sociedad capitalista. Se abren espacios de disensión, de escucha y lucha (pero también de muerte y distanciamiento). Nuevos discursos emergen, nuevas disputas; otros se vuelven potencialmente posibles, el campo de discusión amplia los márgenes. También los antiguos relatos vuelven con fuerza, con sus formas, medios y su mística ancestral. Banderas centenarias vuelven a salir a la calle, antiguos cánticos de guerra y las camisas oscurecen tanto como el futuro.

Si en el texto[1] (relato) anterior traté desde una perspectiva más particular y concreta (la de unos ojos que no se alejaban de Andalucía) de analizar los cambios, expolios producidos en la comunidad durante los procesos de acumulación de capital-poder del neoliberalismo. En este, sin embargo, trato de hacer una lectura (no absoluta, sino más bien como ejercicio de pensar) de las relaciones que se desprenden o que se despliegan a partir de la concepción del sistema capitalista expresada de forma más o menos definida en el anterior texto, por supuesto ampliándola. Haciendo una lectura social, cultural e histórica (para que puedan explicar mejor los fenómenos sobre Andalucía y enlazarlos con sucesos en España y en el mundo) que permita tomar consciencia del momento histórico que vivimos. Además, mencionaré «trabajos» e investigaciones sobre las que no podré detenerme, pero que son clave en la situación y el replanteamiento del mundo. Haré epojé y asumiré muchos textos y diálogos, luchas, pero debido a su longitud solo aclararé ciertas cosas al hilo de mis preocupaciones.

Bien, en el anterior texto no me quise aventurar a proponer una noción determinada o completa del modo de producción capitalista, pero en este caso me veo forzado a usar alguna como punto de referencia para empezar a pensar. Raúl Sánchez Cedillo, en su libro Esta guerra no termina en Ucrania, propone (simplificando mucho) una lectura híbrida, donde se muestran dialogadas concepciones foucaultianas sobre el poder y el funcionamiento de las instituciones, también de un Karl Marx de los Gundrisse (los borradores del Capital), de  Necropolítica de Achille Mbembe, de Capitalismo Ezquinofrénico de Deleuze y Guattariy Mesetas del último de los dos; evidentemente asumiendo investigaciones de Andreas Malm en Capitalismo fósil, Capitalismo Gore de Sayak Valencia, Enzo Traverso, Paul B. Preciado, Butler, Wallerstein…, entre muchas otras. La elección particular por esta concepción es quizás por ser efectivamente una idea flexible y abierta, clara y útil para interpretar procesos. Además, desde una perspectiva no solo académica si no activamente militante; y, por su puesto, por provenir de una investigación muy profunda, donde muchas contribuciones ayudan a ver ¿Qué coño pasa aquí?

Sánchez Cedillo entiende el capitalismo como «un mecanismo para generar renta y/o ganancia a partir de la explotación y el dominio de la cooperación social y de la simbiosis ecológica (que emplea ecosistemas, fronteras, datos o cuerpos) y un mecanismo que, lejos de aborrecer crisis y trastornos, se sirve de ellos, incluida la guerra, para resolver sus bloqueos, redistribuir poder y riqueza y lanzar nuevos regímenes de acumulación».[2] Es decir, que necesita precisamente de nuestra sumisión total al poder. Necesita o se sirve de nuestra esclavitud a lo dado. Al trabajo, al dinero, a la Ley del Derecho, la propiedad privada y a nuestros privilegios; de la aceptación de las cosas tal y «como vienen».

Si leyeron el texto anterior, recordarán que «arrejunté» los procesos de deslocalización, de explotación energéticos y de ecosistemas (Doñana), transformación de la ciudad y su funcionamiento a todos los niveles (edificios, personas, mercados, costumbres…); que, a pesar de estar en una crisis constante, eterna, avanzaba a través del neoliberalismo a lo que el Capital necesitaba que sea sin cuestionarse cómos y a costa de qué.

Al mirar la crisis energética y por los recursos, el devenir del mercado de sus tres últimas crisis económicas (desde los 70 hasta la crisis COVID) y sus transformaciones constantes buscando nuevas formas de explotación y expansión de nuevos mercados posibles (muy interesantes, por cierto, las interpretaciones de Y. Barufakis sobre el Estado tecno feudal de las que no discutiré aquí, pero recomiendo), muestra un proceso de transformación radical del capitalismo mismo. El abuso de los estados de sitio y excepción (profundamente estudiados por A. Mbembe en Necropolítica) donde el capital colonial «utilizará el poder coactivo para construir patrimonios, arrogarse derechos de autoridad y competencias jurisdiccionales públicas y dotarse de una inmunidad lo suficientemente sólida como para permitir la cristalización, a largo plazo, de dispositivos de servidumbre productiva ,y por tanto, capaces de originar un modelo de capitalismo inédito»[3], muestran precisamente los avances en control, la transformación del trabajo hacia formas de explotación mas radicales y por supuesto la legitimación del régimen de guerra que han aparecido en la post-pandemia.

Esta situación arrastra al Derecho, la ley, las naciones, el Estado a una crisis de legitimidad radical y a una toma de posición junto al gran capital. De hecho, dice Cedillo que la guerra «pone de manifiesto la invalidez analítica de las categorías del Derecho Internacional Público entre sistemas de Estado para resolver los conflictos en las regiones, bloques y élites desde el momento en que se dan dentro del desarrollo político e institucional de un mercado mundial bajo formas coloniales, imperialistas o dominación entre centros, semi-periferias y periferias, en correspondencia con las fases históricas del desarrollo del Mercado Mundial capitalista desde el S.XVII».[4]

La OTAN, la ONU, FMI, la PATRONAL; industrias farmacéuticas, armamentísticas; agencias de inteligencia; grandes bancos (Goldman Sachs, Deutchse Bank, etc.)… van destapando su apariencia, puesto que siempre estuvieron del mismo lado, como parte, brazo, extensión del poder. Como parte clave, como causa sui, en los procesos de extracción de rentas, recursos, energías, y explotación de cuerpos y saberes (en la decisión del morir o el vivir de las personas). Precisamente entiende Mbembe que «la expresión última de la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quien debe morir».[5]

Imagen Antonio Marín Segovia CC BY-NC-ND 2.0

El problema serio es evidentemente, que todas las transformaciones mentadas en el texto anterior suceden en un momento en el que no era posible (al menos en los centros del poder) formas tan radicales de explotación, abuso, control y violencia, precisamente por los desastres de la larga Guerra Mundial y por supuesto porque la «reconstrucción del mundo» y la Revolución científico-tecnológica, estaba por comenzar. Es decir, porque no eran necesarias en ese momento. La relativa estabilidad financiera  ̶ siempre tambaleante ̶  que daban los consensos de posguerra se rompió (o saltó más bien por los aires) con la detonación del Nord Stream II, el conflicto Rusia-Ucrania y con crecimiento exponencial de las formas de terrorismo de Estado (Palestina, Yemen, Líbano…), y por supuesto, la sensación de que esto no ha hecho más que empezar.

Como les gusta a algunos heideggerianos, estamos abiertos a lo indeterminado, a lo desconocido, a lo «azaroso» a la posibilidad más allá de todo pensamiento y análisis. Incluso personas tan denotadamente académicas como Jürgen Habermas (que poco o nada tienen que las acerque a posturas sociales radicalmente críticas con la realidad) entiende el momento que vivimos como Zeitwende o «punto de inflexión histórico». 

Se estudia en la Facultad o en los textos «académicos» a estas últimas etapas del capitalismo o procesos históricos, como los únicos en los que (en los lugares donde se concentra el capital, por supuesto) se ha podido vivir relativamente bien. Es evidente que, desde su torre de cristal, desde la que juzgan y ven, se les olvida mencionar, aludir, referir tantas situaciones que denotaban que no era tan así como ellos decían. La realidad es que precisamente ahora en un momento de crisis total del sistema capitalista donde este necesitará no solo transformar las relaciones de producción y reproducción, si no también reafirmar su poder patriarcal  ̶ el de hacer y deshacer, el de designar espacios, formas, nombres y los hechos ̶  a través de la violencia fundadora del Derecho que diría Walter Benjamin: «la instauración del derecho es sin duda alguna instauración del poder y por tanto, es un acto de manifestación inmediata de violencia. Y siendo la justicia el principio de toda instauración divina de un fin, del poder en cambio es el principio propio de toda mítica instauración del derecho».[6]

Asistimos a esta pugna entre poderes fácticos, entre bloques hegemónicos, entre dos formas del modo de producción capitalista; totalmente antagónicas con la condición de posibilidad de la vida en el planeta Tierra. Se le suma a ello la incapacidad evidente en el constante intento de universalización de la forma trabajo, de la protección total de la propiedad privada, de la explotación colonial imperialista de los países periféricos (donde ni ya en los centros se cumplen las máximas o los supuestos funcionamientos del capitalismo ideal) para la extracción de rentas y ganancias.

Problema muy trabajado desde conceptos como la raza, la etnia, la negritud o la esclavitud y su ferviente ligazón al capitalismo por personas como Stuart Hall, Angela Davis o Cedric J. Robinson, quien llega a afirmar que «la universalidad del capitalismo es menos una realidad histórica que una construcción de ese lenguaje de error».[7] Impotente ante los levantamientos fuertes, con capacidad de transformación y de una puesta en común abrumadoras, lleva a la adopción del Régimen de Guerra como mecanismo, Arma Final en el proceso de mantenimiento de las condiciones de la vida impuestas o su transformación. De hecho, «la guerra no cristaliza por azar. Es continuación de la política por otros medios, no solo en las relaciones entre las potencias, sino como recurso del cerebro colectivo capitalista para desbloquear o remover obstáculos sociales, institucionales y constitucionales; para articular el paso a nuevos regímenes de acumulación de capital-poder, en los que la política y la guerra se vuelven indiscernibles. La guerra es el acontecimiento por antonomasia, la mejor expresión de las potencias del lenguaje de dominio de la incertidumbre, de la diferencia entre el “todavía no” y el “ya no” que separan dos estados de cosas: la vida y la muerte, la victoria y la derrota».[8]

Imagen Daniel Lobo CC BY-NC-ND 2.0

Por ello, sin querer entrar en una ristra de detalles infinitos, mencionar el ataque directo e indirecto a los pueblos de África, los Orientes, Asia y al Sur de América y su correspondiente respuesta. Sus sociedades responden defendiéndose del Imperialismo Colonial que trata de mantener, asegurarse la extracción de conocimientos, cuerpos y riquezas. Ataca a las organizaciones feministas y las divergencias de raza y género; organizaciones sindicales, asociaciones de barrio, etc. El colonialismo imperial vuelve a usar medios, discursos y poderes que antaño fueron claves y ayer estaban fuera de lo posible.  

La pugna por el control del ser (más bien de los seres), estaba ahí implícita dentro de la misma forma de organización y desarrollo de la vida misma. Un proceso de reposicionamiento, de búsqueda de ventajas para una guerra venidera. El trabajo realizado desde la II GM ha contribuido poco a poco a continuar acumulando capital-poder, la profusión de nuevas formas de tecnologías de la muerte y la legitimidad para establecer un control sin parangón. Un poder que hace de la tierra una caldera y de las personas el carbón que la enciende.

Para Salvador Pániker en un prólogo para un libro de Murray Bookchin, «el capitalismo es heredero de la historia, legatario de todas las modalidades represivas de las sociedades jerárquicas del pasado, y la ideología burguesa se compone de los elementos más antiguos de la dominación y del condicionamiento social: elementos tan venerables, y aparentemente tan incuestionables, que a menudo los confundimos con la naturaleza humana».[9] Por lo tanto, arrastra consigo todos los fantasmas sociales e históricos esperando su momento de utilidad. Si recuerdan, comentábamos el planteamiento de Mark Fisher sobre cómo este Leviatán que parece ser el capitalismo, reconvierte, recodifica los flujos, pasiones, códigos, sentires para reinstalarlas a su conveniencia (Fisher, Realismo capitalista); podríamos añadir que también recoge elementos, formas organizativas, máquinas, etc. Quizás siendo más rigurosos o precisos entenderíamos que «la axiomática capitalista ha incorporado la matanza, la hambruna, el genocidio y el ecocidio como variables de shock de acumulación originaria de capital y (…) ha introducido el fascismo como una especie de componente alternativamente latente o activo del capital fijo humano, de nuestros cerebros conectados y explotados en red».[10]

Ya no le basta el lawfare, el acoso a candidatos y militantes, los golpes de estado a través de medios de comunicación, cuerpos de «seguridad» de la elite ciudadana y jueces; sino que las formas se radicalizan. Militantes en otros países empiezan a desaparecer, la idea de «terrorismo» y su devenir «terrorista» se vuelve a vaciar para llenarse de lo que interese en este momento denominar de esta forma; el fascismo vuelve a arroparse con sus camisas oscuras y el poder hace uso de ello. Todos son terroristas, da igual ser del Magreb o de las tierras de la antigua Sumer. 

Lo que quiero decir, es que, en un momento tan contradictorio, antagónico, donde la calificación como «invasión», «resistencia», «guerra mundial» depende más de intereses financieros y estratégicos por parte del capital, que de qué esta se esté produciendo realmente; nadie, absolutamente nadie se va a preocupar por Andalucía, y esto es totalmente aplicable al resto de pueblos del Estado español. Además, es clave comprender que «la expropiación, el empobrecimiento, la alienación y la formación de conciencia y de expresiones de clase (raza y género) se tratarán no como abstracciones o como efectos residuales de un sistema de producción, sino como categorías vivas».[11] Que hay un «siendo» detrás de cada experiencia, consecuencias sentidas de cada fenómeno, de cada proceso, de cada derrota.

La clase alta se arrima y juega sus cartas con el Derecho Internacional desfasado y destapado como farsa, a través de la ley que funda esta legitimidad que da el uso de la fuerza y la violencia, del Estado y Dios que protegen la propiedad privada de la Tierra. Los organismos consenso de posguerra caen como instrumentos y herramientas sociales, mostrando lo que realmente eran desde un principio  ̶ OMS, ONU, OTAN, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional, Patronal…  ̶ , además nuestras formas de lucha, de revuelta, protesta, crítica, a través de sindicatos, organizaciones políticas, asociaciones vecinales; si no están totalmente desfasadas (en el sentido que el poder hegemónico las controla o sabe reaccionar ante ellas), simplemente no son fructíferamente operativas a estas alturas y nuestro deber es transformarlas y buscar nuevas vías. 

No pretendo descubrir a nadie los secretos de un pasado idílico, ni los entresijos del funcionamiento y reparto de funciones en la Tierra. Pero si traer a la luz ciertos temas que me preocupan en sobremanera por lo rápido que se suceden y suman los problemas, por la rapidez en que se transforma la vida y el escaso margen de maniobra. Por tanto, es hora de empezar a hacerse ciertas preguntas como, por ejemplo: ¿Hasta dónde estamos dispuestas a aguantar? ¿No vamos más allá creando nuevas formas de relaciones entre personas, no vamos más allá, y dejamos que nos dicten lo que debemos ser? ¿No vamos a hacer ningún tipo de presión, critica o contrapoder y vamos a dejar «que sea lo que tenga que ser» como si fuera una suerte de inercia inevitable y no una suma de voluntades antagónicas a nosotras? ¿No vamos a pelear por lo poquito que tenemos?  

Mientras nos decidimos, nuestros compañeros y compañeras en Sudamérica, Oriente Medio y Próximo, África ya lo tienen decidido y los que no estaban ya en pie, empiezan a levantarse con formas de asociación y propósitos tan contradictorios como pocos son los medios que tienen. El viento cambia de dirección y no sabemos donde nos llevará hasta que lleguemos. ¿De verdad vamos a permitir que un lugar como el nuestro que produce naranjas, aceite, fresas, uvas, naranjas, quesos, carnes, pescados  ̶ del Atlántico y del Mediterráneo ̶ , que es en sí mismo una frontera o punto de encuentro entre continentes y potencialmente autosuficiente, se vea reducido a un rol en la cadena de producción donde producimos lo que se consume en otros países? ¿Aceptamos la relación de subalternidad, la servidumbre y la maldición de un poder que no nos deja ser? ¿Asumimos que nuestros hermanos y hermanas sean vilipendiados y asesinados en medio mundo? Pensar en qué y cómo queremos ser y queremos vivir la experiencia de la existencia; cuánto estamos dispuestos a dar con un futuro que posiblemente nos haga perderlo todo. 

Desde aquí, la que llamaran los gitanos Serva la Bari  -Sevilla la Bella- con los ojos y el corazón puestos en Tenerife, Barcelona, Valencia, Madrid, Mallorca y por desgracia el largo etcétera de lugares a lo largo del Planeta Tierra donde el ciclo neoliberal se expresa, y deviene de formas concretas, diferentes, a través de fenómenos distintos y parecidos, con sus consecuencias y todas las historias de los que sufren este vivir; todos convergiendo en la materialización y construcción día a día -al más puro estilo performance- de la forma actual -nunca determinada, siempre en proceso de cambio, transformación, ampliación- que adopta o adquiere el sistema capitalista, legitimando así nuestro modo de vida social basado en una esclavitud al dinero cristalizada en la plena normalización de la venta de nuestra fuerza de trabajo  -nuestro tiempo de existencia- una sumisión al poder que siempre está estableciendo y expandiendo o alterando relaciones. 

Quizás sea momento de empezar a tejer redes, a relacionarnos y asociarnos de formas diferentes. De reconstruir una realidad que se desploma ante nuestros impasibles ojos. De ser partícipes de la vida pública, vecinal y de barrio; de compartir nuestros saberes y habilidades; de buscar nuevas formas de molestar como se hacía antaño atacando a los bienes de la gran empresa (rompiendo máquinas, negándose a trabajar…) y los grandes latifundios; debatir con quien ya dábamos perdida la discusión; no conceder tanto, ni callar tanto; crear nuevas formas y canales de comunicación e información. Demostrar que somos adultos, en tanto que podemos llevar a cabo ejercicios de organización, compromisos, responsabilidades tan funcionales como ese títere que es el Estado como representación del Poder. De romper ese respeto a la propiedad privada de los que no respetan o no tienen en cuenta la nuestra, aprender de nuestros errores, asumiendo y analizando nuestras contradicciones.


[1] López Ampliato, Rafael, Destierro, Redes Libertarias, 15 febrero 2024.

[2] Sánchez Cedillo, Raúl, Esta Guerra No Termina En Ucrania, Iruña, Pamplona, Katakrak 2022, p. 157.

[3] Mbembe, Achille, Necropolítica, España, Melusina, 2011, p. 92.

[4] Sánchez Cedillo, Esta Guerra no termina en Ucrania, 2022, p. 59.

[5] Mbembe, Necropolítica, p. 19.

[6] Benjamin, Walter, Crítica de la Violencia, Madrid, Biblioteca SL, 2010, p. 31.

[7] Robinson, Cedric J., Marxismo Negro: La Formación de la Tradición Radical Negra, Madrid, Traficantes de Sueños, 2021, p. 67.

[8] Sánchez Cedillo, Esta Guerra no Termina en Ucrania, p. 29.

[9] Bookchin, Murray, El Anarquismo en la Sociedad de Consumo, Barcelona, Kairós, 1976, p. 21.

[10] Sánchez Cedillo, Esta Guerra no Termina en Ucrania, pp. 73-74.

[11] Robinson, Marxismo Negro, p. 83.

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