La zona de interés

José Luis Terrón

En el principio fue Godard

Godard siempre mantuvo que en “el momento en que no se filmaron los campos de concentración, en ese instante, el cine faltó totalmente a su deber”. Pero siete lustros después del inicio del Holocausto continúa la polémica de cómo han de tratados por el cine, en caso de que deban ser tratados.  Frente a la posición de Godard podemos ejemplificar la opuesta en el cineasta francés, de origen judío, Claude Lanzmann (1925-2018), quien siempre sostuvo que la Shoah no puede ni debe mostrase. No obstante, hemos de aclarar que la posición de Lanzmann hace referencia al cine comercial (por ejemplo, fue muy duro con la película La lista de Schindler Spielberg, 1993–) ya que él mismo durante 11 años estuvo trabajando el que sería Shoah (1985), un documental de nueve horas y media sobre el Holocausto.

Godard en una posición diametralmente opuesta y hablando de los campos de concentración dejó dicho que la única película “a hacer sobre ellos, que nunca ha sido rodada y no lo será jamás porque resulta intolerable, sería filmar un campo desde el punto de vista de los torturadores, con sus problemas cotidianos. […] ¿Cómo evacuar dos toneladas de brazos y piernas en un vagón de tres toneladas? ¿Cómo quemar cien mujeres con gasolina para diez? Sería preciso mostrar también las mecanógrafas haciendo inventario en sus máquinas de escribir. Lo insoportable no estaría en tales escenas, sino por el contrario en su aspecto normal y humano[1]”. Han tenido que pasar más de 50 años para que se estrenara La zona de interés (Jonathan Glazer, 2023).

¿Qué son la zona de interés?

La zona de interés es el nombre que el régimen nazi dio a un área de 40 kilómetros cuadrados situada en Polonia y en la que había campos de concentración e industrias. Es allí donde los alemanes ubicaron el complejo Auschwitz, formado por diversos campos de concentración y exterminio, a la par que por campos de trabajo (entre unos y otros cerca de 50) que, en algunos casos, proporcionaban mano de obra esclava a la IG Farben[2]. Tanto la novela de Martin Amis, La zona de interés (2014), como el film (Glazer, 2023), adaptación libre de la novela homónima de Amis, se desarrollarán en torno al campo de exterminio Auschwitz II-Birkenau.

Cabe señalar que ni la estructura (mucho más compleja en la novela), ni la trama (en la novela la relación amorosa no consumada entre Thomsen, oficial de enlace de las SS,  y la mujer del comandante del campo de exterminio, Paul Doll), ni los personajes centrales (en el libro, Thomsen, Paul Doll y Szmul, sonderkommando[3], al que Paul Doll encarga el asesinato de su esposa, Hannah Doll) ni las voces de la narración (se van intercalando las de los tres protagonistas), ni el tratamiento sicológico de los personajes, ni el nombre que se le da a alguno de ellos: en la película Paul Dollse se llama Rudolf Höss, el verdadero nombre del comandante del campo de exterminio de Auschwitz, coinciden en la novela y en la película.

Lo escrito nos lleva a una advertencia: se hace imposible comparar las dos obras, cada una de ellas tiene su sino y su coherencia; se trata de dos narraciones autónomas. Desde luego, te puede gustar más una u otra, pero la preferencia no debería realizarse en relación a la otra obra.

La zona de interés (Glazer, 2013) nos cuenta la vida cotidiana de la familia Höss,  por lo que se centra en el cabeza de familia y comandante del campo de exterminio, Rudolf Höss (muy bien caracterizado por Christian Friedel) y su esposa, Hedwig (Sandra Hüller –Anatomía de una caída, que vuelve a dar una lección de interpretación), que vivían junto a los muros del campo de exterminio. Ella cuida del jardín y de la familia –incluso de los derechos laborales de su marido–, mientras que él administra el exterminio de cientos de miles de personas, cuida amorosamente de sus hijos (cinco) y de su caballo, y disfruta de la naturaleza. Es una familia normal. Así se sienten, así se nos presenta.

Pero en toda trama hay un conflicto; y en la película es el traslado forzoso de Höss[4] de Auschwitz a Berlín al ser ascendido a subinspector de todos los campos de concentración: debe abandonar esa vida que tanto le complace, y ha de comunicárselo a su mujer, quien le deja bien a las claras que no piensa trasladarse y abandonar un hogar que le proporciona bienestar físico y sicológico y también poder–.

Tras meses de separación, Rudolf Höss  va a regresar a Auschwitz dado que se le encarga, por su eficiencia comprobada, dirigir el exterminio de 700.000 judíos húngaros.

Los pájaros que no se ven

En el inicio de la película la pantalla funde a negro mientras escuchamos la música expresiva de Mica Levi, habitual colaboradora de Glazer. Al cabo de unos minutos empieza a oírse el canto de los pájaros, que acaba superponiéndose a la música. Esos cantos funcionan como raccord sonoro y sirven para dar paso a unas secuencias en las que se ve a una familia disfrutando de un día de verano junto al río.

Al acabar el día se dirigen al hogar, esa casa junto al campo de exterminio. Y ya desde el primer instante en que la acción trascurra en la casa y en su jardín, un zumbido nos acompañará durante toda la película: el ruido del complejo de exterminio a pleno rendimiento.

Aparte del punto de vista de la narración, si por algo pasará esta película a la historia del cine es por su banda sonora, que enuncia lo que no vemos, que recuerda lo que se oculta tras las paredes: la cotidianidad en un campo de exterminio.

Banda sonora fuera de campo que construye una disonancia entre la vida del campo de exterminio y la vida pequeño burguesa de la familia Höss.

Para que esto fuera posible, un año antes de empezar el rodaje Glazer ya empezó a recopilar sonidos de la época con el fin de construir esa narración sonora que nos relata lo ausente. Si reparamos en la misma, veremos que la música está menos presente de lo que pareciera, pues el director no ha querido que su carga expresiva dramatice la cotidianidad de la familia Höss. Gritos, disparos, ladridos, órdenes,… y el eterno zumbido de la fábrica exterminadora, un desgarrador ángel que anuncia la muerte.

Se ha hablado de la gran capacidad de los sonidos para crear imágenes mentales. Un gran ejemplo lo tenemos en La zona de interés. La banda sonora nos muestra lo que las imágenes eliden.

En la memoria de los supervivientes de los campos de exterminio nunca aparece el canto de los pájaros. Pero estaban allí, y algunos los disfrutaban.

La banalidad del mal

Sin duda alguna La zona de interés es una excelente representación de lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal, si bien el sentido de la expresión con el paso de los años se ha ido ensanchado.

En la película vemos cómo Höss se preocupa de una manera racional (fordista) por aumentar la capacidad de exterminio de su campo; a la par, advierte a los SS del campo que no maltraten a los árboles al arrancar las lilas. Un Höss que al final de la película asiste en un edificio neogótico a una fiesta de la jerarquía nacionalsocialista; su mujer le pregunta a quién ha visto y él contesta que estaba pensando en cómo gasear a toda esa gente con unas paredes tan altas. Un Höss tan eficiente en su trabajo que despierta algunas dudas entre la jerarquía nacionalsocialista porque puede no destinar un 20% de los presos ejecutables para trabajar como esclavos en los complejos industriales. Un Höss que se nos retrata como un amante de la naturaleza, un conservacionista –algo muy común entre los nazis–.

Mientras, su esposa, Hedwig, se encarga de la casa y de su primoroso jardín, y pasa su tiempo de ocio en adorables tardes de cuchicheos con otras mujeres de los oficiales del campo. Una esposa que no tiene ningún reparo en aprovechar la ropa u otros enseres de las judías ejecutadas y que muestra con orgullo a su madre, que está de visita, el hogar y su posición en la pequeña sociedad de los administradores y vigilantes del campo de exterminio. Una esposa, no tan fiel, que se preocupa por la posición laboral de su esposo y le recuerda lo mucho y bien que ha trabajado para que no lo ninguneen.

Y esos cinco hijos que son los perfectos vástagos nacionalsocialistas, que pasan sus ratos de ocio sin alterarse (ni física ni sicológicamente) por la proximidad del campo de exterminio y que son capaces de jugar sin inmutarse con despojos de los asesinados.

En las paredes de los dormitorios, los crucifijos. No debemos olvidar que el Rudolf Höss real  nace en el seno de una familia profundamente católica.

La banalidad del mal

En parte, la película nos recuerda la primera de las cuatro historias que se cuentan en La Vida de los demás (Mohammad Rasoulof, 2020)[5], en la que vemos el día de un funcionario iraní antes de volver al trabajo. Un padre ejemplar, un marido ejemplar, un hijo ejemplar, un funcionario ejemplar, un chiita ejemplar. Al anochecer comienza su turno en lo que adivinamos es una prisión. Lo vemos en un cuarto, lo vemos mirar a través de una mirilla y vemos cómo aprieta un botón. De una manera aséptica y mecánica acaba de ejecutar ahorcados a varios rehenes.

Cómo se representa 

La historia es una obra lineal en tres actos precedida por una obertura; tiene, por tanto, bastante de estructura operísitca. Solo al final de la película hay un salto temporal.

Grazel filma siempre con luz natural, con una cámara que generalmente no se mueve y que nos va mostrando secuencias bastante cortas en las que nunca se usan los primeros planos. Por otro lado, el uso del color en la película nos recuerda en algo al de esas fotografías de color de hace años; o sea, nos retrotrae en el tiempo. En el interior de la casa se filma con cámaras automáticas dispuestas en las distintas dependencias. De hecho, parece que estamos viendo momentos de Gran Hermano, en donde una serie de cámaras y micrófonos recogían el día a día de unos desconocidos que convivían en una casa.

Y si la banda sonora nos explica lo que las imágenes no enseñan, también ocurre con ciertas luces crepitantes–, que no son otra cosa que el resplandor de los hornos crematorios. Es en medio de esas luces cuando la madre de Hedwig decide abandonar en silencio la casa de su hija, la casa junto al campo de exterminio. ¿Por qué? Vemos su cara angustiada, nada más. Cara que contrasta con su alegría al llegar a la casa y ver lo bien que vive su hija.

Al irse deja una nota; su hija la lee en silencio. No sabremos qué pone. Hedwig se altera unos instantes y se recompone tras arrojar la carta al fuego de una estufa. En la película nada es casual.

Estamos por asegurar que La zona de interés se trata de una narración brechtiana que tiene por finalidad acuciar la memoria, lo cual se hace muy evidente hacia el final de la película.

Esa contención que impregna toda la narración se hace carne en la secuencia de gran tensión sexual en la que Hedwig y un oficial nazi fuman en silencio dentro del invernadero. Reminiscencia de la novela de Amis.

Sin embargo, gran parte de lo que acabamos de escribir no vale para unas secuencias que parecen estar en negativo y que entendemos cuando las vemos en su conjunto. Una muchacha anónima va colocando y escondiendo manzanas para que los presos puedan encontrarlas y comerlas.

Estas secuencias parecen oníricas y siempre las preceden los instantes en los que Rudolf Höss lee cuentos a su hija sonámbula (el segundo, el de Hansel y Gretel). Esas imágenes fueron filmadas con una cámara de visión nocturna y cuentan la historia real de Alexandria, una niña que trabajaba con la resistencia polaca.

No llegó a ver el estreno de la película. Alexandria, el reverso.

Un ejercicio de memoria

Grazel ha manifestado en más de una entrevista que su película es un ejercicio de memoria histórica. ¿Es así?

Hacia el final de la película vemos a Rudolf Höss descender unas escaleras majestuosas que están en claro oscuro. Antes de mirar a cámara vomita en dos ocasiones (¿morirá antes de volver a Auschwitz?). En ese momento se produce el único corte en la narración lineal temporal que es la película, hay un salto a un  presente sin fecha, a un presente sin tiempo. Y es entonces cuando vemos a unas mujeres de la limpieza acondicionando el museo de Auschwitz antes que entren los visitantes. Memoria. Pero a nosotros esas secuencias nos parecen frías, mecánicas, inexpresivas, en ellas se limpian unas vidrieras que preservan unos vestigios tanto como nos separan de ellos. Se me antoja, en definitiva, el grado de cero de la memoria. ¿Es lo que pretendía Grazel? No lo creo. Pero ese es el poder y la debilidad de las imágenes, su polisemia.

Hacia la mitad de la película observamos cómo Höss está pescando en un río límpido mientras dos de sus hijos juegan en una de sus orillas. De repente una mancha blanca empieza a llenar las aguas del río. Se trata de un vertido con las cenizas tóxicas del campo de exterminio. Se nos recuerda que en medio de una naturaleza que se muestra bucólica anida la muerte. Y, a la vez, debemos recordar que bajo la supervisión del Höss histórico se hacen los primeros ensayos con el gas ZyKlon B para ganar eficiencia en el exterminio masivo.

Ahora bien, mirar, realizar una película también son un ejercicio de memoria, consciente o inconsciente. Y coincidimos con algunas personas cuando dicen que en el film de Grazel escuchamos el eco de 1080 Bruxelles (Chantal Akerman, 1975). Recordemos, por ejemplo, las secuencias del padre de familia apagando una a una todas las luces de la casa. Por cierto, los abuelos de Chantal Akerman murieron en Auschwitz; su madre volvió con vida. Uno de los temas recurrentes en su filmografía es el judaísmo y es el extrañamiento.

Coda

Rudolf Höss (1901-1947) fue un criminal de guerra que en el momento de ser apresado tenía el rango de teniente coronel. Se afilió al NSDAP en 1922, dos años después de su creación. Entró a formar parte de las SS en 1934. En noviembre del mismo año empieza en Dachau su carrera dentro del sistema de campos de concentración nazis. Fue apresado en 1946 y, tras declarar en Núremberg, fue juzgado por el Tribunal Nacional Supremo de Polonia. Fue ejecutado mediante horca en 1947. En sus testimonios en los tribunales nunca negó que supervisara el exterminio de millones de personas, pero en su descarga repitió en más de una ocasión que él nunca había maltratado personalmente a ningún judío y que actuó bajo las órdenes directas de Himmler. Nunca adjuró del nacionalsocialismo. Escribió unas memorias El comandante de Auschwitz (Commandant of Auschwitz) que se han convertido en un documento histórico de gran relieve para intentar comprender el qué, el cómo y el porqué del Holocausto. Primo Levi realizó la presentación de las mismas en su traducción al italiano. Rudolf Höss siempre se consideró una persona normal.

Durante años, cada amanecer y cada anochecer columnas de presos cruzaban Berlín desde los campos de concentración a las industrias en las que trabajaban como esclavos. Cada día, a las mismas horas, retumbaban miles de zuecos de madera en los adoquines de Berlín. Puede que su estruendo marcara un ritmo en la cotidianidad de sus habitantes, puede que dejasen de escucharlo de tanto oírlo, puede que alguien subiera el volumen de la radio para escuchar mejor a Händel. Hoy en el Museo Judío de Berlín podemos visitar la obra Hojas muertas, de Menashe Kadishman, 10.000 piezas de acero que representan caras humanas con las bocas abiertas. Están en una cámara estrecha y alta, con paredes de cemento armado. Cuando caminas sobre ellas un estruendo de chirridos lo llena todo. Ecos.

Grazel ha manifestado que La zona de interés no es una película sobre el pasado, sino que intenta retrotraernos al presente y hablarnos de nuestra potencial similitud con los victimarios, no con las víctimas.

Nosotros, gente normal.


[1] José Mª Carreño en VV.AA. (1981). Jean Luc Godard, Madrid: Ed. Monteleón, pp 47 y 48.

[2] IG Farben fue con conglomerado de industrias químicas alemanas que se formó en 1925. En la Alemania Occidental, tras su ‘desnazificación’, el grupo se disolvió y pervivieron las empresas originarias más importantes. Las principales empresas sucesoras de IG Farben  son AGFA, Bayer, BASF, Sanofi y Pelikan. IG Farben construyó una fábrica en el complejo de Auschwitz (llamada Planta Química Buna) para producir caucho. Las fábricas de IG Farben proporcionaron a las autoridades nazis el compuesto químico que usarían para gasear a las personas recluidas en los campos de exterminio.

[3] Los Sonderkommandos («comandos especiales») fueron unidades de trabajo formadas por prisioneros de los campos de exterminio que hacían trabajos auxiliares: quemar cuerpos, recibir a los nuevos reclusos, etc. Vivían en pabellones separados del resto de los reclusos y con mejores condiciones de vida. Al cabo de unos meses eran ejecutados y sustituidos por otros presos recién llegados. Para saber sobre ellos, más allá de los datos materiales, se hace imprescindible leer a Primo Levi.

[4] En la realidad, parece que Höss fue obligado a abandonar el campo de concentración alrededor de un año por un caso de corrupción en Auschwitz.

[5] No podemos por menos que acordarnos de El Verdugo (Berlanga, 1963), que también merece ser vista desde esta perspectiva, la banalidad del mal.

Un comentario en “La zona de interés

  1. «En la película nada es casual»: por ejemplo, «nuestra similitud con los victimarios», «hay un salto a un presente sin fecha, a un presente», el año de su estreno (2023) …
    Rudolf Höss bien podría ser un francotirador («gente normal») que mata «animales» siguiendo las órdenes de su ministro de defensa.

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