Ignacio C. Soriano Jiménez
La situación actual de las seis obreras de La Suiza, pastelería de Gijón, condenadas a tres años y medio de prisión más multa de 125 428 euros refleja el fondo del proceso de La Mano Negra. No prima la preservación de derechos, sino la aplicación de la ley cuando se considera necesaria una medida ejemplarizante; en este caso, ante la solidaridad entre trabajadoras de CNT, por su manera de hacer sindicalismo. El Poder puede.
El libro que presentamos, Obreras anarquistas y sociedad. En torno a La Mano Negra, editado por Calumnia Edicions (Colección Colossus) de Mallorca, completa lo ya publicado sobre La Mano Negra (1882-1884) ‒proceso montado en época de crecimiento exponencial del asociacionismo obrero en Andalucía, iniciado a fines de 1882, que se muestra cruento con siete agarrotados en junio de 1884‒, lo cual se centra en los sucesos y su contexto histórico. Aquí señalamos cuatro campos menos investigados: el primero refiere el asociacionismo femenino anarquista, fundamentado en la solidaridad integral; el segundo se detiene en la cualidad humana de quienes integraban las secciones obreras; el tercero abarca la instrucción; y el cuarto señala el despertar civil desde su base legal. Son aspectos, los dos últimos, relacionados con el librepensamiento, el cual corre de la mano de colectivos progresistas y que, en Andalucía, según señalara el notario de Bujalance, están impulsados con bríos por el anarquismo.
Resulta evidente el diferente grado de consciencia que tienen las mujeres del último tercio del siglo XIX en lo que concierne a la emancipación femenina. Vemos, por ejemplo, el mensaje que envía Guillermina Rojas sobre la valía de la mujer por sí misma, sin necesidad de depender de un hombre, y el rechazo que propugna de la familia burguesa, lo que contrasta con las opiniones de la mayoría de las anarquistas que escriben artículos y suben a la tribuna, las cuales se consideran desnaturalizadas cuando tienen que salir del hogar a trabajar.
A Guillermina se le suman otras, las menos. Lo normal, dentro del anarquismo, es andar por un primer grado de conciencia, en el que se ha comprendido que la situación de esclavitudes en la que se hallan las mujeres no viene dictada por disposición natural ni divina, sino que es producto de la organización social, la cual concentra la riqueza en pocas manos y condena a la precariedad a la mayoría; a ello se suma que, por lo general, están bajo la égida del padre, novio, marido o hermano, y al cargo de la prole ‒«¿no sentís rubor cuando os veis en la precisión de decir “el amo de mi esposo, de mi hijo, de mi amante”? Queden los amos para las bestias y viva el hombre libre».
Este grado de conciencia es el que se extiende por muchas localidades andaluzas a partir de 1881, lo que lleva a que se organicen en sociedades de agricultoras, sirvientas o tejedoras, en especial tras el Congreso de Sevilla de la FTRE (Federación de Trabajadores de la Región Española) en septiembre de 1882. Son 26 las secciones aquí nombradas (ampliables en un estudio más detallado). Tras hablar de Anarquía, Federación y Colectivismo, deciden agruparse y luchar «convencidas de que con su ayuda más pronto hemos de poner en condiciones para hacer desaparecer la esclavitud que sobre el desgraciado productor pesa y constituir una sociedad regenerada que considere criminales estas injusticias sociales […] saludando fraternalmente á todos los compañeros y compañeras federados del universo».
Escribir en la prensa. Puesto que a las mujeres no se les da instrucción, «carecemos de talento para escribir, sobre todo en la prensa, que tanto se notan las faltas», dice Teresa Claramunt, en lo que pueden ayudarnos los compañeros. En 1882-1883, la mayoría de las andaluzas que toman la pluma en la prensa anarquista justifican esas posibles faltas con la urgencia del mensaje ‒«impulsada por los grandes sentimientos de humanidad que encierro en mi corazón y alentada por las grandes evoluciones sociales»‒, con la necesidad de difundir su utilidad: «asociémonos con los trabajadores de ambos mundos […] abandonemos de una vez las preocupaciones religiosas», pues nos «corresponden los mismos derechos que al hombre», al cual le decimos que «es necesario que desaparezca de vuestra mente ese despotismo y predominio que tenéis sobre nosotras».
La integridad es otro de los puntos tratados. La honradez es atributo del que blasonan las secciones de la FTRE. Los estatutos replican la consideración de La Internacional al afirmar que se admitirá a «todo individuo de uno ú otro sexo que goce de buena reputación y viva de su trabajo material». De ahí que nuestro trabajo recoge sobrados casos en los que las asambleas sancionan a afiliados por ser adictos al juego o a la bebida, por maltratar a sus allegados o intentar violentar a las mujeres, y, en especial, por no guardar la debida solidaridad y convertirse en esquiroles o difamar a la agrupación obrera.
La instrucción se centra en la adquisición de conocimientos básicos, impartida en los centros obreros o con magisterio particular. La avanzada es más un deseo que una realidad, o así nos ha resultado en esta investigación. No se disponía de personal formado ni de medios materiales para impartirla. La colaboración inicial con el republicanismo queda truncada en muchos casos al salir a la superficie las diferencias ideológicas.
Despertar laico. Primordial es la manifestación pública de la despreocupación, del alejamiento de los dictados de la Iglesia. De ahí que se practiquen los actos civiles ‒«conducta digna de ser seguida por cuantos se precian de revolucionarios»‒: nacimientos, entierros y matrimonios. Menos hablar y más hacer. Con ello se «aminora en parte la satisfacción de los enemigos del bien humano» y se priva a la Iglesia de una de sus fuentes de financiación. Se suceden entonces los nombres de Redención, Antorcha del Porvenir, Anárquico, Verdad o Giordano, que tienen la cualidad de conformar el universo anarquista, ser la puerta de entrada a una manera de vivir solidaria.
Las uniones, incluso, llegan a la concepción anárquica del amor libre y prescinden de ritos oficiales.
La represión sistemática desplegada sobre las secciones obreras en 1883 es despiadada, lo cual hace que las mujeres vuelvan al silencio: se disuelven sus sociedades y desaparecen sus firmas de la prensa. Similar destino tiene los centros de instrucción y recreo. La honradez legal ‒los estatutos de la FTRE están legalizados‒ resulta impotente ante la arbitrariedad autoritaria.
Este estudio no ha querido finalizar en la derrota. De ahí que incorpora unas adendas que extienden una ojeada al anarquismo andaluz hasta finales de siglo, etapa en la que la Idea se rehace una y otra vez en uno u otro lugar, amparada en la solidaridad, tras tercas persecuciones. Ahora son los grupos anarquistas y no tanto las secciones obreras los que canalizan la lucha laboral.
Las mujeres vuelven a las planas escritas y, en ocasiones, a las tribunas, además de a las listas de donaciones, si bien muchas lo hacen con nombres genéricos. Aunque resta mucho por recorrer ‒aún piensan que deben actuar «sin traspasar los límites de nuestro sexo ni aspirar á cambiarle, sin descuidar las ocupaciones que nos incumben»‒, en 1903 se dice que ya hay muchas emancipadas; y recomiendan «aprended y enseñadles [a vuestra prole] a conocer el Dios-Naturaleza con sus hermosas y eternas leyes y de esa manera daremos tan grande impulso á nuestra redención». Abundan las Palmira y Acracia, o los Parsons y Universo.
Y finaliza el libro con una exclamación actual: «¡Cuánto tarda el día anhelado de la verdadera justicia humana! ¡Temedla, tiranos! ¡Vendrá!».