Un impostor en palacio

Carlos Usón
Profesor de matemáticas jubilado que ha intentado compaginar su dedicación profesional con el activismo social y algunos estudios sobre didáctica, historia de las matemáticas y arte mudéjar.

… podía lanzar una superflecha hacia el azul, con una superfuerza que la llevara más allá de la influencia de la gravedad terrestre…
Arthur Koestler

Quiero empezar dejando claro que soy consciente de que es imposible sobrevivir a un artículo sobre este tema sin ser crucificado por todas las sensibilidades, salvo que estés adscrito a una de ellas y escribas desde la perspectiva de ese prisma único.1 Si no mueres por ortodoxo será por equidistante pero, en un momento en el que el feminismo se ha convertido en una caja de Pandora, la terminología ocupa el estadio central de las disertaciones y ni las diferencias entre ser y sentir están claras, quizás sea bueno retornar a lo más simple para tratar de tener una posición serena ante lo complejo y, sobre todo, encontrar lugares comunes en los que mujeres (y hombres), en general, no sólo las militantes y las académicas, se puedan sentir identificadas.2

El feminismo se define como la lucha de todos y todas en aras de una sociedad que acepte como paradigma la igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida, tanto desde la perspectiva de los derechos como de las responsabilidades. Nada más simple.

Nada más complejo desde que el movimiento queer ha generado un conflicto centrado, nada menos, que en la definición ontológica de mujer, convertida en irresoluble aporía entre esencia y existencia. La adiaforía no parece consistente biológicamente hablando en lo que se refiere al ser. Otra cosa bien distinta es sentirse mujer, la cual es indiscutible —inobjetable e intransferible— incluso hasta el punto de desear tener algunas de las características fisiológicas que las identifican. Totalmente loable y defendible como reivindicación. Y una tercera es el concepto de género, con el que se trata de identificar una serie de características del comportamiento y actitudes que definan a las mujeres en relación a los arquetipos sociales que les ha asignado la cultura patriarcal, y que, curiosamente, quienes más se aferran a él, parecen usarlo para definir lo femenino dentro un arquetipo3 de inmanencia que en poco contribuye a la igualdad.

Metafísica y epistemología.

1 Coordenadas para una lucha eficaz y sostenida

Una misma mirada al tresbolillo del problema nos hace ver, en primer lugar, que el patriarcado forma parte de nuestra cultura, instalado en nosotros como una verdad irrebatible. Y esto tiene dos consecuencias evidentes. La primera, que la lucha es conjunta, que equipara en los fines a hombres y mujeres, aunque sean diferentes las raíces que cercenar en unos y otras. La segunda la explicita muy bien Hernando (2022) cuando dice que, sin darnos cuenta, construimos procedimentalmente lo que rechazamos racionalmente y de esta forma, sin pretenderlo, acabamos reforzando el sistema en lugar de derribarlo. Y, de eso, las mujeres deben ser especialmente conscientes.

2 Prostitución

Así pues, centrados en el objeto del feminismo: la igualdad, resulta obligado hablar de la prostitución. Un conflicto que enfrenta a distintas sensibilidades feministas. El falogocentrismo ha pretendido virar abuso en reparación de una necesidad y, ésta, en derecho a satisfacerla. La utilización del cuerpo de las mujeres como objeto (de consumo) resulta intrínsecamente inaceptable. Y aquí, el pronunciamiento masculino es irremplazable a la hora de evidenciarlo. La prostitución identifica nuestro estatus de dominio y evidencia que hemos construido una sociedad en beneficio propio. Pero va mucho más allá, identifica nuestras debilidades. No es una cuestión de alteridad, es un principio ético. El ser humano hace siglos que eliminó la esclavitud, no porque no fuera rentable, sino porque atentaba contra la dignidad de los seres humanos, de todos, de los esclavos y de los esclavizadores, aunque de distinta manera. Lo mismo debería suceder con la prostitución. Hay que abolirla por ser contraria a la dignidad humana.4 Y, al igual que la esclavitud, no conseguiremos erradicarla, pero convertirla en una perversión a los ojos de todos es ya un paso muy importante, inaplazable e inapelable.

Por muy evidente que pueda parecer, los hombres debemos tener meridianamente claro que no tenemos derecho a contratar a un esclavo ni a una prostituta por más que uno u otra estén dispuestos a aceptar el servicio. Como no tenemos derecho a violar a una chica por más que su forma de vestir o su desnudez excite nuestro deseo sexual. Más bien, deberíamos plantearnos qué buscamos en el sexo, qué en una mujer, qué excita nuestro deseo y, qué, a quién y quién, maneja ese juego de dominaciones y debilidades.5

3 Mirada oblicua

Lo mismo sirve para los vientres de alquiler o para tratar de vender algo mediante el uso sexualizado del cuerpo femenino como reclamo consumista. Los hombres deberíamos aprender a delimitar ámbitos. Uno de ellos, tan interesante como específico, es el de la intimidad compartida. Tampoco estaría mal aprender a no ser tan manejables, víctimas de unas pasiones erótico‐sexuales que parecemos incapaces de controlar y que, en el fondo, forman parte de un comportamiento competitivo entre machos obligados a demostrar lo que el sistema patriarcal ha definido como hombría. Quizás si cultiváramos la identidad relacional6 con más denuedo, la solución del problema sería más sencilla.

Si para una persona libertaria la referencia de su libertad es la de los demás, si tenemos un concepto profundo de lo que este término significa, no se puede entender que haya un solo anarquista que no sea abolicionista. Defender la prostitución como un ejercicio de libertad supone que no se entiende lo que es ésta o no se comprende lo que es aquello.

Tampoco puedo concebir que esta forma de entender la vida no tenga el placer del otro como referencia de su propio placer. Ni que haya una sola persona, que tenga un horizonte libertario en la mirada, que pueda aceptar la explotación, sea del signo que sea, como opción personal o colectiva.7 Por eso, para un anarquista, destruir el patriarcado debiera ser connatural y prioritario. La libertad es inherente a la lucha libertaria, la justicia también, y esa batalla nos implica a los hombres en tanto en cuanto las libera (a ellas) y a nosotros.

Pero claro, esa misma perspectiva exige tener activadas otras alertas porque las formas de poder se manifiestan en muchos aspectos que, a veces, demasiadas veces, nos pasan desapercibidos. El académico es uno de ellos. Desde este pedestal, la labor desarrollada por el feminismo radical es indubitable aunque, no pocas veces, estigmatice las opiniones que se salen de ese ámbito y contribuya al ostracismo de otros movimientos de igualdad de la mujer, especialmente los que no forman parte del feminismo blanco, europeo e, insisto, académico.8

La sexualidad otro. La forma en que la entendemos, en general, parece única. El imaginario masculino se impone, el cine lo publicita sin descanso, la pornografía lo enaltece hasta extremos vomitivos.9 Centrar la sexualidad exclusivamente en la penetración y la virilidad en la cantidad de veces que se es capaz de follar y en el número de mujeres distintas con las que lo has hecho, lleva implícito el concepto de mujer como objeto de satisfacción sexual10 pero es tremendamente limitador para el hombre, como ser humano, cuando trata de trascender los impulsos animales, y frustrante siempre porque nunca se alcanzaran los estándares de quien se jacta de ello ni los que impone la pornografía. Sin hacer referencia al hecho de que, cuando la edad limita nuestras posibilidades dentro del modelo, muchos hombres tengan la tendencia de culpabilizar de ello a sus parejas.

4 Interseccionalidad

Otra cuestión que me parece inapelable, por mucho que el feminismo radical la rechace, es que todo feminismo es interseccional.11 Incluso el occidental, que pretende no serlo y se otorga carácter de unicidad, se enfrenta al neoliberalismo y debe posicionarse ante él porque determina nuestros comportamientos. Nos han educado en que tenemos derecho a satisfacer nuestros deseos y a hacerlo de forma inmediata;12 de que el dinero es la forma de hacer efectivo ese derecho y que, por tanto, es más importante que la dignidad, el honor o la justicia. Este modelo económico y social ha enarbolado la bandera de la individualidad por encima de cualquier otro planteamiento, posición o principio, incluso moral. Y ese culto acepta, como consecuencia, que, si alguien está dispuesto a vender o alquilar su cuerpo por dinero, esa transacción no es moralmente reprobable ni inaceptable. Pero todas y todos sabemos que es suficiente con crear pobres lo bastante pobres13 para que estén dispuestos a venderte una hija, un riñón, alquilar su útero o poner su ano, boca o vagina al alcance de tu pene.

5 Violencia machista

La derecha puede seguir hablando de ETA, pero sabe que el único grupo terrorista activo en nuestro país es el machismo. Y no pretendo exagerar el concepto. Siguiendo las acepciones de la RAE, terrorismo es establecer la dominación por el terror, lo que implica una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundirlo. Y terror es lo que sienten muchas mujeres amenazadas por sus parejas, o exparejas, cuando esas amenazas se materializan en el cuerpo de otra mujer. Y terror y desprecio es lo que sentimos los demás que vemos en esos asesinos el reflejo de una sociedad y sentimos cómo el miedo asocia con ellos a todos los hombres.

Tampoco podemos negar la lucha de poder implícita en esos asesinatos, ni siquiera la existencia de un grupo, quizás no organizado pero instituido desde tiempo inmemorial, que se identifica mediante mensajes, actos y manifestaciones públicas de su ideología. Las mujeres, como los amenazados por ETA, también miran a su espalda cuando pasean y, algunas, no se atreven a hacerlo sin escolta. Podrá parecer obsceno, pero me he permitido comparar los 21 años más duros de la presencia de ETA con los 21 en los que se han recogido datos de la violencia machista. Aquello resultó inasumible para toda la sociedad, puso en estado de alarma a todos los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. En estos momentos, los asesinatos de las mujeres no pasarían de ser una nota marginal de los telediarios si la extrema derecha no se empeñase en que sus inmorales comportamientos centren la atención.

Si eliminar la violencia machista fuera de verdad una prioridad social y gubernamental, y entendiéramos que la coeducación era nuestra principal arma de lucha, a estas alturas del conflicto terrorista, los inspectores/as educativos la situarían en primer plano de observancia y control.

Nos interesa entender para poderla combatir. Las llamadas a la racionalidad en estos personajes abyectos no sirven de nada. A los seres humanos masculinos, nos educan en la competitividad extrema desde que nacemos. El deporte no es un juego, es terreno abonado en el que demostrar nuestra hombría, caracterizada aquí por la fuerza y la astucia. La victoria nos encumbra, la derrota resulta inaceptable y humillante. No importa lo que sienta el derrotado.

Se nos educa en la violencia, en el espíritu de la guerra. Nos hartamos de ver películas en las que la mujer, mera espectadora,14 es moneda de cambio y la muerte y la violencia extrema la única solución aceptable —y natural— al conflicto. El arma letal es la prolongación física de nuestro brazo y de nuestra ira.15 La justicia, tomada por nuestra mano, la solución más factible, e incluso más loable. Y después seguimos extrañándonos de que algunos tomen esas mismas soluciones cuando su16 señora se la «roba» otro, toma decisiones con autonomía o manifiesta criterios divergentes. Pretendemos que se admita la «derrota» con buen talante y que no se perciba la violencia como la única solución al conflicto cuando, seguramente, el asesino lleva años siendo el capo de la casa, su señora17 remarcando su «hombría» ante propios y extraños, sintiendo que todo pasa por él y que, implícita o explícitamente, se le debe pedir permiso para todo puesto que es él quien tiene el dominio económico, ideológico y moral. Estamos lejos de una política preventiva de los asesinatos machistas. La falocracia disminuida juega un papel decisivo en los hombres que siguen anclados en estos modelos y ni saben, ni se plantean, cómo superarlos a pesar del poder liberador que ese esfuerzo les reportaría.18

No hago este análisis con intención exculpatoria, ni siquiera atenuante, al contrario. El hecho educativo y el objeto masculino de él no justifica de ninguna manera los comportamientos machistas y, mucho menos, la violencia. Si hemos aprendido a usar el ordenador, el tractor o el teléfono móvil con todas sus prestaciones, no veo razón alguna para que no podamos analizar nuestros comportamientos más abyectos y erradicarlos.

Tampoco podemos tratar de redirigir responsabilidades derivadas de nuestra propia responsabilidad. El hecho de que el proceso educativo de los hijos se haya dejado en manos de sus madres no las hace responsables del machismo.19 Las actitudes, tanto de hombres como de mujeres, son fruto del mismo patriarcado. De la misma manera que no podemos identificar machismo y hombre no podemos exculpar en la educación de los primeros años el comportamiento de toda una vida. El modelo patriarcal es transmitido conjuntamente por hombres y mujeres, en la calle, en el cine, en casa, en el bar, en el campo de futbol…

Los hombres tenemos mucho que aprender y muchas limitaciones para hacerlo. Vosotras no menos, no es fácil trasmutar actitudes para las que habéis sido educadas: sumisión, valoración o entusiasmo. Por eso la lucha feminista es un proyecto vital compartido. Un trabajo conjunto de transformación. La educación de hijos e hijas es una responsabilidad compartida pero no podemos cambiar el sistema si repetimos modelos y evitarlo exige evidenciar las perversiones formativas que nos marcaron, a unos y otras, y que sustentan el patriarcado. La desigualdad de poder nos obliga a no minimizar el tipo de violencia masculina ni quitarle el peso que tiene por mucho que haya otras más graves por lesivas.20

6 Feminismo y educación

Acepté escribir este artículo a regañadientes porque lo asociaba a un modelo de comportamiento masculino a combatir, que se repite en clase hasta la saciedad. Muchas veces, y este es un buen ejemplo, las chicas tienen cosas más interesantes que decir, pero son los chicos los que levantan la mano por creer que las suyas son más inteligentes. Sin embargo, acepté el reto porque, en este caso, las chicas han dicho tantas cosas que igual es bueno ampliar la perspectiva.

Me harto de escuchar que se necesita más educación afectivo sexual. No nos equivoquemos, las llamadas a la racionalidad cuentan poco en este proceso. Las pulsiones son más profundas y menos racionales. Los estudiantes de Magisterio de Logroño llevan años recibiendo charlas con ese contenido y no parece que hayan servido de mucho. Escucho decir que lo que se necesita es continuar con ellas en la universidad. Lo cierto es que la teoría la conocen perfectamente. Es otro el lugar a incidir si buscamos una coeducación eficaz.

Comenzaré con un ejemplo. Las anunciaciones comportan una de esas referencias que han quedado insertas en nuestro ADN por repetidamente naturalizadas. Muestran siempre a un ángel, como manifestación del poder divino, que por alguna extraña razón, patriarcal por supuesto, se asocia al género masculino. Ángel, Dios, Padre, Hijo, Espíritu Santo, son todos masculinos. Colocada frente al ángel, hay una mujer, la Virgen, en actitud de sumisión.

Es quizás la única escena de seducción de los textos sagrados. El ángel adopta dos modelos, en unos casos le ofrece flores y en otros, dedo índice en prevengan, le explica de que va el asunto. Ella contesta: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».21 Imposible maquillar la escena. Se argumentará que nuestras raíces cristianas no han dejado una huella imperecedera en nosotros/as pero ahí están. De ahí a la pornografía, pasando por el cine de masas, la sumisión ha cambiado lo justo.22

La cultura se edifica sobre la base de generalizar «la idea de que las cosas son como son, que es natural que así sea, consiguiendo que la posición de poder en que esa verdad nos sitúa (de privilegio o subordinación) sea vivida como natural incluso por las personas que se ven subordinadas a él».23 Derribar los muros de naturalización de la propia cultura no es labor de un día, ni afecta sólo al profesorado, ni se consigue introduciendo una asignatura «maría» sobre el tema. El alumnado está harto de gestualidad y ortopedia didáctica.

La base primera para luchar contra el machismo desde las aulas es edificar un pensamiento crítico con la realidad y libre en la construcción del conocimiento. Para conseguirlo es útil aplicar una didáctica de resolución de problemas. Un planteamiento que sirve para las asignaturas científicas, pero también para las humanidades. Un modelo mayéutico que centra el aprendizaje en los procedimientos.24 Permite formular hipótesis, contrastarlas y, sobre todo, construir heurísticos que, a mi juicio, son determinantes para evidenciar y poner en duda las verdades más firmemente asentadas en todos los órdenes de la vida. Quedarían al margen las lenguas cuyo sentido último es la comunicación. Su reto: aprender de lo que se oye o está escrito y conseguir comunicar con fluidez y precisión lo que se piensa, se siente o se plantea.

El segundo pilar de la coeducación es el cultivo de la sensibilidad. La poesía, el arte y la música permiten que la sensibilidad adquiera protagonismo en el aula y permita, sobre todo a los chicos, poderla evidenciar y naturalizar, además de adquirir consciencia de los sentimientos y emociones implícitas a su lectura y de cómo trasmitirlas. Y esto nos lleva a la educación emocional.25 Nadie se «casa» con el objetivo de matar a su pareja. Cuando se produce el crimen intervienen pulsiones emocionales que, a algunos hombres, les resulta difícil controlar. Por dramáticas que sean las muertes, son sólo la punta del iceberg. La violencia machista, en diferentes grados, está presente en demasiadas relaciones haciendo que la convivencia diaria se tambalee y se convierta en un infierno. Profundizar en el yo es trascendental. Sirve al hombre para entender mejor sus comportamientos y aprender a moverse por ámbitos que no estamos acostumbrados a explorar, pero el camino queda incompleto si ese aprendizaje no se proyecta en la relación con los otros, si no le permite situarse en el lugar del otro (otra) y entender que necesita lo comunitario para su compleción. Pero, en las aulas, la educación emocional, cuando tiene cabida, suele utilizarse como un recurso de autoayuda. Por contra, su verdadera razón de ser es permitirnos indagar en nuestro yo más profundo y conocer los resortes que hacen de las emociones un lastre más que un medio.

No quiero terminar este apartado sin hablar de la conquista del espacio,26 el tiempo y el protagonismo. Este es un reto compensatorio que afecta directamente a las chicas. No hay más que observar el comportamiento diferenciado de los padres cuando niños y niñas juegan en el parque y cómo las limitaciones espaciales que se edifican en la niñez se trasladan al aula y al recreo. Ayudarles a reconquistar el espacio e impedir que el egotismo de los chicos ocupe tiempos y protagonismos de forma desmedida o abusiva es un reto que afecta sólo al profesorado. Una de las claves de la persistencia del patriarcado es que lo masculino se enaltece y lo femenino se invisibiliza.

Queda por tratar el problema de cómo abordar el uso de las redes sociales y de qué instrumentos educativos disponemos para que los usuarios femeninos y masculinos —sobre todo masculinos—, sean capaces de domesticarlas pero de eso habla largo y tendido Hernando (2022).27

El feminismo no siempre es una prioridad esencial.

7 Por si fuera necesario

¡El feminismo nos libera a los hombres de tantas cosas! De la competitividad que se nos inocula en vena al cortar el cordón umbilical y que se transforma en esa necesidad de ir demostrando ante los demás una superioridad, una entereza y una seguridad que son artificiales y vacuas. Nos abre las puertas a mundos emocionales que ni siquiera habíamos imaginado que existían. Nos permite —si es el caso— compartir la vida con alguien que es más inteligente, más guapo/a, más rica/o, más… sin tener que sentirnos fracasados, sin que eso nos humille o haga que nos percibamos indignos ante nosotros mismos. Y, por último, congéneres, terminaré citando de nuevo a Herce (2015), «la vida puede ser más plena cuando se conocen los propios miedos, inseguridades y deseos y cuando se toma conciencia de las trampas con las que nos confunde la propia cultura». ¡Abandonar el papel que nos impone la virilidad es una liberación! Me conformo con que los jóvenes varones sean capaces de limitarlo y las jóvenes mujeres de despreciarlo como referente y modelo.


  1. Aunque en algunas ocasiones pudiera parecer petulante mi aserto, no pretendo crear doctrina, sólo manifiesto mi posicionamiento porque, como dijera Koestler, «uno debería escribir despiadadamente de lo que considera cierto». ↩︎
  2. Cuando el feminismo trató de convertirse en un sistema cerrado, como argumenta Capra, Fritjof La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos, Barcelona, Anagrama, 1998, fue objeto del segundo principio de la termodinámica y del consiguiente aumento de entropía, desorden. Los sistemas abiertos, por el contrario, contradicen ese principio, según Bertalanfly son sistemas vivos que necesitan alimentarse de la energía de su entorno, no son, por tanto, estables, pero alcanzan un equilibrio dinámico de autorregulación similar al de los ecosistemas. ↩︎
  3. Sobre el tema han corrido ríos de tinta con tal caudal que han llegado a teñir de rojo el mar. Mi intencionada parresia puede rayar la obviedad. Para salir de ella, léase el artículo Arribas, Silvia, “El género como identidad a debate”, Libre Pensamiento 105 (2021) pp. 53‐62. ↩︎
  4. Mientras tanto —evidentemente— nos toca apoyo, respeto, defensa de sus derechos y, como dice Galindo, María, Feminismo Bastardo, México, Mantis Narrativa, 2021, aprender de su vasta sabiduría sobre la vida y el comportamiento masculino. ↩︎
  5. Del mismo modo que debemos tener todas las alertas encendidas para distinguir y denunciar el pinkwashing ‐y el greenwashing en otro contexto.. ↩︎
  6. Hernando Gonzalo, Almudena, La fantasía de la individualidad. Sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno. Madrid, Traficantes de sueños, 2018. ↩︎
  7. Eso sí, no hace falta ser anarquista para que las desigualdades laborales resulten tan deplorables como que un médico con falta de medios priorizase curar a un hombre antes que a una mujer, por el sólo hecho de serlo. ↩︎
  8. Vamos más despacio para que podamos caminar todas juntas, sentencia una amiga que no referenciaré por estar fuera del ámbito académico. Economía política de la verdad, que dirá Foucault. ↩︎
  9. En Gimeno, Beatriz, La prostitución, Barcelona, Bellaterra, 2012, vierte una amplia reflexión. ↩︎
  10. De las pocas cosas en las que el cine de masas ha convertido en igualitarios los roles es en el concepto de masculino de pasión irrefrenable y coital. ↩︎
  11. Ares, Loreto, “¿Ames a quien ames? De pinkwashing, racismo e islamofobia”, Libre Pensamiento 105, (2021) p. 27 lo dice muy bien. ↩︎
  12. No sólo eso, el capitalismo ha conseguido hacer negocio de todas las trasgresiones. El feminismo se le resiste y quizás por ello se empeñe en luchar contra él desvalorizando el propio concepto de mujer. ↩︎
  13. O necesidades suficientemente fuertes por espurias que sean. ↩︎
  14. Ahora es mucho peor. Se crea la imagen hipersexualizada de una mujer que adopta las mismas soluciones violentas que las de los protagonistas masculinos del cine de acción. Y la asunción de modelos es muy importante. Condoleezza Rice o Margaret Thatcher son dos ejemplos de que los avances en identidad individual por parte de las mujeres no llevan por sí solos a ejercicios de poder más igualitarios y justos. ↩︎
  15. Fromm, Erich, Anatomía de la destructividad humana, Madrid, Siglo XXI, 1975, tipifica la agresividad desde distintas perspectivas. Bajo esos criterios la del hombre contra su pareja o expareja podría considerarse defensiva. Una reacción a las amenazas que ponen en riesgo su existencia social. Al margen de que, como dice Fromm, uno de los medios más eficaces para liberarse de la ansiedad es ponerse agresivo. ↩︎
  16. Y ese posesivo lo sienten en su sentido más profundo. ↩︎
  17. Sí, las responsabilidades son compartidas, aunque no lo sean, en absoluto, equitativamente. ↩︎
  18. Para profundizar más, también en otras componentes sicológicas. Herce, Julia, Mujeres, hombres, subjetividades en conflicto y poder, Madrid, Traficantes de sueños, 2015. ↩︎
  19. Colaboradoras necesarias, tal vez. ↩︎
  20. El chat de los estudiantes de magisterio de La Rioja es igual de reprochable que el beso de Rubiales y que los asesinatos machistas que este año están en cifras de récord. Los tres son violencia, los tres son actos despreciables por más que, evidentemente, debamos asignarles diferentes grados de gravedad. ↩︎
  21. De forma excepcional, la incredulidad aparece como alternativa a la sumisión. Tan solo he encontrado un caso en el que la escena puede sugerir igualdad. Eso sí, tallada en piedra en un capitel del monasterio de Leyre. ↩︎
  22. Beni, Elisa, “Del café con leche a la heroína”, el Diario.es 16‐09‐2023, https://www.eldiario.es/opinion/ zona‐critica/cafe‐leche‐heroina_129_10520270.html dice que la congruencia de las escaladas es muy discutible. No sé si lo es en el caso de Rubiales, al que ella hace referencia en su artículo. Aquí no creo. ↩︎
  23. Hernando, Almudena, La corriente de la historia (y la contradicción de lo que somos), Madrid, Traficantes de sueños, 2022, utiliza el término verdad en el sentido en que lo hace Foucault, como el conjunto de mecanismos —carentes de universalidad— con los que cada sociedad construye los principios axiomáticos sobre los que asienta su interpretación de la «realidad». ↩︎
  24. Hernando, La corriente de la historia, profundiza en su importancia en el capítulo «El conocimiento «procedimental» y la identidad relacional». ↩︎
  25. Se plantea aquí a nivel individual. Mucho más interesante es la visión que aporta Lionel Delgado que las percibe como un componente social que permite entender los «apegos crueles» y el uso que de esa arma hacen los populismos. ↩︎
  26. Hernando, La corriente de la historia, enfatiza la importancia del espacio en la construcción del binomio verdad‐poder y en el establecimiento de la identidad relacional.. ↩︎
  27. Hernando, La corriente de la historia. ↩︎

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