Mi cárcel de tiempo

Jesús Manso

El viento me susurra una linda canción. El batir de sus alas en hojas de palmera. Estoy triste, como un bar sin gente -simulacros de otoño-. El tiempo es de piel de ajo, y se lo lleva el viento. Cuando la enfermedad es el tiempo, dime, ¿quién la cura? Quise vivir en las alturas, como un vencejo. Volé por encima del bien y del mal. Por un momento fui eterno. Pensé que nunca me haría viejo. Pero los ojos de los otros son espejos tan incómodos. El tiempo no pasa en balde, y las horas horadan mi piel. Sólo soy tiempo. Sólo tengo mi tiempo, y lo vendo a granel. Cojo la propina con desprecio. ¿Esto vale mi sonrisa? Pierdo mi tiempo mirándome en espejos. Pierdo mi tiempo contando el dinero que gané empeñando mi tiempo. Dame tiempo, y antes de morirme de aburrimiento lo mataré, lo perderé, lo vejaré, lo entregaré al algoritmo. Porque hay algo a lo que temo más que a no tener tiempo, y es al tedio. Seré un niño, hasta que se demuestre lo contrario. Yo nunca me haré viejo, por eso tapo los espejos. Pero los ojos de los otros son espejos tan incómodos. Si fue en sus ojos donde me vi desnudo de complejos, los mismos que despertaron el pudor por la desnudez de mi cuerpo. Adolescente intempestivo, enfermó de tiempo. Sólo encuentra refugio en el arte, porque linda con lo eterno. Seré un niño, hasta que se demuestre lo contrario. No trabajo, juego con vasos y platos. En la playa de mi infancia no existe el tiempo. Habito un verano eterno. Olvido, pero nunca perdono. Vida en tránsito. Más de diez mil pasos, sin moverme del sitio. Viajo sin maletas, mi camino es metafísico. No pretendo llegar lejos, sino más dentro. No pretendo ser alguien, sino nadie. Sólo aire que mece las hojas del tiempo.

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