Rafa López
Ayer tuve la suerte de asistir a un encuentro. A un viaje a recuerdos de lo que fuera Triana. De entre los quicios del desarrollo capitalista -el desarrollo industrial y tecnológico, las transformaciones del campo y de la ciudad en los cuerpos y psiques, pasando por guerras existenciales con sus persecuciones y lamentos, los intentos de globalización, los procesos de deslocalización, la gentrificación, la desterritorialización, la reificación y la codificación de crisis solapadas- aparecen dos Maestros para recordarnos quiénes somos pese a la introducción del «cante» en la industria y el mercado musical.
Supervivientes de la depredación de un barrio y sus formas de ser, sentir y expresarse. De la bacanal de sangre contra lo que la Academia nombra como «músicas», expresiones folclóricas de un pueblo que «no sabe hacer propiamente» arte, está el Capital, pensándolo como aquel Leviatán Ancestral polimorfo, que teje y quiebra las relaciones sociales a su alcance en un ejercicio permanente y perpetuo de decir lo que es o no es, lo que sí y lo que no, el cómo, el cuándo y el cuanto -dejando los porqués enterrados en la tierra, la única que recuerda-. Este «cante» rechaza la capacidad de reintegrar, absorber y rentabilizar del Capital y del mercado y construye un contrapoder, manifestación de existencias fuera de los tiempos de la producción, la distribución y el consumo, que se siente fuera ya, más allá de la fantasía utópica del dinero y los juegos de sangre de la producción y la propiedad privada individual. Sus formas, sus procesos, momentos y esperas no pueden ser comprendidos para experiencias, cosmovisiones y filosofías occidentales que no saben o no están dispuestas a pararse a escuchar, a respetar, a integrar en el silencio.
En esta sociedad, que tanto aplicamos del poner el yo -a mí, en mí y para mí- por delante en cualquier opinión, debate, anécdota. Que no puede callar y evitar decir sobre cosas que no entiende ni quiere entender; y que sin embargo, calla tantas veces con las situaciones en las que tantas y tantos viven su normalidad.
Los dos Maestros en cuestión, Jesús Heredia y Márquez «el Zapatero», acompañados por el guitarrista Antonio Gámez que además se quedó en la tertulia posterior, son de esos cantaores típicamente atípicos ya, envueltos (quizás por mí) en ese aura magnética, mística, que tienen estas personalidades humildes, naturales, reales por expresarlo al modo concreto en este periodo del ocaso moderno. Memoria viva y testimonios de tantas cosas, y de otras tantas que quizás solo se han perdido en apariencia. Como un arrebato del tiempo mismo fundiendo pasado y presente, que en estos momentos de la historia tan cercanos se encuentran. Como un acto teúrgico pagano donde vienen a la presencia pero como algo más que ellos mismos. Y es que no solo cantan pa rabiar, sino que son anclaje, agentes, un punto de conexión con esas sonoridades, formas de ser y estar que pertenecieron a otras épocas (como construcción de una ciudad, de un barrio, de un momento). Como expresión de un sentir individual que es a la vez común, de unas historias fuera de la Historia Universal que ha estado ciega -voluntaria o involuntariamente- a lo que el sentir dice del pensar, esto es «como propiamente se debe», como una forma de ver y mirar al mundo que acaba no viéndose más que a sí. Una Historia, guardián y justicia, que mira con recelo a estos gitanos y estos payos agitanaos, a los que trata de sacar o imbricarlos en su «mundo», como si estos no tuvieran derecho a que Atheleia, Diosa de la Verdad, los llevara en su carro por «el camino». Ellas y ellos tienen su camino, que se hace mirando hacia delante pero acordándose.
Por poner un poco en contexto, el encuentro del que trato de hablar a mi manera tan rimbombante, se produjo en una peña con solera, Torres Macarena, que recibe su nombre por la antigua calle donde se ubicaba y por el barrio sevillano de la Macarena. En una callecita, anterior a los nuevos modelos arquitectónicos del Capitalismo Neoliberal. Es rincón muy especial, pues por sus puertas han pasado literalmente de lo mejorcito del Cante-baile, guitarra y más músicos, con artistas de renombre como «el Cabrero», Pedro Bacán, José de la Tomasa, «el Chocolate», Manuel Oliver, Matilde Coral, Pepa Montes, etc.
Dentro uno puede encontrar, en un patio precioso, placas conmemorativas a cantaores que son historia y escuela en la ciudad: como Manuel Torre, que siendo jerezano de nacimiento el impacto que tuvo en Sevilla durante toda su vida como fuente de la que emanan muchas épocas del flamenco, Tomás Pavón o Manuel Vega «Carbonerillo», que como Márquez y muchos otros reciben su nombre por su oficio. Además de una estatua conmemorativa a la base, el espíritu de esta Casa, Pastora Pavón, la «Niña de los Peines», realiza en su nombre conferencias y diversas actuaciones. Habitúo siempre que puedo a venir en la tarde de los jueves a las tertulias de aficionados que organizan, y en la medida de lo posible cuando cantaores como el «Vareta» y «Cancanilla» se personan en esta Casa-Hogar-Mundo del flamenco (Iván Periáñez, 2023). La realidad es que la palabra amateur, semiprofesional, aficionado, tiene esos tintes indeterminados que no aciertan a explicar ni da el valor a los «cantes» que realizan en estas reuniones y mucho menos a los aires y el temple de Márquez «el Zapatero». Muchas veces, en estas reuniones de amantes del cante, encontramos brillantes despliegues por tarantas, tientos, murcianas, fandangos, bulerías, etc. Hay verdaderos artistas que participan de esa conversación interminable en común, y que aun sin ser profesionales hacen del cante-gitano o del flamenco su modo de vida, su forma de ser, saber y sentir. La «profesionalización», como atestiguamos con el ejemplo claro de Jesús Heredia, que trabajó en el campo y en el Molino Vargas, y tantos otros, es una salida, un escape a las duras condiciones de existencia impuestas. Donde la oportunidad de investigar, aprender, profundizar y ser el «cante» mismo, se combina con la de un trabajo del que no comen tantos o casi ninguno, que brinda algo, una poquita de eso tan buscado que llamamos «libertad». Además en el caso de Heredia, natural de Écija y perteneciente a la comunidad Romaní peninsular, no es tanto una huida como una superación de dominaciones, exclusiones…
No hace justicia, como explicaba Pastora Filigrana1 antes de comenzar el homenaje, porque en el caso de Jesús Heredia «es un recuperador de melodías que se perdieron en el tiempo» o en el de Márquez, que «ejerce como consolidador, crisol-catalizador, cristalizador de las creaciones de admirados amigos y compañeros», sino porque ellos mismos tienen o son una sonoridad concreta-múltiple. Esto es como un topo-ritmo, o sea «que refiere a la localización de las ontologías, sonidos, silencios y memorias que procuran singularidad sonora, rítmica y expresiva de ese cante, canción o composición, y de estas con respecto a otros estilos comprendidos en cada Cosmosonoridad»2 (Periáñez, 2023, 149). En el ejercicio de no olvidar, nos traen en un disco de 2001 llamado Cantes de Triana, una oda a un recuerdo de un barrio que los apadrinó, acogió y dejó huella en sus entrañas, que recoge los matices -por llamar de alguna forma a la amplia gama de recursos, melodías propias de este modo o modos- trianeros en la toná, la debla, siguiriyas, cantes festeros y la soleá grande de Triana -del Zurraque, del Fillo, de Manuel Oliver, entre otros- como otras personas nos brindan soleares de Merced la sarneta, de Joaquín el de la Paula o la siguiriya de Manuel Torre o de Paco la Luz.
Jesús cantó por tientos y unas guajiras muy especiales y antiguas, mientras que Márquez empezó por soleares de Alcalá, hizo una siguiriya y soleá de Triana, acordándose de sus amigos admirados Antonio «el Arenero» y el «Sordillo». Este «cante» es siempre una potencia inmanente en expansión, sin perder la vista y los oídos atrás, y las variantes y estilos que surgen, brotan, emergen, se entremezclan, mantienen y transforman, que se crean y fermentan en lugares, periodos concretos y con voces particulares llenando de matices melódicos y armónicos, así como de letras específicas y otras adaptadas a esa forma.
Los dos Maestros, como es tradición en la peña, acabaron con un cante «a palo seco» -llamados por la Academia y Flamencólogos como «cantes originarios o primarios»- por toná en este caso. Márquez «el Zapatero» con 94 años de edad y Jesús Heredia con 91, se arrancaron por este cante rudo y fino, potente y suave, donde el silencio, acompañado a veces por un martillo si es un martinete, juega un papel principal y clava el verso en el pecho; los dos, como Maestros que son regalándonos un poquito de su sabiduría. Heredia se acordó de Tomas Pavón con alguna de sus letras, que de hecho tiene grabadas en homenaje a esta figura, y el mayor de los dos, se cantó:
«ay a las rejas de la cárcel
tú no me vengas a llorar,
ya que no me quitas pena
no me la vengas a dar».
Y luego una debla:
«ay en el barrio de Triana
no hay plumas ni tinteros
pa escribirle a mi mare
que hace tres años que no la veo»
Recojo estas letrillas con siglos a sus espaldas por serme conocidas de antemano y por el mensaje que llevan. Este ejercicio -efectivo, afectivo, práctico- de recuperación de eso que parece perdido, pero todavía no…
Cuando criticaba la perspectiva académica que atrapa bajo el concepto de «músicas» al «cante-gitano», lo hacía porque en mi experiencia vital, como dice Iván Periáñez Bolaños en su libro antes citado, Cosmosonoridades, el cante-gitano y la canción-gyu, Espistemologías del Sentir, «más que música corresponden a un corpus que presenta sus concepciones, metodologías, aprendizajes, agentes, historias, instituciones, transferencias y formas de validación» (Periáñez, 2023, 12). Encuadrándolo en ese conjunto que llama «músicas del Sur» y que representan ese afuera, esos límites, los márgenes, la espalda, la cara B, lo Otro -que no es propiamente cultura, que no pasa el examen-, son «saberes, prácticas para la autorepresentación del mundo (pluriversal) o de sus posibilidades y disponibilidades para confrontar las teorías universalistas y el monoculturalismo» (Periáñez, 2023, 12).
Y no solo por el tiempo que requiere para los aprendizajes, los códigos, los símbolos, los ciclos y sobre todo la lucha, una lucha por ser o seguir siendo al menos. Ante una historia no registrada sumida en procesos coloniales de subalternización, de diferenciación, jerarquización, expropiación y por qué no de borrado, censura y olvido. Los intentos continuos de localizarlo geográficamente, tratando de encerrarlo, de delimitarlo de principio a fin, buscar su origen reduciendo sus expresiones múltiples, y de robarlo. La Comunidad Romaní Peninsular -que a veces tanto presumimos de su integración y mestizaje en esta nuestra tierra al Sur del Norte- cuando los marcos, discursos y mitos exclusivistas, clasistas y racializados siguen aún hoy tan dentro sabe mucho de esto. Los intentos perennes de asimilación del Estado Imperialista-Colonial castellano tanto con «los gitanos» como con su cante están ligados a procesos similares o paralelos en todos pueblos de España y en concreto de Andalucía. El pueblo Romaní, como ese «Otro», ha sido considerado enemigo. La historia de este pueblo en la diáspora -en la dispersión múltiple en el espacio y en el tiempo- repleto de persecuciones infundadas y arbitrarias, de tentativas de sumisión de estos bajo las formas del trabajo asalariado.
Como bien atestiguan y profundizan Stuart Hall, Cedrid J. Robinson, Angela Davis y demás investigadores del autodenominado marxismo negro, el nexo entre el capitalismo y la esclavitud es una integral esencial del capitalismo como modo de producción tendente a la universalidad -siempre incompleta- que usa la relación social excluyente Amo-Esclavo como base del sistema de distribución, producción, consumo. De la necesidad de un trabajo no regulado, indeterminado y relativamente oculto, tanto en centros y periferias como en sures y nortes. Como de hecho vemos en la imposición del trabajo en las minas, en los campos y su papel en las guerras hegemónicas (la de Secesión por ejemplo) como la energía, el motor vivo de las galeras. Sus persecuciones a menudo por su rechazo y negación a asimilarse, perder su cultura y sus modos de relaciones sociales; quizás por ser recuerdo inmediato de otra sociedad que éramos, que además aquí abajo nos habían arrancado de cuajo sin comerlo ni beberlo. No quiero pararme, puesto que aquí no es el lugar ni el momento, en un recorrido histórico, arqueológico, genealógico de la llegada y experiencia del pueblo romaní a la Península; como tampoco puedo pararme en las infinitas determinaciones y momentos en el mercado mundial y el desarrollo y conformación del sistema-mundo y sus modos de producción relacionados y antagónicos. Pero quizás pueda ser el comienzo, las primeras piedras para ir haciendo camino y profundizar estos términos.
La autodenominación, autoconsciencia, autorepresentación, para mí, juega un papel principal en cuanto a la legitimidad de ciertas formas, nombres, análisis. Un análisis que se precie, que se desee y tenga voluntad de rigor, debe apreciar, profundizar la relación dialéctica entre lo que determina y categoriza bajo «músicas» en sentido mainstream y comercial de la palabra, dentro totalmente de los marcos, tiempos y objetivos del mercado internacional y la industria de la música como institución -en sentido de show, de exhibición y espectáculo, como ejercicio cerrado y repetido, que requiere de medios- efectos visuales y sonoros, atrezzo, coreografías con decenas de bailarines… y de constante actualización y su contraparte popular (barrio y pueblo) como conversación, reunión, encuentro y ejercicio de re-existencia.
El «cante» no puede evitar caer en diferentes momentos, bajo diferentes circunstancias y motivos en estos ciclos y procesos, sin perder los propios, tampoco puede evitar verse transformado o condicionado, aunque planta cara y pelea por no perder el carácter y su semblanza. Es más, debemos saber leer, entender y abrir la brecha de esta pulsión en un ejercicio dialéctico, que dé constancia de la expresión del cante-voz, baile y acompañamientos y sus contradicciones, dentro de ese entramado de producción artística mundial y su expresión afuera o en los límites o los márgenes de esto mismo. Es decir, en sus propios espacios, con sus tiempos, procesos de escucha, silencios, esperas y en un ejercicio de respeto mutuo, que necesita que la intención, la casualidad, la suerte, rejunten y pongan en relación a las y los que tienen memoria.
El lenguaje empleado, aun dentro del saber hegemónico en tanto que Filosofía al uso, todavía no es un afuera aunque trate de apuntar allá. Todavía le debe demasiado a los conocimientos, métodos y formalidades académicas y muy poco a los saberes del Sur y de la experiencia práctica. Seguramente no soy quien tampoco para hacerlo.
Para acabar y enlazar con el final, como hizo Pastora en su intervención, dejo aquí unas palabras de un cantaor llamado Manuel Vera, «el Quincalla», que decía que «están quienes cantan lo que saben y quienes saben lo que cantan». Desde luego Jesús Heredia y Márquez, «el Zapatero», pertenecen a los segundos. De tantas cosas de las que podía hacer mención en este punto final, que es comienzo, me quedo con unas palabras al inicio de un disco llamado Persecución (1976), que puede tomarse ya como un ejercicio de memoria y re-existencia. Juan Peña, «El Lebrijano», ejecutor de las letras de Félix Garrido, es un cante consciente, que sabe lo que canta; que se sabe cultura, memoria y camino. Y este disco, que narra momentos en el recorrido del Pueblo Romaní en esta Península, es una joya tanto por la brillante ejecución, como por el contenido en el grabado. En el comienzo, Félix recita acompañado por un coro, un poema que no tiene pérdida:
«Remotos, con la mirada somnolienta
por la nada del horizonte
Vestidos con colores arrogantes
y envueltos en la música
del Himno pobre e infinito
que forman el chirrido de sus carretas
y los cascos de sus caballos,
solitarios y juntos,
entran en estas tierras
por la infancia del siglo quince
¿ de dónde vienen
tan extraños, tan orgullosos ?
Mientras esas muchachas
les dan teta a sus crías
los ancianos más impasibles
otean estos nuevos caminos
preguntándose
el precio que aquí habrán de pagar
por seguir siendo
lo que han sido siempre :
aves de paso, forasteros, intrusos.
El patriarca del clan
escruta entre las grietas del paisaje
y piensa que su tribu,
aquí como en cualquier otro territorio del mundo
no habrá de renunciar por nada a su patria profunda:
una vieja costumbre a la que llaman
¡ LIBERTAD !»
- Pastora Filigrana es una Abogada laboralista y sindicalista, militante anarco-feminista, gitana y trianera, autora de un maravilloso libro llamado: Los Gitanos y el Sistema-Mundo (editado por Akal). ↩︎
- Periáñez Bolaño, Iván, Cosmosonoridades: cante-gitano y canción-gyu. Espistemologías del Sentir, Madrid, Akal, 2023, 149. ↩︎