Una visión de la poesía visual

Xavier Bou

Se dice que la poesía visual es la que discurre siguiendo «esa» línea que separa la poesía tradicional con el mundo de la imagen y de la plástica. Pero, de hecho, más que una línea es una zona de límites difusos, donde se incluyen, combinan y mezclan elementos de uno y otro lado. Es, pues, un país sin fronteras marcadas, pero en cuya diversidad se reconoce una sensibilidad común.

La poesía visual suele ser un género artístico de rápida «lectura», pero no por ello superficial, pues de hecho siempre invita, o al menos eso pretende, a la reflexión y a un juego de complicidad con el espectador. Para su plasmación, el «artista» utiliza, por lo general, el soporte que le es propio o el que, en un momento dado, cree mejor para su fin: papel impreso, collage, objeto, fotografía, espacio urbano, naturaleza, digital, correo postal, vídeo, etc. Si bien en un principio estuvo muy ligada al texto, hace ya un tiempo y haciendo honor a su nombre, la imagen o el objeto ha estado cada vez más presente, hasta el punto, en muchos casos, de prescindir de la palabra. El poeta catalán Joan Brossa (1919‐1998), a quien se debe en gran parte la fortuna del término en nuestro país, afirmaba que empezó a hacer poesía visual por «la necesidad de cruzar el límite de un lenguaje y alcanzar un terreno menos codifificado, más universal»; de hecho, ya en los sesenta, trabajó en sus «suites visuales», aunque entonces nominalmente era bajo el paraguas, más genérico, de «poesía experimental», un amplio espacio donde se solían situar las propuestas que se decían de vanguardia.

Si bien la construcción gramatical «poesía visual» es bastante moderna, pues comenzó poco a poco a ser un término más usual en el transcurso de los 70, su concepto esencial se reconoce ya en manifestaciones humanas de la antigüedad, pues no solo tiene su historia sino incluso su prehistoria, como aquella relacionada con la magia del relato de las pinturas rupestres o de los mismos principios de la escritura con los jeroglíficos. Se acepta entre «sus antropólogos» que uno de los primeros en practicar ese «lenguaje visua» fue Simias de Rodas, allá por el 300 A.C., que, en uno de sus caligramas más famoso, El huevo, crea un poema dentro de una forma oval, que además se lee en espiral. Para que luego saquen pecho las vanguardias emergentes. Muchos siglos después, siguiendo ese mismo relato, será el poeta Guillaume Apollinaire, el que dibuje sus poemas como en el aire. Apollinaire hizo esos bellos caligramas que han quedado para la posteridad, pero que también otros autores, en ese mismo ambiente creativo, lo hacían, como nuestro Salvat‐Papasseit o aquel mexicano, hoy poco conocido, Marius de Zayas.

Mi encuentro con la poesía visual fue, como muchos de los que de alguna manera nos marcan en la vida, fruto de la casualidad. Desde finales de los 80 me dedicaba a la Ilustración y a través del trabajo conocí a Xavier Sabater, polipoeta y más cosas, que entonces maquetaba material gráfico para aquellos diccionarios enciclopédicos que se vendían tan bien en la época. Xavier Sabater era un «superviviente», de hecho, era uno de sus apodos, de aquella poesía underground de la libertaria Barcelona de los 70. A parte de la ocupación que le daba de comer, Sabater entonces practicaba eso que ahora llaman «resiliencia» y seguía como podía con sus proyectos alternativos, montando eventos culturales. Siempre fue un gran curioso por la innovación y con el cambio de siglo comenzó a hacer cosas en la Ciberpoesía, animándome a colaborar con él. Descubrí entonces la poesía visual, que me pareció una ventana expresiva perfecta a la hora de desahogar esa frustración vital en la que yo estaba instalado.

Comencé entonces, recuerdo que con gran entusiasmo, mi actividad en ese campo. Pasados los años, creo que en mis obras, aunque también he buscado la belleza, siempre he tendido a utilizar esa «arma visual» de una forma visceral, intentando que el mensaje actuase como revulsivo. Quizás influyeron de nuevo «las circunstancias», al coincidir con tiempos más movidos, los de las manifestaciones antiglobalización, aquellos de «la rabia y los sueños», que cuestionaban el sistema y al teatro de las instituciones, algo que luego derivaría en lo que fue el 15M. Momentos en que ese «artivismo» quería ir más allá de las salas de exposiciones y círculos comunes, y que prefería expresarse en medios y espacios sociales. A modo de autocrítica diré también que, por eso mismo, quizás mi obra ha sido algo discontinua. Pero sigo ahí y no he abandonado las armas (visuales).

Cuando uno abre los ojos a la Poesía Visual, y no es un anuncio, descubre un horizonte lleno de propuestas, de mensajes y de guiños al espectador. Innumerables artistas, de toda índole, se han expresado a través de ella, buscando esa comunicación directa. Sería una lista interminable, pues después de aquellos «clásicos» como el «mestre» Joan Brossa, pero también Guillem Viladot, Antonio Gómez, Gustavo Vega,

J.M. Calleja, César Reglero, Xavier Canals, Ibírico, Fernando Millán, etc., están toda esa infinidad de poetas que han seguido la estela y han ido más allá, aportando su personalidad, como Dionís Orrit, Ferrán Fernández, Isabel Jover, Javier Seco, Jesús Alonso Ovejero, Alex Monfort, Francesc Xavier Forés, Julia Otxoa, Julián Alonso, el popular Chema Madoz, Sergi Quiñonero y más y más… Un larguísimo etcétera, de los que buena parte podéis contemplar su obra en la web Boek Visual (www.boekvisual.com), una auténtica «biblioteca de Alejandría» del género, gracias al fotógrafo y también poeta Edu Barbero, que desde hace años ha conseguido un pequeño, pero valioso espacio semanal, en el programa La aventura del saber de la segunda cadena de TVE.

Joan Puche, poeta y coeditor de la editorial Pont del petroli, me comentó hace años que la poesía visual es muy «agradecida». Se refería al hecho de que, combinando unos pocos elementos, se conseguía un resultado mucho más sugerente y con más potencia que la simple suma de ellos. Otra ventaja que tiene para mí la poesía visual es que de la misma manera que no hace falta ser un intelectual para interpretarla, tampoco es necesario creerse «artista» para experimentar en ella. De hecho, es un campo ideal para practicar el popular «hazlo tú mismo», y prueba de ello es que siempre que se han hecho talleres en escuelas e institutos han tenido éxito, consiguiendo una gran y sorprendente participación del alumnado, pues la poesía visual está realmente al alcance de todos y todas.

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