Pablo Batalla Cueto
Trea Editorial, 2023
Gustavo Alares López
«Y en la revolución pensábamos: un mar cuya ira azul tragase tanta fría miseria». Los versos de Luis Cernuda de Lamento y Esperanza sirven a Pablo Batalla para dar título a su última obra, La ira azul. El sueño milenario de la Revolución.
Pablo Batalla Cueto, gijonés, hijo de la reconversión industrial, de la caída del muro —nació en 1987—, e historiador, ofrece en último trabajo una potente reflexión sobre la revolución. En La ira azul conversan, en recurrente murmullo Walter Benjamin, Karl Marx y Pasolini, pero también Christopher Hill, Stuart Hall, Enzo Traverso, Svetlana Boym o Edgar Straehle. Y del mismo modo, en las páginas de La ira azul se escucha la poesía —unas veces— y los gritos — otras— procedentes de la Asturias minera, industrial y reconvertida; de la Comuna de París; de Petrogrado; de las barricadas de la Barcelona de julio del 36; de los milenarismos medievales y las revueltas urbanas; del hambre de los campos y la miseria de las ciudades, pero también de la dignidad y lucha de las camiseras de Ike. De la alienación del call center y la oficina, de las servidumbres de la uberización. En definitiva, el ensordecedor ruido de Toda esa furia, contemporánea, actual y corrosiva que noveló Isaac Rosa.

Batalla se sumerge en el análisis de la Revolución urdiendo las tramas del pasado y rescatando las voces que en distintos escenarios y tiempos clamaron por un mundo nuevo. Pero en ese mirar el pasado para reconstruir los hilos de la memoria revolucionaria, Pablo Batalla viene a prevenirnos de la nostalgia. De esa nostalgia reaccionaria, inmovilizante, que anquilosa el presente y nubla el futuro. La ira azul nos tramite una memoria del pasado dotada de sentido y continuidad, pero crítica, heterodoxa… benjaminiana al fin.
En La ira azul el autor se dedica a husmear en el estercolero de la historia —en esa ruina del pasado que mira el Angelus Novus de Benjamin—, para señalar lo que «se hizo mal», pero sobre todo «lo que se hizo bien: un libro bien grueso, este de lo que hicimos bien» (p. 146). Porque junto a esa mirada reflexiva vertida sobre las revoluciones del pasado, el libro de Pablo Batalla es en gran medida una apología al futuro por construir. Un elogio a la imaginación, a la invención y al camino que se hace andando, frente al dogmatismo, el fanatismo y los fetichismos varios: «conciencia experimental, pragmática» que el autor ve presente en muchos sucesos revolucionarios del pasado y que cabría recuperar en los momentos actuales. Batalla, entre las sugerentes imágenes que propone a lo largo de la obra, alude a recuperar el espíritu consensual de la Primera Internacional, de extraer lo mejor de las diferentes tradiciones revolucionarias para un objetivo vital y urgente. Porque al fondo de todo se yergue un enemigo sombrío que avanza insolente. Así, la propuesta política de La ira azul renuncia a domeñar la revolución, a canalizarla. En definitiva, desiste a ejercer de vanguardia en favor de la conversación entre las múltiples voces del descontento. Un posicionamiento de claras reminiscencias libertarias que se ven reflejadas en una apuesta política abierta y pragmática, reticente al encorsetamiento doctrinal y a los tótems tribales. Pablo Batalla nos cuenta cómo en el momento actual de transición, de crisis de los viejos paradigmas, junto a la búsqueda de nuevos horizontes emancipadores para seguir caminando —como señalara Eduardo Galeano—, se impone el hacer y el unir en afanes compartidos, de ser «realistas de combate» y sumarse a la guerrilla de la ira azul para confrontar con un enemigo que no ha cesado de vencer.