Dirección y guion: Javier Macipe
España/Argentina, 2023
Paco Marcellán

La fascinación por retratos ficcionales de seres reales cuyo talento es horadado por adicciones, períodos de escasa creatividad o el propio ego, entre otras malas hierbas, se refleja en el cine de manera permanente. Abundan los biopics de músicos acorralados por fantasmas de todo tipo y color. Un atractivo y clásico género que nunca se abandona y que hemos conocido en formato de documental (el de Fernando León de Aranoa sobre Joaquín Sabina, o el indispensable Crock of Gold: Bebiendo con Shane MacGowan, producido por Johnny Depp, basado en la excitante experiencia vital del líder de la banda irlandesa The Pogues, a modo de ejemplo). Pero también en películas como las que tienen por protagonistas a Amy Winehouse (Back to black), Aretha Franklin (Respect), los grandes del jazz, como Charlie Parker (Bird) o ambientados con personajes ficticios como Dale Turner, interpretado por el saxofonista Dexter Gordon (Round midnight).
La estrella azul, ópera prima de Javier Macipe preseleccionada por la Academia del Cine como posible candidata española a los premios Oscar en su 97 edición, explora algunos de los aspectos antes indicados, pero también va más allá. Constituye un interpretación directa y sentida, desde una evidente complicidad emocional, de la vida del músico Mauricio Aznar Müller, líder de la banda zaragozana de rock Más birras, referente del hiperactivo mundo musical de Zaragoza en los años 80 y parte de los 90. Las movidas barcelonesa y madrileña de los setenta y ochenta tienen un contrapunto que ha recibido menos atención mediática, en otros territorios como Euzkadi, Andalucía, Aragón, con un rock alternativo y combativo en el que se detecta una raíz libertaria e impugnadora del discurso complaciente ambiental desde la perspectiva musical. En La estrella azul Mauricio se mimetiza gracias a una actuación magistral de Pepe Lorente y asistimos a un cambio de paradigma musical a través del viaje que Mauricio emprendió hacia tierras argentinas en un período de oscuridad artística y personal. Un viaje iniciático en busca de las raíces de la música popular argentina, que conoció un cierto esplendor en España en los años setenta con Mercedes Sosa, Jorge Cafrune, Atahualpa Yupanqui o los Chalchaleros y que no remitía al tango como referente obligado. La guitarra como acompañante e identidad personal, constituye el eje vital de Mauricio en momentos de reinventarse y resulta deliciosa la escena en la que se fija el árbol como origen de la guitarra y el trino de los pájaros como guía musical.
Una pasión de infancia encendida gracias a un LP familiar lo llevó a tierras cordobesas en peregrinación hacia el Festival de Cosquín y tras la estela de Atahualpa Yupanqui, cuya sencilla casa‐museo, el Centro Cultural Agua Escondida sito en Cerro Colorado, Córdoba, quiere visitar pero que se frustra por razones imponderables. Un encuentro casual en una peña de música popular lo llevará a la vecina provincia de Santiago del Estero, donde pasó una fugaz temporada en el seno de la familia Carabajal. Es entonces cuando La estrella azul muestra las mejores armas narrativas: aderezando la ficción con elementos semidocumentales sumando al reparto a algunos de los miembros actuales de este famoso clan de músicos. Cuti Carabajal se encarga de interpretar a su hermano Carlos, y Demi Carabajal hace de sí mismo, aunque con una edad mayor a la que tenía en aquel momento. La música es la guía de la película y el espectador se emociona con el sentimiento creativo de una comunidad rural que vive con lo indispensable.
Lejos de empaparse de solemnidad, la película construye la afable relación de un maestro, músico que quiere enseñar de manera natural sus conocimientos y prácticas con un discípulo que quiere aprender pese a tratarse de un músico consumado, Mauricio no logra dar con la clave del rasgueo de guitarra típico de la chacarera. Cuando finalmente logra hacerlo, su «Gracias, Sr. Miyagi» es un reconocimiento de la experiencia vivida. En medio de las enseñanzas, que también incluyen a otros miembros de la familia, La estrella azul invita a recoger el sentimiento de un posible romance e incluso la intuición de que el protagonista esté por fin sanando de un pasado reciente con tintes autodestructivos (esa colisión se puede reflejar en «Apuesta por el rock and roll», el mayor éxito de Más birras). Hay que destacar el estilo ligero de la narración, con una cámara que parece seguir a los personajes como si se tratara de un film de no ficción. El baile en una peña o la escritura de una chacarera al pie de un árbol se perciben como instancias emocionales genuinas.
El último acto, que coincide con el regreso de Mauricio a España, parece volver a las estructuras más convencionales de la película biográfica dedicada a la vida y obra de un músico, que ahora debe enfrentarse a la incomprensión de sus colegas y, sobre todo, de los patrocinadores y promotores musicales. La escena de «negociación» con quien prepara las actuaciones musicales para unas fiestas del Pilar en Zaragoza es magistral. Ni siquiera la confirmación de que Héroes del silencio, la más universal de las bandas rockeras zaragozanas, hará un cover de uno de sus temas logra sobreponerlo a un fracaso inesperado: no lograr cosechar lo sembrado en tierras santiagueñas y promover la visita a España de sus maestros musicales chacareros. La escena de Mauricio contemplando el puente Piedra y el Pilar desde la margen izquierda, en el Arrabal, es emotiva.
Una línea de diálogo anticipa el final trágico, a la par que la escena de una intervención frontal del cine dentro del cine. Se trata de una ficción y, cuando el equipo de rodaje se hace presente en cuadro, el personaje pasa también a ser el actor que lo interpreta. El cierre con el equipo de rodaje y los protagonistas argentinos bailando una chacarera es un colofón emotivo y un homenaje a un trabajo bien hecho.
La música, como experiencia colectiva junto a la creación individual que atiende las necesidades de explorar nuevas realidades, tiene en La estrella azul una maravillosa representación de rebeldía frente a una sociedad del espectáculo, en la que el negocio de conciertos, promotores, casas discográficas y descargas en la red olvida a los protagonistas fundamentales: artistas y grupos.