Artículo publicado originalmente en el nº 6 de Agràcia.
Xavier Bou
“Acudid los anarquistas, empuñando la pistola hasta el morir, con petróleo y dinamita toda clase de gobierno a combatir y destruir” (Arroja la bomba, canción revolucionaria, 1932)
La Barricada; me refiero a aquella construcción de adoquines, que más allá de un parapeto que interrumpe el tránsito de las fuerzas del orden, policía y ejército en este caso, es una obra colectiva. Esa arquitectura, muchas veces caótica e improvisada, pero siempre mineral y tangible, hecha para resistir como contrapoder a contratiempo, y en última instancia, como pasó en julio del 36, epicentro y origen generador del poder revolucionario, cuando éste estuvo en la calle, o, hablando de otra manera, cuando el Poder dejó de existir durante unas semanas. Pues la historia, tozuda como es, nos enseña que cuando se “organiza ese poder” y transciende de la calle, el “pueblo”, ese concepto tan escurridizo, deja de tener la fuerza necesaria.
Situémonos en el escenario de aquella madrugada del 19 de julio de 1936, cuando la ciudad de Barcelona comenzó a llenarse de barricadas, una vez que las sirenas de todas las fábricas hubieran empezado a sonar sin pausa, avisando que el ejército dirigido por los oficiales golpistas salía ya a la calle. De hecho era un momento esperado, el del inicio de los combates contra las tropas sublevadas, y ese discurso recurrente, de los que han descrito aquella mañana, como un domingo veraniego de jóvenes dirigiéndose a la playa, contradice o incluso desluce la memoria de esos militantes expectantes que esperaban armas en la Plaza de la República (Plaça de Sant Jaume), o que habían rodeado los cuarteles, para vigilar el movimiento de los regimientos y, a la vez, que no accediera la trama civil, monárquicos, falangistas y demás calaña de extrema derecha, que apoyaban el golpe de Estado.

“Como símbolo movilizador, las barricadas eran una afirmación de la autonomía comunitaria de los barrios proletarios, mientras que, en términos prácticos, jugaron un papel clave en la victoria popular de julio”1. Si bien una mayoría de esas barricadas no tuvieron ese valor estratégico, como recordaba Abel Paz2, en esas primeras horas, sí que lo ejercieron, ya en ese día del 21 de julio, recordado como una gran fiesta revolucionaria. Y aquello a lo que se refieren como “la federación de barricadas” fue en la práctica la plasmación de aquel control revolucionario, que en su inicio se alzaba desde abajo con toda la atomización de la que se parte, cuando los “iguales” se van sumando.
El 24, la portada de Solidaridad Obrera proclamaba: “Barcelona está poblada de barricadas nutridas de defensores de las libertades proletarias /…/ Mucha sangre cuesta a la C.N.T. la derrota del fascismo. Cientos de hombres de nuestras filas han caído frente al enemigo, /…/ Que nadie intente desarmar a los camaradas de la C.N.T. La libertad quedará consolidada por el esfuerzo de nuestros compañeros.”
Y ahí, en esas primeras horas de la madrugada del 19, se erige “nuestra barricada”, la que aparece en las fotos, barrando el paso de la calle Salmerón (la actual Gran de Gràcia) y controlando la calle de las Carolinas y de Santa Águeda. Su ubicación respondía al hecho de que a poco más de veinte metros estaba situado el local del sindicato de barrio de la CNT, en el número 211 de la misma calle. Así pues, la autoría queda clara, por más de que poco después, ya derrotado el golpe en la ciudad, fueran a hacerse fotos la gente de Estat Català y que apareciese en la portada del Diari de Barcelona del día 25 de julio, recién incautado por esos nacionalistas, que desde la “Conselleria de Governació” se habían ensañado con los anarquistas, pocos años atrás.

La “Barricada” brotó pues, una vez más desde el pavimento de adoquines, recuperando la memoria de esa Gracia rebelde e insumisa.
Mientras, el “ejército sublevado” en Barcelona seguía con su plan. Sobre el papel, era muy simple: desde la periferia, donde estaban situados los cuarteles, los regimientos debían avanzar y confluir ocupando los centros neurálgicos y finalmente Correos, Gobernación y la Generalitat.
El jefe de la Capitanía general de Catalunya, en esos momentos, era el general Llano de la Encomienda, que, aunque personalmente no secundó el golpe, tuvo, ante todos los indicios, una actitud equívocamente pasiva. Anulado y esperando que Goded se pusiese al mando, los “sublevados”, seguramente pensando que sería un paseo militar, como había ocurrido en la frustrada revolución nacionalista de octubre del 34 en Catalunya, salieron confiados, con los “oficiales” embriagados con aquel supremacismo patriotero tan militar, con la tropa engañada, y todos, con una generosa ración de coñac. Al menos fue así lo que pasó según las fuentes3 en el “Cuartel de Gerona”, de la calle Lepanto con Travessera de Gràcia, en los límites del barrio.
A las 4 y media de la mañana, al mando del coronel Francisco Lacasa, el Regimiento de Caballería nº 3 de Santiago salía “pie a tierra”. La columna estaba formada por tres escuadrones de cincuenta hombres, a cada uno se le había agregado un grupo de dos ametralladoras al mando de un oficial, y también al conjunto, otro de militares de diferentes guarniciones sin destino definido. Finalmente, los paisanos de la “trama civil”, que con optimismo se calculaba en uno doscientos, no se presentaron, seguramente disuadidos por la vigilancia obrera, que se había organizado en el exterior del cuartel.
Una vez en la calle, la columna fue bajando hasta embocar el Passeig de Sant Joan (entonces Paseo García Hernández) y girando después en la calle Córcega, pues su misión era llegar hasta el cruce de Diagonal con el Passeig de Gràcia, la plaça Cinc d’Oros, y allí confluir con una Batería, con camiones, del Regimiento de Artillería ligera nº 7 de Sant Andreu del Palomar.
Así pues, nuestra barricada, aparte del uso inicial, el de defender el local del sindicato de barrio de la CNT, no tuvo un valor estratégico a la hora de oponerse al ejército en la calle, pues el combate se desarrolló en ese cruce de la plaça Cinc d’Oros. Allí la columna sufrió una contundente descarga, pues, de golpe, la vanguardia de la tropa fue barrida por un nutrido fuego que produjo un gran número de bajas. Varias compañías de Asalto, con un escuadrón de caballería y una sección de ametralladoras, junto a un gran número de militantes obreros, según el fascista Francisco Lacruz4: “una enorme cantidad de populacho armado”, hicieron recular al ejército, que recibió cobijo y hospitalidad en el vecino convento de los Carmelitas, donde, situando varias ametralladoras en la planta baja y en los altos del edificio, barrían la calle segando la vida de cualquiera que pasase por delante, lo que generó un sentimiento de venganza que se evidenció cuando al día siguiente se rindió la posición.
En estos combates participarían sin duda, los militantes de los grupos de defensa confederal, los cuales durante años, desarrollaron una intensa actividad en el barrio, pese a estar sometidos a una particular represión. Ahí estaba, como recordaba él, Antonio Zapata, primer presidente del Ateneo libertario de la calle Encarnación, y muchos otros, hoy personajes anónimos. Fue entonces, con la victoria sobre los militares sublevados, cuando esa modesta barricada se convertiría, buscando geometrías, en uno de los epicentros de la actividad revolucionaria de esos días en el barrio, pues en un radio de escasos cien metros se incautarían varios edificios para las primeras necesidades.
Uno, enfrente mismo del sindicato, en la calle Salmerón 234-236, hasta ahora escuela religiosa y también internado, de las monjas “Carmelitas de la Caridad” (Vedrunas), fue convertido en un “hospital de sangre”5, que es como se denominaba a los hospitales provisionales, donde eran llevados y se atendían a los heridos, víctimas de la guerra en el frente. En la ciudad de Barcelona fueron muchos los edificios religiosos que fueron incautados para tal fin.

En la calle Carolinas, a un centenar de metros, también lo fue un edificio de tres cuerpos, de las “Hermanas de la Caridad”, destinados a residencia de monjas, iglesia y escuela religiosa. La iglesia no fue destruida, pero sí los ornamentos y en esta última, hoy ocupada por la “fundación Pere Tarrés”, se instaló el Comité de Defensa, convertido en el Comité Revolucionario de la barriada de Gracia.
En el congreso de la CNT de 1931, recién instaurada la República, se había acordado la fundación de los “comités de defensa”, para organizar a los trabajadores más comprometidos, que no tuviesen miedo a la hora de jugarse la vida en la defensa de huelgas, manifestaciones, y a seguir las directrices de la organización en un momento dado, siempre dependiendo de la Federación Local. Sin embargo, en esos primeros momentos, cuando se impulsaba la revolución desde abajo, el ejercicio de sus funciones daba a esos Comités Revolucionarios, a pesar de la teórica subordinación, una autonomía de acción, pues ellos eran los que conocían el territorio, el barrio en este caso. Eso duró al menos esas nueve semanas posteriores al 19 de Julio, pero fue disminuyendo hasta la entrada de la CNT en los gobiernos.

Fue en esos días, en que se creía que se había iniciado una revolución sin marcha atrás, cuando esos comités desarrollaron una función básica a todos los niveles. Fueron los que aseguraron la victoria sobre los golpistas, persiguiendo a los “pacos” que durante días siguieron disparando desde lo alto de los edificios. Custodiaron las armas arrebatadas al ejército. Ejercieron una importante tarea administrativa, muy variada6, emitiendo salvoconductos para transitar con seguridad, bonos de comida, vales de todo tipo. Requisaron alimentos, armas, dinero y objetos de valor. Incautaron edificios, que los religiosos abandonaron, y torres y casas de facciosos y burgueses huidos. En ellos se habilitaron hospitales, comedores populares, ateneos, almacenes de abastos, espacios para los sindicatos y escuelas racionalistas. Crearon centros de reclutamiento para las Milicias Populares que marcharon al frente, a quienes financiaron, armaron, y apoyaron ayudando a sus familias.
Otro de los edificios confiscados cercano de nuestra “geografía”, fue el que hoy ocupa el “Cercle de Gràcia”, entonces “Círculo Católico de Gracia”, de la calle Santa Magdalena, 12 y 14. Un centro social religioso fundado en el año 1903 por un grupo de antiguos socios del Centro Moral, que lo abandonaron por considerarlo demasiado laxo. Fueron las Juventudes Libertarias “Rebelde” quienes ocuparon y transformaron el local en el Ateneo Libertario. De hecho, hacía meses que se reunían en el Sindicato de Barrio con la intención de refundar un nuevo ateneo, después que el de la calle Encarnación, debido a las repetidas clausuras gubernativas y la asfixiante represión sobre los militantes que allí se reunían, cerrase definitivamente. Así pues, se iniciaba un nuevo período ateneístico, pero en unas difíciles circunstancias, como eran las de la guerra. El local tenía una gran biblioteca y un “magnífico teatro”, donde se representaron obras de teatro, se ofrecieron charlas, conferencias y festivales, muchos de ellos para recoger fondos, primero para las milicias que luchaban en el frente y sus familias, y después para el centro de Maternología y Puericultura “Luisa Michel”.

Pero fue en 1938, ya un año de derrota, cuando el hospital de la calle Samerón 234-236 dio paso, sin embargo, a un ambicioso proyecto: el Instituto de Puericultura y Maternología “Fundación Luisa Michel”, creado bajo los auspicios del Secretariado de Sanidad del Comité Nacional de la CNT. El Instituto, bajo la dirección del doctor Juan Paulis7, comprendía las secciones de Maternidad, Puericultura, Tocología, Ginecología, y servicios anexos de Otorrino-laringología, Oftalmología, Cirugía infantil y Odontología. Para la época era un centro moderno, con el material necesario: salas de operaciones y partos, gabinete de Rayos X, uno de Terapia Física y un Laboratorio de análisis. Además de todo ello, en un pabellón anexo, estaba instalada la Escuela Confederal de Puericultura, La guardería recogía a los niños durante la jornada de trabajo de la madre, y se admitían desde los 3 meses hasta los siete años.

En ese año de 1938, ya había desaparecido aquel comité revolucionario, de la calle Carolinas, ahora llamada Juan Viñas, en memoria de uno de sus militantes muerto a principios de la guerra. A partir de noviembre del 36 con la colaboración de la CNT en el gobierno central, esos “comités” habían entrado en un letargo, sin ninguna de sus atribuciones iniciales, pero aun así mantenían un rescoldo opositor a la renuncia revolucionaria. Un rescoldo que se avivó en el Mayo del 37, pues fueron los comités de la ciudad los que se rebelaron contra las acciones de exterminio que desde Esquerra, PSUC y todos los aparatos del gobierno, acabaron por enterrar la Revolución. Aún así, algunos militantes de Gracia, aún perseveraron clandestinamente en su defensa desde las páginas del periódico Alerta!, como Ángel Carballeira y Daniel Sánchez.

El Ateneo siguió con sus actividades en ese fatídico año, intentando ser un bálsamo contra el desánimo y las tristes noticias que llegaban del frente. Así, se anunciaba para el 25 de diciembre “un ameno festival benéfico a cargo del propio cuadro escénico, representando la preciosa comedia “La educación de los padres” y una gran velada cómica con los clowns musicales “Juli and Pepi”8.
Un mes después, el 26 de enero, caía Barcelona en manos de Franco, sin apenas oposición, y una parte de la tropa que entró por Vallvidrera, bajaba por esa misma calle Salmerón, nervio central de nuestro relato.
Podríamos haber continuado ampliando en círculos, a partir de aquel hipotético centro: “la Barricada”, elegido e interpretado como un símbolo o un “tótem de clase”, de hecho, una excusa, pero de momento lo dejamos aquí. Ya nos ha servido para iniciar y realizar un viaje en el tiempo siguiendo esas “Geografías Libertarias” del barrio de Gracia de Barcelona.
Imagen de portada: La Barricada
- Chris Ealham, El ‘urbanismo revolucionario’ en Barcelona, 1936-37: clase, cultura y poder. LA REPÚBLICA EN GUERRA (1936-1939). Sessió en Bellaterra (Cerdanyola del Vallès) , 26/05/2006 (Universitat Autònoma de Barcelona). ↩︎
- “Diego”, documental (40 min.), de Fréderic Goldbronn, 1999. ↩︎
- Frederic Escofet, Al servei de Catalunya i la República: La Victoria (19 de juliol de 1936), (Edicions catalanes de París, 1973). ↩︎
- Francisco Lacruz, El Alzamiento, la revolución y el terror en Barcelona, (Barcelona: Librería Arysel, 1943). ↩︎
- A cargo de los médicos Joaquim Alonso, como director, Joan Casademont, como jefe de cirugía y Robert Lechuga como cirujano y médico internista. Solidaridad Obrera, 20 de agosto de 1936. ↩︎
- Agustín Guillamón, Los Comités de Defensa de la CNT en Barcelona, 5ª edición aumentada y corregida, (Alejandría Proletaria, 2018). ↩︎
- Joan Paulís i Pagès (Barcelona, 1884 – 1969), fue un doctor entregado a la medicina al servicio del pueblo. Había sido director de la “Escola Ambulant de Puericultura” y del “Institut Comarcal de Vacunació Anti-Alfa” contra la Tuberculosis. ↩︎
- Solidaridad Obrera, 25 de diciembre de 1938, pág. 2. ↩︎