El anarcosindicalismo enfrentado a sus pretensiones anticapitalistas 1910 – julio 1936

Myrtille Gonzalbo

Texto de la conferencia impartida por Myrtille Gonzalbo, Gimenóloga, en la Fundación Anselmo Lorenzo en Madrid el pasado 29 de mayo con motivo de la presentación del segundo volumen del libro Caminos del Comunismo Libertario1, del que es autora y que ha sido editado por Pepitas de Calabaza y Fundación Anselmo Lorenzo en 2025. El tercer y último volumen aparecerá en 2026.

Después de varios años en compañía de los protagonistas de un proceso revolucionario sin precedentes en la historia, teníamos interés en «conocer como la gente del montón es capaz de hacer una revolución social, y saber el itinerario que habían seguido para un día ponerse a por todas».

Según las palabras de Pere López, amigo nuestro desde 2006, que falleció en abril de 2025.

En esta trilogía intento comprender por qué el movimiento obrero y campesino en España siguió siendo radicalmente anticapitalista, mientras el sindicalismo revolucionario entraba en una fase de regresión en el mundo después de 1914. Tema poco tratado en Francia. Y lo sitúo en un contexto más amplio: el de la relación capital-trabajo en los siglos XIX y XX, con sus ángulos muertos.

Los españoles de comienzos del siglo XX no conocían más que la primera etapa del desarrollo capitalista. Los obreros aún controlaban las destrezas de su oficio, y disponían de cierta autonomía en su labor. Aun profundamente impregnada por «mentalidades» precapitalistas, una gran parte de la sociedad española se mostraba claramente poco dispuesta a renunciar a cierto modo de vida —por miserable que fuese— por otro en el que el tiempo se reducía a engendrar dinero. Franz Borkenau lo constató en 1937: «Sean cuales fueren las concesiones hechas en décadas posteriores a la realidad del creciente desarrollo industrial, el trabajador español no se ha sometido nunca al destino de ser obrero industrial […]. Lo que choca en la conciencia del movimiento obrero y campesino español no es la idea de un capitalismo que se perpetuaría indefinidamente, sino la aparición misma de ese capitalismo».

En mi primer volumen he relatado unos momentos clave del encuentro entre la práctica de los proletarios españoles y las ideas anarquistas durante la Primera Internacional. En el segundo, sigo de cerca los flujos y reflujos del proceso revolucionario que se desplegó en el seno de la CNT. Veremos cómo, y hasta qué punto, resistió a la integración del trabajo vivo en la dinámica de reproducción del capital.

He señalado en el primer volumen la dureza de las polémicas entre anarco-colectivistas y anarco-comunistas, tanto en la práctica como en la teoría2.

Con esta segunda entrega, seguimos el largo periodo de gestación del anarcosindicalismo durante los años veinte. Esa síntesis fluctuante compuesta de sindicalismo revolucionario y de anarquismo fue muy discutida. Dio lugar a fuertes tensiones internas, ligadas a la polaridad entre el posibilismo sindicalista y la intransigencia anarquista, ya observada en el periodo precedente. En consecuencia, el propio término «anarcosindicalismo» no fue reconocido oficialmente hasta 1931, durante el tercer congreso de la CNT.

Y las polémicas continuarán sobre el contenido del proyecto Comunista Libertario.

Con sus múltiples subtendencias, variaciones y confusiones de líneas, en función de la coyuntura y de la personalidad de los militantes implicados, esta fractura tendrá repercusiones en la naturaleza del anticapitalismo de la CNT. Más precisamente, el proyecto de salida del capitalismo de tipo comunista libertario –sin fase de transición, con la abolición del Estado, del trabajo asalariado y del mercado– se enfrentó al revisionismo de una parte de la militancia cenetista. Según estos militantes, la clase «obrera» debía adaptarse al «panorama económico-industrial del mundo», antes de plantearse suceder a la burguesía. Para ellos, el sindicalismo se bastaba a sí mismo, y había que abandonar las «viejas» visiones comunalistas, agraristas y anarquistas.

Por su lado, los anarquistas comunalistas argumentaban así: «El industrialismo obrero es la constatación del “materialismo histórico”, llevado al terreno de la lucha de clases. Y ese camuflaje revolucionario […] debe ser destruido por los anarquistas. […] Si quisiéramos planear la organización libertaria futura, tomaríamos siempre la comuna con ventaja sobre la base industrial».  En Abad de Santillán y López Arango, El anarquismo en el movimiento obrero, 1925.

Hubo muchas otras polémicas cruzadas dentro del movimiento libertario, pero hablaré de este debate entre «industrialistas» y «agraristas» en particular, que aparece de manera evidente en los años veinte y treinta. En mi opinión, merece ser más conocido por su rareza en el mundo laboral.

Presento en mi libro tres momentos decisivos de esta discusión doctrinal, en relación con los tres últimos congresos, vinculándola a las luchas en los lugares de trabajo y en la calle.

Veamos los antecedentes del segundo congreso de la CNT de 1919

Es importante tener en cuenta que, a diferencia del resto de Europa, una generación de trabajadores españoles urbanos y rurales escapó a la matanza de la Primera guerra mundial. Y, claro, muchos de ellos estuvieron presentes en las luchas sociales.

A partir de 1917, la revolución dejó de ser un objetivo lejano, y se convirtió en una posibilidad inmediata.

Al final de la guerra, el constante incremento de los precios, el número de parados y el estancamiento de los salarios3 dieron lugar a una radicalización del proletariado. Como de costumbre, se produjo un choque frontal entre los propietarios, patronos y proletarios, tanto en las zonas urbanas como las rurales. Los años 1918-1921 fueron de los más violentos en términos de conflictividad social.

El congreso de 1919. 450 delegados de todas las federaciones representaban más de ocho cientos mil obreros (la UGT creada en 1879 contaba con 90.000). Se trataron 5 temas principales: la reforma orgánica, la unión del proletariado español, la III Internacional, la orientación ideológica y «el problema campesino». Trato aquí solo de algunos.

La reforma orgánica. Las federaciones y sociedades por oficios fueron sustituidas por sindicatos de ramo único o de industria. Mientras que en las ciudades pequeñas o los pueblos se crearía un sindicato único de trabajadores. Ya no habría dos sindicatos cenetistas en la misma localidad, en la misma rama de producción o de industria

Según Antonio Bar (La CNT en los años rojos): «Esa estructura impuso a la aristocracia laboral la militancia de la mayoría de los obreros no especializados».

Se siguió abogando por la acción directa frente a los «sistemas arcaicos», es decir, todos los mecanismos que recurrían a la conciliación, como la participación en las comisiones mixtas, en las que se habían involucrado algunos militantes como Seguí. De hecho, el Comité Regional de Catalunya reconoció su reciente error en este punto.

Uno de los temas discutidos en el congreso fue este: «Considerando que los aumentos de los salarios traen aparejados mayores aumentos en los precios de consumo, y que, por tanto, nada cambia la situación del proletariado, ¿cree el congreso señalar nuevos derroteros en la lucha social para llegar cuanto antes a la abolición del salario?»

Siguiendo en el plano orgánico,se creó un comité nacional «pro-presos». Hay que destacar el papel desempeñado por los activistas que participarán en estos comités. La solidez y permanencia de esta estructura y el recurso a múltiples formas de «gimnasia revolucionaria» permitieron afrontar la intensa represión padecida por el movimiento. Las campañas de prensa y de solidaridad en favor de los militantes detenidos y sus familias, la preparación de fugas colectivas e incluso de ataques directos a las cárceles, la protección de los militantes huidos, etc., reforzaron la cohesión horizontal del movimiento.

«Se acordó controlar la calidad y la honestidad en la venta de los productos alimenticios, para lo que se aconsejaba establecer laboratorios de análisis en las barriadas y los pueblos». También se habló de crear comités especiales formados por técnicos y trabajadores manuales para estudiar las condiciones de producción de los productos de primera necesidad, y lograr bajar sus precios.

También se acordó «declarar una huelga general de inquilinos a partir del primero de enero de 1920, negándose a pagar los alquileres hasta que el precio de estos fuese reducido al que tenían en 1914».

Para llevar a cabo todas estas tareas, cada federación local debía organizarcomités de distrito en los barrios alejados del centro, una especie de sucursales de las secciones, que se convertirían, en parte, en organizaciones autónomas: «los ojos y los oídos del sindicato en cada barrio».

Esta estructura «a ras del suelo» que apoyaba a las familias obreras permitió ampliar e intensificar el exitoso encuentro del siglo XIX entre las luchas anticapitalistas de barrios y la organización obrera revolucionaria. La CNT se perfilaba como un movimiento de amplio alcance social, que iba más allá de la mera actividad sindical.

El tema del CL.

Este principio fue presentado de forma bastante genérica con las siguientes características: «socialización de la tierra, de los instrumentos de producción y de cambio», y desaparición «del poder absorbente del Estado». Pero no se dio un contenido real al proyecto.

«El problema agrario»

En 1919, los campesinos representaban casi el 50% de la población activa4. Fundada en 1913 por militantes afiliados también a la CNT, la Federación Nacional de Obreros Agricultores era mayoritaria en Andalucía, y Levante, y contaba con 25.000 afiliados en 1918.

Según Antonio Bar, la FNOA fue «calificada de anarcosindicalista porque su práctica anticipaba la de la CNT» .En su congreso de 1914, fue la primera en considerar que la educación y la preparación del proletariado eran las funciones esenciales del sindicato. Y en su congreso de 1917 veía el sindicalismo como un medio, una táctica, con un único fin, la anarquía:

Según Carlos Sanz, «La FNOA desarrolló un sindicalismo revolucionario que en cierta manera fue un soporte importante en los años de suspensión y clandestinidad de la CNT entre 1911 y 1919. […] De la FNOA y de los grupos de afinidad anarquistas se nutren en esos primeros años los sindicatos cenetistas».

Los delegados acordaron que «la desocupación temporal y la emigración a los núcleos urbanos eran unos de los problemas de mayor importancia del sector, desde la perspectiva cenetista». Presentaron la cuestión en estos términos bastante discutibles: «Toda vez que los campesinos […] estando en huelga forzosa […] invadan la ciudad, originan como consecuencia un excedente de brazos, y dan margen a la competencia del precio del salario ».

La Voz del Campesino julio 1932

Considerando que el movimiento de corte industrial «necesitaba complementarse con una acción decidida en el sector agrario», los congresistas decidieron que la CNT debía absorber a la FNOA. Sin embargo, esa disolución corría el riesgo de romper el vínculo entre las organizaciones campesinas, sobre todo cuando el periódico La Voz del Campesino desapareció en ese tiempo (en 1919 tiraba unos 4.000 ejemplares).

A pesar de todas sus luchas en el siglo diecinueve, el proletariado agrícola no era tenido en cuenta en la misma medida que su homólogo. Bar lo comenta así:  « [Tenemos] aquí una manifestación clarísima de la perspectiva urbana, industrialista de la CNT. […] El problema campesino no era tanto considerado en sí mismo, como en íntima relación e interdependencia con el problema del proletariado industrial. »

A partir de 1919, hubo siempre militantes (sobre todo los andaluces) que se quejaron de la falta de voluntad de la CNT para organizar a los trabajadores del campo:

«Si a la vez que en las conquistas de los trabajadores industriales la CNT se hubiera ocupado de la suerte de los campesinos, dándoles la organización que ellos descuidaban […], tal vez hoy la suerte de las ciudades sería muy otra y es seguro que el éxodo de los campesinos a ella no hubiera tenido [tales] proporciones. […] La revolución social ha de tener su mejor apoyo en los trabajadores de la tierra, y estos dos enunciados nos dicen ya lo suficiente para advertirnos de la misión olvidada: la conquista del campo. («La ciudad y el campo», en Acción Social Obrera 1924). [p. 189]».

En conjunto, la política de la CNT de organizar al proletariado agrícola a escala nacional no tuvo éxito. Y en los años 30, la Federación Nacional de los Trabajadores de la Tierra, el sindicato socialista, ocupará el lugar dejado vacío en el campo, sobre todo en Andalucía.

A pesar de eso, en 1919 la CNT se convirtió en la primera organización de masas de carácter revolucionario. Estaba vinculada orgánicamente a los grupos de afinidad, células de base del movimiento anarquista, profundamente arraigadas en la comunidad obrera de los barrios. El objetivo comunista libertario constituirá su «especificidad».

La CNT bajo la Segunda República.

Las coacciones ejercidas por el régimen de Primo de Rivera agudizaron las disensiones entre los sindicalistas revolucionarios, los anarcosindicalistas y la FAI. Esa tercera fuerza derivada del anarquismo específico era partidaria de una estrategia insurreccionalista.

Durante estos años, otros cuatro temas principales habían alimentado encendidos debates teóricos: la esencia política y moral de la acción de la CNT; el verdadero significado de los objetivos comunistas libertarios; la relación entre los grupos anarquistas y los sindicatos; y, por último, el papel del propio sindicato. Una señal de que surgían ahora las cuestiones que tendría que afrontar la sociedad del Comunismo Libertario.

En junio de 1931, se celebró el tercer congreso de la CNT en el contexto del advenimiento de la crisis económica mundial con la asistencia de 418 delegados que representaban a 600. 000 afiliados. Estuvo marcado por una victoria de los partidarios de una revisión de la teoría anarquista (como Pestaña), que lograron imponer la creación de Federaciones de Industria de dimensión nacional. Según esta tendencia, el sindicato, lejos de desaparecer con el capitalismo, tenía que convertirse en el órgano esencial de la sociedad post-capitalista. La moción fue expresamente defendida por Peiró en estos términos:

«El proceso de evolución del sistema capitalista dibújase cada día más por la marcada tendencia a la centralización industrial precedida de una concentración de capitales, y a esa concentración del capitalismo ha debido corresponder otra concentración de fuerza operada por el proletariado.[…] Nosotros tenemos el valor de declarar que el proletariado español no está en condiciones de emanciparse de los amos. La incapacidad para ello emana de la incultura de las grandes masas proletarias, inconscientes de las leyes de la economía. Porque el problema todo de la revolución social está en saber cómo se organizará la máquina económica de la nueva sociedad.»

Según el historiador Antonio Elorza, «Este pesimismo sobre las posibilidades inmediatas de actuación revolucionaria se acentúa al aproximarse el cambio de régimen, hasta transformar el sindicalismo en una teoría de la participación. De los tres factores productivos que considera Peiró –trabajo, capital y técnica– el trabajo se encuentra sometido a los dos restantes. Participación obrera en la gestión capitalista y organización sindical son los dos medios que, a juicio de Peiró, pueden compensar la incapacidad revolucionaria del proletariado español. […] El sindicalismo es, pues, industrialista en la medida en que se ve obligado a adecuar sus comportamientos a las coordenadas tecnológicas y económicas del sistema que aspira sustituir».

Aquí se veía la influencia del anarcosindicalismo europeo que teorizaba una organización social a base de sindicato, y una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo libertario- ver R. Rocker, P. Besnard, C. Cornelissen. Para este sindicalista holandés, se debería posponer hasta un «futuro muy lejano» el cumplimiento del principio «A cada cual según sus necesidades», en la medida en que se quisiera aplicar al conjunto de la sociedad. Además, en función de «la complejidad de los problemas a resolver», ya no era posible proponer la abolición pura y simple del Estado: «La sociedad comunista libertaria tendrá, desde luego, su Gobierno, como cualquier otra sociedad. Lo esencial consiste solamente en saber qué forma tendrá ese Gobierno».

Y para ilustrar esa teoría según la cual «Cada pueblo tiene el Gobierno que se merece», Cornelissen declaraba que «Tomando en consideración el carácter del pueblo ruso, estamos tan ciertos de que el Gobierno de los Soviets no ha podido obrar de manera distinta a como lo ha hecho» (1933).

No es de extrañar que los anarquistas vieran esta teoría como una alteración del «anarquismo auténtico».

En cuanto a la moción aprobada en el congreso «sobre la cuestión agraria y la organización de los obreros de la tierra», todavía no hacía hincapié en la capacidad revolucionaria de los trabajadores rurales. En su lugar, se subrayaban «los obstáculos tradicionales y subjetivos, atraso cultural, instinto de propietarismo e individualismo egocéntrico, que dificulta la captación de las masas campesinas para fines colectivistas».

De esta manera en el congreso se expresaron críticas a la profesión de fe industrialista:

«La lucha que tenemos entablada no se limita ni circunscribe a un mejoramiento inmediato o progresivo de aspecto industrialista, sino que nuestra lucha es decisiva y resueltamente revolucionaria, negadora del orden burgués capitalista. […]. Nosotros no podemos basarnos ni ajustarnos a la estructura económica burguesa marchando a remolque de ella, sino como revolucionarios, a subvertir sus valores».

José Alberola expresó el mismo tipo de desacuerdo resaltando que:

«Los partidarios de la Federación de Industria lo son porque han perdido la fe en el factor fin, y fían solo en el engranaje de la maquinaria. Y yo digo que la máquina no crea fuerza, sino que la consume; y en este sentido creamos una mentalidad refractaria a todo lo que implique mecanizar al individuo. […] Vayamos a la comuna libre. Se trata de destrozar la organización del capitalismo. Tengamos un ideal, que es en definitiva el que viene, tarde o temprano, a ahogar ese engranaje capitalista».

En 1925 durante el incesante debate entre sindicalistas y anarquistas, Abad de Santillán y López Arango ya habían criticado duramente el sindicalismo y lo que llamaban el «industrialismo obrero»:

«La base de la organización sindicalista está en el principio de la centralización industrial y no en la descentralización de esas monstruosas empresas y trusts financieros que destruyen las características de la vida comunal. [Esta centralización industrial] llegaría, después de la revolución, a crear un Estado sindicalista cuyas células estarían representadas por cada una de las ramas industriales, injertadas en el tronco del actual sistema capitalista» (Op. Cit.).  

En definitiva, en 1931 en el seno de la CNT se enfrentaban dos tipos de anticapitalismo y dos proyectos comunistas libertarios, uno de los cuales solo mencionaba marginalmente el papel de la comuna, y ya no hacía referencia alguna a la abolición del trabajo asalariado. Se centraba en la organización del proletariado industrial a través únicamente de la estructura sindical, y relegaba a un segundo plano el papel de las masas campesinas.

Pero los comunistas libertarios «de viejo cuño» no se rindieron. Sintieron también la necesidad de exponer sus doctrinas. De 1931 a 1936, la polémica sobre el papel de los sindicatos se convirtió en una cuestión central en la prensa (La Revista blanca, Estudios, El Luchador). Se publicaron «proyectos de sociedad», y dentro de los más famosos fue el de Urales: Los municipios libres.

Xavier Paniagua expone los argumentos de las dos tendencias de manera muy detallada en La sociedad libertaria: agrarismo e industrialización en el anarquismo español. Nos habla «del agrarismo [como la] ideología dominante del anarquismo español entre 1881 y 1930, basado en el ideal de la comuna agrícola independiente».

Las propuestas de los teóricos agraristas se nutrían de una visión del mundo que se oponía tanto a las costumbres de las antiguas clases propietarias como a las de la burguesía. Basaban las relaciones sociales en el restablecimiento de los valores morales asociados a vivir de la tierra en buenas condiciones.

Era todavía una época y un lugar en los que «la economía» no se concebía como una entidad objetiva e indiscutible, que existiera independientemente de los sujetos. Estos anarquistas veían a los economistas como meros propagandistas del capitalismo. Soledad Gustavo afirmó «No debemos y no podemos los anarquistas cerrar nuestro criterio en los estrechos moldes de un sistema económico».

Tras haberlo considerado como «el germen de una burocracia que ahogaría el instinto revolucionario espontáneo de las masas», Urales aceptó el sindicato como un instrumento de lucha contra el capitalismo, en la medida en que se disolvería tras el hundimiento del capitalismo.

Otros declaraban en Tierra y Libertad (1933) que después de la destrucción del Estado y del Capital sería necesario «impedir que cuando triunfe el sindicalismo no pueda establecerse un Estado sindical con sus camaradas policías, sus camaradas soldados, sus camaradas ministros».

Sobre el tema del trabajo industrial. Aunque la organización científica del trabajo no había llegado a España, tuvo un importante impacto negativo. En Acción Social Obrera de Sant Feliu de Guixols se encuentra el texto «¡Abajo la racionalización!» traducido de la Révolution Prolétarienne en 1928:

«El hombre debe trabajar libre, poniendo toda su inteligencia en lo que está elaborando, sin formar parte de las cadenas de trabajo donde el obrero no puede ya detener su esfuerzo ni un solo instante porque está preso en el engranaje de la máquina. La cadena […] mecaniza el trabajo a destajo. […] No procura ninguna economía de trabajo… por el contrario la aumenta. «Un grupo de sindicalistas».

Y en 1931, en un artículo publicado en Solidaridad Obrera con el título «Las dos formas de fascismo», Abad de Santillán vituperaba el taylorismo y la dominación del proceso de producción sobre el trabajador. Daba como ejemplo la fábrica Ford.

Pero este rechazo de la civilización industrial no era reaccionario ni una forma de rebeldía primitiva, tampoco una reacción luddita. Estos agraristas consideraban que «El hombre liberado de la sociedad post-revolucionaria, viviendo en una distribución igualitaria de los recursos, podría dedicar su tiempo libre a la invención de nuevos mecanismos que facilitaran aún más su vida, sin pensar en lo que supone una organización productiva industrial».

Revistas anarquistas como Estudios contenían análisis de un movimiento conocido como «urbanismo social», impulsado principalmente por el ingeniero y maestro racionalista Martínez Rizo. Defendía «una fuerte alianza […] entre los trabajadores de la ciudad y los del campo, especialmente durante el periodo de transición hacia una sociedad comunista libertaria». Era necesario descentralizar la ciudad y reducir su dependencia del campo. Sugería introducir árboles y huertos y limitar su población (100.000 habitantes en el caso de Barcelona).

En los textos de Urales y Puente también se hablaba de la descongestión de las ciudades y de las industrias, y de la reconciliación con el campo. Se trababa de crear agro-ciudades basadas en comunas rurales. Esta simbiosis campo-ciudad se integraría a su vez en las bio-regiones, «territorios cuyos límites no están definidos por fronteras políticas, sino por límites geográficos como ríos o montañas, y que tienen en cuenta tanto las comunidades humanas como los ecosistemas». Aquí vemos los temas de Eliseo Reclus, uno de los promotores ideológicos del CL. Y claro temas premonitorios: ya en su tiempo Reclus denuncia los desmanes de la agricultura industrial en los EEUU.

Esta forma original de «progresismo» pretendía, a través de la organización comunal, reconciliar también el trabajo manual y el intelectual, y controlar un cierto uso de las máquinas, todo ello con vistas a trabajar menos y de forma más agradable:

«En la «comuna libre […] hagamos por estructurar la nueva vida a base de un reparto proporcional de las fuerzas motrices y los instrumentos mecánicos realmente útiles. […] Es decir industrializar en lo estrictamente preciso los productos que requieran una vida simplificada en la cual las necesidades del espíritu tengan más espacio y tiempo para su cultivo». En Tierra y Libertad 18 de julio 1931.

El planteamiento comunalista rural consistía en combinar la fe en la ciencia, el progreso y la razón con el rechazo del modo de producción capitalista.

De hecho, nacido en la ciudad, el ideal agrarista fue alimentado en el siglo diecinueve por los anarquistas urbanos. La mayor parte de la teoría comunista libertaria producida antes de 1930 circuló en Cataluña, donde el movimiento obrero anarquista era el más importante, y el que más teoría había leído.

Tal vez pueda resultar paradójico que el sesgo agrarista se concentrara en la región más industrializada. Así lo comenta Paniagua: «No puede decirse […] que el anarquismo en Cataluña constituya la expresión ideológica de un campesino sin tierra, o del pequeño propietario».

En realidad, el discurso comunalista vinculaba los desequilibrios provocados por el desarrollo industrial, las condiciones de trabajo y de vida, al problema de la tierra, y a la importancia estratégica de resolverlo. Para los proletarios urbanos, el modo de vida en la aldea representaba una «defensa ideológica», y un proyecto en el que apoyarse para justificar sus reivindicaciones. Además, decía Paniagua, «la agricultura representaba […] una seguridad y una libertad en el trabajo que no daba la industria, […] actividad monótona y sin creatividad propia».

La batalla estratégica e ideológica entre las corrientes industrialista y agrarista duró hasta 1936, pero hubo muchos indicios de que el comunalismo estaba perdiendo terreno. De hecho, la primera se vio reforzada con los escritos de Abad de Santillán.

En 1933, rompió radicalmente con la esperanza que había depositado en los movimientos insurreccionales impulsados por los trabajadores del campo. Desde luego invitaba a los proletarios a identificarse con el aparato productivo existente, y a someterse al ritmo de la industria moderna.

Si para los agraristas, capitalismo y sociedad industrial eran consustanciales, Santillán proponía por su parte recuperar la maquinaria industrial de las manos de la burguesía:

«El capitalismo cae porque no puede adaptarse a la técnica moderna. El mismo para el proletario que para la burguesía vale esta comprobación: o se reconoce el imperio de la técnica y se acelera la adaptación a ella o se sucumbe. Nosotros creemos que el proletariado comprende mejor y está más preparado para esa adaptación que la burguesía».

Este teórico que había condenado el taylorismo llegó incluso a concebir una especie de materialismo histórico5 en el que el desarrollo técnico acababa convirtiéndose en el único motor de la historia. Eso se había notado también en los argumentos de Peiró.

En 1937 Abad de Santillán escribirá:

«El mito de un proletariado forzosamente revolucionario es una invención de los no proletarios. [Hoy] el maquinismo moderno pesa más que el proletariado en la creación de la plusvalía.»

Y en ese sentido, al igual que Lenin, Santillán ensalzará las virtudes de «la taylorización, que suprime los movimientos improductivos del individuo». Sostendrá que en la fábrica Ford, «suprimida la especulación, mejor atendida la salud del personal, aumentados los salarios, se obtienen mejores resultados que en un establecimiento minúsculo en Barcelona». En la agricultura, proponía colectivizar las grandes propiedades y los minifundios. Así el campesino se convertiría en obrero agrícola y adoptaría el mismo ritmo de producción que el obrero industrial.

Siguiendo su lógica, Santillán defendió «la evidente necesidad de una economía planeada», y promovió un «socialismo libertario» más avanzado y cualitativo que el de los marxistas, según él, ya que no era «autoritario». Consideraba que sus escritos debían contribuir «a superar el infantilismo del comunismo libertario basado en las llamadas comunas libres e independientes propugnadas por Kropotkin y otros», y a liberar radicalmente a los anarquistas de su mentalidad preindustrial.

Desde ahora, la mayoría de sus textos apelaban al realismo los militantes «obsesionados por el comunismo libertario».

Por último, para el futuro Consejero de Economía de la Generalitat, las «necesidades» inculcadas por el capitalismo se imponían como «necesidades» de los trabajadores:

«El bienestar no se realizará más que en un régimen de perfecta cohesión económica y de intensa aplicación de todos los conocimientos técnicos y científicos de que disponemos y que serán multiplicados en un próximo futuro. No hace muchos años, un automóvil era una rareza que provocaba el asombro y la envidia de las poblaciones por donde pasaba. Hoy es un vehículo casi proletario, ineludible en el estadio de cultura a que hemos llegado, y debe ser al alcance de todos, de absolutamente todos los habitantes de un país que lo necesiten.»

De este modo, una sociedad todavía muy agrícola, y bastante poco colonizada por el «espíritu del capitalismo», era invitada a librarse del capitalismo pasando al productivismo y al consumismo, es decir, en realidad, pasando de una etapa de desarrollo capitalista a otra. Y en este proceso era determinante una concepción económica del mundo centrada en el trabajo industrial.

Pero Abad de Santillán subestimaba el proceso capitalista: este saldrá de su crisis con un poderío productivo decuplicado, y condiciones de trabajo más intensivas. La mecanización del trabajo reducirá aún más el saber-hacer obrero, que hasta este momento se enfrentaba a la fuerte resistencia de los trabajadores.

En mayo de 1933, la renuncia al comunismo libertario fue puesta de manifiesto por el treintista catalán R. Fornells:

«El sindicalismo se basta a sí mismo. […] ha hecho una revisión de los valores del anarquismo […]. Si el anarquismo quiere ser útil a la sociedad ha de revisarse y comprobar que el hombre de sus realizaciones no existe, y que la organización del a sociedad (política y económica) no puede ser aquella que se concibiera antes de la revolución industrial».

Otra vez aparece la desaprobación de la mentalidad preindustrial.

El intento de síntesis de Puente

Gracias a este médico vasco, faísta, se reanimó el proyecto CL de manera espectacular. Elaboró en 1932 un programa detallado, único en la historia, que combinaba el municipalismo comunal con el arraigo sindical. Difundido en más de 100000 ejemplares, fue muy leído y discutido por la base del movimiento.

Decía: «España, que parece ser la nación más preparada para comenzar a vivir el Comunismo libertario, se dispone a predicar con el ejemplo».

No proponía un modelo único: «Viviendo en comunismo libertario será como aprenderemos a vivirlo. Implantándolo es como se nos mostrarán sus puntos débiles y sus aspectos equivocados».

En este proyecto, la comuna libre será el elemento fundamental de la organización rural, ya que representa «una institución espontánea, y arraigada, común a todos los pueblos». Los obreros de la industria utilizarán el «sindicato, donde hoy se agrupan espontáneamente los obreros de las fábricas».

Sobre el tema del trabajo, Puente reactualizaba el principio fundamental del Comunismo Libertario:

«Abolición del salario: Cada productor o cada hombre inapto tiene derecho a consumir con arreglo a sus necesidades. A cada uno según sus necesidades. Esta fórmula de la nueva justicia distributiva solo puede resolverse equitativamente por la abundancia y haciendo posible que […] cada uno tome lo que precise […]; pero habrá que aproximarse a ella todo lo posible, mediante el racionamiento de aquello que escasee».

Añadió algo muy importante: «El intercambio de productos entre las localidades se hará sin equivalencia de valor, se da lo que sobra. Se toma lo que otros ofrecen y se necesita. La noción de valor es extraña a la economía libertaria, por lo cual tampoco es precisa la medida del mismo, representada por la moneda a la que bien puede llamarse manzana de la discordia».

El cultivo de la tierra se hará en común, para permitir el uso de la maquinaria, a fin de liberar al hombre de la jornada extenuante […] dándole la posibilidad de instruirse y de mejorar su condición.

«La industrialización y la maquinaría son imposiciones del siglo, que deben convertirse en beneficio del hombre y en alivio de la necesidad de trabajar».

Dos comentarios: Puente fue sin duda el único teórico en aquella época en España que rompió explícitamente con el cálculo del tiempo de trabajo del hombre, fuente del valor capitalista, tan denostado por Kropotkin y los primeros comunistas anarquistas. Así no caía en la fetichización del dinero.

Para «justificar» su opción industrialista, Puente escribía en 1935:

 «El industrialismo impone una mayor disciplina de trabajo, porque al mismo tiempo ofrece un grado mayor de satisfacciones (disminución del esfuerzo, útiles de trabajo, abundancia de artículos etc.) […] A los que vivimos hoy, no nos queda más remedio que reconocerlo. […] Quienes sean psicológicamente refractarios al trabajo industrial, tienen como derivativo el trabajo en el campo y otras muchas ocupaciones compatibles con el artesanismo».

El congreso de mayo 36

Asistieron 649 delegados con casi 600 000 afiliados. La adopción de la «concepción confederal del Comunismo Libertario» fue un acontecimiento de gran magnitud en una Europa donde reinaba la contrarrevolución en todas sus formas.

La moción sobre el Comunismo Libertario fue redactada de manera sintética por una comisión formada por E. Carbó, F. Montseny, J. García Oliver y el trentista J. López, sobre la base de resoluciones presentadas por diversos sindicatos barceloneses, y publicadas en la Soli en abril de 1936.

Dos de las resoluciones se situaban en las antípodas: la del Sindicato de Profesiones Liberales, redactada sobre todo por Urales y la del Sindicato de Artes Gráficas, inspirada en el trabajo de Abad de Santillán: El Organismo económico de la revolución.

Las Juventudes Libertarias de Cuatro Caminos en el Congreso de Zaragoza de 1936. Foto: CNT Madrid

El preámbulo comenzaba mencionando la existencia de dos corrientes y la voluntad de reunirlos: «En el seno orgánico de la C.N.T. se agitan, con dinamismo bien marcado, dos maneras de interpretar el sentido de la vida y la base de estructuración de la Economía post-revolucionaria. […] [se] ha debido buscar la fórmula que recoja el espíritu y pensamiento de las dos corrientes, articulando con él los cimientos de la vida nueva».

Continuaba así: «La revolución debe cimentarse sobre los principios sociales y éticos del comunismo libertario: a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus fuerzas. Socializada la riqueza, las organizaciones de los productores se encargarán de la administración directa de la producción y del consumo.[…]

[Una vez] establecida en cada localidad la Comuna Libertaria, pondremos en marcha el nuevo mecanismo social. Los productores reunidos en sus Sindicatos y en los lugares de trabajo, determinarán libremente la forma en que éste ha de ser organizado.

[…] En la carta de productor se registre el valor del trabajo por unidades de jornada: constituye el principio de un signo de cambio para la adquisición de productos.

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Este texto se inspiraba en parte en el programa de Puente, pero no mencionaba explícitamente la abolición del trabajo asalariado, ni el principio del intercambio de productos sin equivalencia de valor, es decir, no ajustado al tiempo de trabajo (categoría fundamental del capitalismo). La fórmula de una «tarjeta de productor» con unidades de jornada de trabajo dejaba la puerta abierta a una forma de «trabajo asalariado colectivista» (ver volumen 1).

Aunque no se olvidaba al sindicato, es innegable que el texto concedía un lugar privilegiado a los fundamentos individualistas y comunalistas del movimiento (ver el párrafo «organización de la nueva sociedad tras la ruptura revolucionaria»).

Disponemos de los comentarios de Santillán, profundamente decepcionado por la profesión de fe comunalista de los delegados en el congreso:

«Nos habla de todo, y en parte con exceso de detalles, menos de la organización del trabajo. […] El comunismo libertario es una vieja doctrina que tiene su definición históricamente fijada, como la tienen el colectivismo, el mutualismo, el individualismo. […] Lo que hacía falta, pues, no era una definición del comunismo libertario, que apenas merece unas líneas. […] Lo que hacía falta era exponer las posibilidades que se ofrecen en el momento actual en España, con sus hombres, sus recursos, su naturaleza. […] Si se parte del lugar de trabajo, están de más las comunas autónomas». (En Tiempos Nuevos, 1 junio 1936).

En 1965, en Buenos Aires, volvería sobre este episodio en los siguientes términos:

«En el congreso […] se presentó un proyecto inspirado en las ideas de mi libro […]. Pero como no estábamos presentes en Zaragoza, se adoptó el proyecto preparado por Federica Montseny sobre la base de un folleto de Isaac Puente. […] Y como ocurrió que poco después [en julio de 1936] hubo que poner en práctica nuestras previsiones y anticipaciones. […] el primer paso era elevar el nivel industrial y agrícola del país; nos sentíamos capaces de dar este impulso, pero a través del instrumento de que disponíamos, la organización sindical, y no a través de las idílicas comunas libertarias de nudistas y de practicantes del amor libre (Carta de Santillán à Daniel Guérin, 10 de julio de 1965)».

Tras el Congreso hubo un cierto desfase entre una parte del aparato de la CNT-FAI y la mayoría de sus bases representadas por los delegados que votaron a favor de la moción.  Según Jacques Maurice «Tras lo ocurrido en Zaragoza, la dirección de la CNT, ahora con sede en Madrid, apenas se preocupó de crear las condiciones para una revolución agraria. Su principal objetivo era, ante todo, reequilibrar las fuerzas revolucionarias en las zonas urbanas, para contrarrestar a la UGT, que había sido reforzada por los comunistas».

Mientras que por su lado, el Comité Regional de Aragón envió inmediatamente oradores anarquistas a los pueblos para reconstituir los sindicatos campesinos, con el apoyo de Cultura y Acción. Fueron acompañados por jóvenes libertarios urbanos que crearon ateneos y escuelas racionalistas, bibliotecas.

El 20 de julio de 1936, anarquistas y anarcosindicalistas que habían participado en el derrocamiento del Estado consideraban que la situación estaba madura para la abolición completa de las estructuras del capitalismo, y para la puesta en marcha del Comunismo Libertario.

Pero a nivel nacional la CNT exigió no proclamar el CL. Como se sabe el Comité Regional de Aragón desobedeció, y es en esta región donde se experimentó, durante casi un año, un anticapitalismo bastante consecuente.

Conclusiones

Nos parece que el abandono del proyecto comunista libertario por una parte de la militancia CNT-FAI derivaba fundamentalmente de opciones y estrategias fijadas antes de julio de 1936. Recuerdo lo que escribía Mintz (en Á Contretemps, n.º 10, 2002): «El organismo económico de la revolución anticipa, en ciertos aspectos, la actitud del movimiento libertario durante el proceso revolucionario español. Por ejemplo, justifica de antemano la línea táctica de la unidad antifascista: el “circunstancialismo”. Desde este punto de vista, El organismo —reeditado en 1937 y 1938— fue utilizado a menudo por los dirigentes de la CNT y de la FAI durante la guerra civil para legitimar su línea de acción. […] [Se] puede resumir así: reforzar el bloque antifascista y aplazar la revolución».

Como es bien conocido, Abad de Santillán fue Consejero de Economia de la Generalitat de Catalunya en septiembre de 1936. Se interesó por la economía, pero se sometió a sus «leyes», y concibió un programa de reconversión del anarquismo con el fin de adaptarlo a la «ineludible» sociedad industrial. Peiró fue ministro de Industria en el gobierno republicano desde noviembre de 1936. Proclamó en agosto de 1936: «La economía general es una; que interesa por igual al capitalista y proletarios».

Hoy vemos que el modelo técnico, totalmente imbricado en el modo de producción capitalista, se ha convertido en una necesidad absoluta. Estado, capital, tecnología están totalmente agregados. En retrospectiva, se puede apreciar la desconfianza que los anarquistas agraristas habían manifestado hacia la sociedad capitalista-industrial.

Para participar en el debate sugerido por Miguel Gómez, (La CNT y la nueva economía, Fundación Anselmo de Lorenzo, 2024) quien escribe:

«En nuestra época vivimos ante la certeza de una crisis ecológica provocada por el cambio climático. Está claro que se requiere tener un plan, una alternativa. El anarcosindicalismo actual lo tiene. Es capaz de gestionar la economía y de pilotar el descenso en picado al que nos dirige el capitalismo. […] Tener claros los ejemplos históricos sirve para que nuestras organizaciones tengan una base teórica desde la que pueden partir iniciativas futuras».

Pues se podría empezar por la crítica del control obrero CNT-UGT en Barcelona de 1936 a 1939, cuando los sindicatos restablecieron el trabajo a destajo, las primas, la disciplina en la fabrica. Se hizo un elogio del trabajo industrial, del taylorismo, del estajanovismo, del carnet profesional.


  1. https://fal.cnt.es/producto/los-caminos-del-comunismo-libertario-en-espana-1868-1937-segundo-volumen/ ↩︎
  2. https://fal.cnt.es/producto/los-caminos-del-comunismo-libertario-en-espana-1868-1937/ ↩︎
  3. El jornal diario era de 5,04 ptas para los hombres y 2,20 para las mujeres en 1920. ↩︎
  4. Hasta los años treinta, las cifras de la población agrícola en la España meridional eran: un 65,6% de braceros, un 12,8 de arrendatarios, y un 21,6 de propietarios; mientras que, para el resto del país eran respectivamente 33,2%, 14,4 y 52,4. ↩︎
  5. En cierto modo, este materialismo se alineaba con el marxismo mecanicista de Engels:
    España es un país muy atrasado industrialmente y, tanto, no puede hablarse aún de una emancipación inmediata y completa de la clase obrera. Antes de esto, España tiene que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos» (1873).
    ↩︎

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