Descontrol (2024)
José Luis Terrón
Cuál es el propósito de la La viralidad del mal? A grandes rasgos se podría decir que se trata de un libro en forma de manual que pretende explicar el internet de las grandes tecnológicas y los males que derivan de sus actuaciones, a la par que nos invita a pensar otras maneras de habitar internet. La obra, firmada por Proyecto UNA1, es, por tanto, una explicación, una llamada de atención y una vindicación.
La viralidad del mal ni es un libro tecnófobo ni abunda en la tecnofobia. Como se escribe en la obra en repetidas ocasiones, se ha pasado de una postura un tanto naif sobre ese internet que iba a cambiar el mundo para bien a un internet que parece ser el mal, en sí mismo, de gran parte de los problemas que nos acucian: del tecno‐utopismo a la distopía digital. La viralidad del mal, así como niega el solucionismo tecnológico critica el determinismo tecnológico. ¿Podemos deducir, por tanto, que se encuentran en una posición intermedia? Para nada, esa es una pregunta incorrecta; Proyecto UNA pretende, con esta obra, que conozcamos internet y sus prácticas, contextualizadas en intereses políticos y económicos, y lo hacen con profundidad, concisión y sencillez. A pesar de los muy numerosos temas que tratan, la estructura del libro y su escritura permiten que el libro, bien documentado, sea asequible, agradable de leer y no pierda nunca el interés.

¿Cómo está concebida la obra? Como un monólogo de apartados cortos (4 o 5 páginas centradas en un tema) que siempre derivan en un siguiente apartado que completa, extiende o trasciende el tema del apartado. Así, el libro se deja leer en cada apartado o en la imbricación de apartados. De esta manera, el lector puede leer con diferentes ritmos el texto, porque si algo tiene la obra es su carácter didáctico y no solo divulgativo. ¿Con qué fines? Que el lector sepa, entienda, tome conciencia y se anime a actuar, a construir de nuevo internet.
Proyecto UNA nos recuerda que estar en internet es una forma más de estar en el mundo; para ellas la contraposición entre mundo virtual y mundo real conllevaría que lo que pasa en internet es irreal (un internet que no es evanescente, sino que tiene una materialidad física) y subrayan, en contra de algunas voces, que apagar nuestra existencia online no es otra cosa que claudicar. Para las autoras, percibir la tecnología como un ente omnipotente y neutral nos distancia de «entender la complejidad del mundo, y por lo tanto de imaginar futuros en los que lo digital esté al servicio del pueblo» (2024: 65).
Proyecto UNA aboga por una nueva apropiación de internet, o sea, recuperar la soberanía digital, que todos, por activa o por pasiva (y mucho por comodidad) hemos ido dejando de lado. No se trata de otra cosa, frente al determinismo tecnológico, que de tomar decisiones propias sobre el uso de la tecnología. Así, nos dicen que no «podemos ver la tecnología como un poder superior con caprichos propios que escapan a nuestra comprensión. Tampoco como un monstruo que devora nuestra humanidad o exige sacrificios para paliar su hambre. Internet es un espacio, una infraestructura, un lenguaje y una cultura, y en todos estos ámbitos existe la agencia humana. Tenemos margen de actuación, dentro y fuera de la web, para diseñar y llevar a cabo el mundo que queremos habitar» (op. cit, 275).
Frente a la lógica capitalista del crecimiento infinito (y de su monetarización), abogan por un internet útil y emancipador, que sea federado e interoperable, «en el que existieran pequeñas comunidades capaces de autorregularse. De decidir con quién quieren relacionarse y de qué manera, estableciendo sus propios consensos y autogestionando su moderación de forma efectiva y sostenible» (op. cit, 269). Leyéndolas parezca que nos retrotraemos a ese internet libertario del que se nos habló décadas atrás, solo que con fundamentos más sólidos de cómo construirlo o de contra quién (o contra qué) construirlo. Experiencia y conocimiento (sin disociarse) marcan el rumbo.
Por supuesto, en Proyecto UNA antes escriben de los males de internet, de la mediatización de las Big Tech, de la construcción y finalidades de los discursos de odio («minar o cuestionar los derechos o la existencia de los más vulnerables», op. cit, 33), de los bulos, de las teorías de la conspiración, de las violencias digitales o de ese encasillar la libertad de expresión («en aquello que podemos decir en esas aplicaciones y webs cada vez más hegemónicas la haremos depender de los intereses empresariales» op. cit, 38), una libertad, que cuando se contempla como absoluta puede significar que los más vulnerables no puedan expresarse o sus palabras se pierdan entre agresiones y desdenes.
Y en esa dicotomía de internet como ágora versus centro comercial, en Proyecto UNA describen la economización de la vida por parte de internet, en la que tiene un protagonismo esencial la mercantilización de las relaciones. A su vez, dedican un espacio al «embudo de la radicalización», la fisicidad digital, la mistificación tecnológica, el engagement, los discursos aspiracionistas, la estrategia de desalojo, la cultura de cancelación, el shiposting (postear mierda), la intimidación, la microfísica sexista del poder, la construcción de sesgos y su consecuencia, la injusticia algorítmica, etc., etc. O sea, todo un despliegue de saberes para que nosotros, los lectores y lectoras, sepamos y seamos capaces de decidir.
Sin olvidar que, para las autoras, la desplataformización no pasa por gestos individuales, por loables que sean: se necesitan gestos y actuaciones colectivas en pro de ese internet en el que poder habitar.
Llegados a este punto, frente a ciertos discursos catastrofistas (que en muchas ocasiones se desenvuelven en la conspiranoia) y a otros que son pura comodidad (como diría Carlo Milani2, ese otro internet conlleva en su desarrollo un esfuerzo individual y colectivo), las palabras de Proyecto UNA nos retrotraen al Julio César de W. Shakespeare, cuando afirma César: «Alguna vez los hombres son dueños de sus destinos. La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, si consentimos ser inferiores».