Rastros, grietas, fatigas, senderos…

Rafael Lopez

Cada día es un poco más tarde. Cada mañana, cada hora, cada segundo es un ya no más, un fue determinado con heridas profundas, llantos, memorias, desapariciones, mártires. El reloj se apunta. La civilización estremecida. La llama que se apaga, los nuevos tiempos que llaman. Las sombras de un pasado, que nunca dejó de serlo, se hacen enormes al punto que parecen dejar de ser precisamente siluetas, reflejos, enigmas, secretos y tinieblas. Acontece.

Los Héroes caen desarmados, las niñas y los niños apenas llegan a serlo. Humos se levantan allá a lo lejos, tras muros, verjas y telones de acero. El hambre campa, la desesperación asola, miradas que no se cruzan. El juego es lo serio, el juego es la vida misma en juego, la lucha por ser, contra el olvido, por no sucumbir. Como siempre fue, desde la memoria datable. Los privilegios se tiemplan, la persecución es la norma. El Dinero es la ley, la esclavitud la regla. Vuelven banderas antiguas, los cañones de acero, los símbolos nostálgicos, las camisas oscuras, los puños se cierran, el poder se prepara.

Los unos en centros de explotación vigilada echando las limitadas horas de sus vidas, otros corriendo buscando refugio en lo que fuera un barrio. Unos sirviendo platos de abundante comida y copas, fregando lo que otros ensucian; otros huyendo en un rincón geográfico plegado sobre si. Unos faenando en el mar, otros lanzándose a él para cruzar este charco que es el Mediterráneo. En la mina, en el campo, en un hotel, en astilleros, en una moto o furgoneta de repartidor, de camionero, de escolta de millonarios, etc. Víctimas en esta partida de ajedrez entre potencias hegemónicas por imponer y tutelar este proceso histórico aparentemente interminable, este bucle distópico de violencia monetizada. De la calma al caos, del lujo a la dominación, del vino al agua.

Casi dos años entre, absurdos, debates institucionales por ver lo que cae bajo el concepto de «genocidio» y lo que no. Si requiere de espacios específicos de confinamiento, de ciertas técnicas intelectuales o prácticas, estéticas, formas ya universalizadas de asesinato y tortura en masa —este fenómeno que se construye por ejemplo a través de malos e intencionados documentales y  los relatos de Hollywood, de la información filtrada y controlada en los grandes medios de masas—, «dando palos de ciego», «pidiéndole peras al olmo» y esperando que el destino providencial lo ponga todo en su sitio; como si hubiera que llevar la cuenta hasta que las cifras fueran efectivamente seis millones para decir: ¡si!, efectivamente era un genocidio tal como el que sucedió en Alemania.

No es más que una estrategia del poder para desviar, ganar tiempo, que se profundicen grietas y que sea ya tarde. Tal como lleva sucediendo al menos, cada tanto en cuanto, desde la formación del capitalismo como modo de organización social de la vida y su desarrollo con apariencia y pretensión de infinitud, global, patriarcal, racial, clasista y colonial. Hoy, precisamente hoy, es cuando hay que recordar a los pueblos indígenas, anabaptistas, comuneros, brujas, herejes, piratas, cimarrones, bosquimanos, pues aun cuando fueron prácticamente sepultados y borrados por completo, representaron posibilidades de vida fuera de esta maraña que hemos dejado hacer con este Sistema-Mundo.

Además del legado de la lucha colectiva contra el poder y sus adaptables formas, a través de diferentes modos de asociación, resistencia, ejercicios de memoria, estrategia, organización —teórica y práctica— sin tener apenas medios. Esa Hidra de tantas cabezas como oprimidos haya, que los buenos de Bacon, Hobbes, Hume y compañía gastaban tinta y dinero en aplacar, ya fueran enemigos internos o externos. Su Leviatán Hercúleo, contra nuestra Hidra «salvaje» y esclava. Ellas sabían algo que nosotras empezamos ahora a comprender.

Dos años pensando sobre la legitimidad de tomar las armas a través de organismos militares —pan y supra estatales casi— para la defensa del territorio, haciendo caso omiso a la reproducción de la industria de guerra y de las farmacéuticas; a la ruptura y vaciamiento del Derecho Internacional.

Años en los que la guerra, asumida ya como fenómeno integral o natural de la existencia humana en la tierra —y no ligada al modo de organización y producción de objetos, subjetividades objetivizadas y las relaciones entre ellos, civilizatorio jerarquizadamente pluriversal—, no es en el «el viejo continente» más que una conversación de mesa, incluso cuando al este de esta frontera imaginaria los cientos de miles se baten, la gente abandona sus casas. Incluso cuando redirigimos toda la producción y la distribución a este mercado de muerte que es la guerra.

No son los pocos inconscientes que corren a romantizar este fenómeno que hace de la muerte la chispa para la autodestrucción. Los mismos que no han sufrido la persecución, el exilio —o se olvidaron— ni la brutalidad policial en sus carnes, que no han cogido un palo, chivatos, abusones, incels y «niños rata» que han visto demasiados documentales del canal Historia o Discovery Channel, o simplemente cualquiera que les salga primero en YouTube.

Vuelven las lecturas de Mann, Spengler, Jünger, Donoso Cortés, Primo de Rivera, Baltasar Gracián, estoicismos deformados, etc., lecturas viciadas de una visión tan humana de la realidad que da miedo. Que quizás nunca se fueron del todo. La moral y virtud del caballero, de la muerte en combate, de una masculinidad inexistente —que al menos era mucho más diferente de como la quieren imaginar—; y que huele a rancios privilegios.

Curioso ver la distancia entre realidades, la contradicción de experiencias; no ya como pulsión agónica entre formas de vida enfrentadas —de forma deliberada— que también, sino en lo que esta gran diferencia conlleva en efecto cada segundo que uno respira. Estar cenando en el casco histórico mientras caen bombas en Gaza, de fiesta entre miles de gentes mientras civiles caen abatidos. Creando mundos lejanos, realidades paralelas, enemigos alienígenas cuando lo impensable desborda ya el presente. Cuando el presente es ya eso que no queríamos ni pensar.

Cualquiera puede ser el instante a partir de «ahora», ese momento des-limitado, horrible, «impredecible». El mayor miedo del saber hegemónico occidental en control, la «gran Ceguera», el error de cálculo, «la barbarie», autodestrucción, el caos, el acontecimiento fundamental, la noche en la que todos los gatos son pardos… y es que volvemos a jugar sin reglas.

Una persecución contra cualquier viviente que sea vestigio palestino, precisamente a fuerza de diferenciar —y hacer de esta diferenciación jerarquía, orden, modelo, sistema, distribución, conflicto y forma natural de la «vida humana en la tierra»— a fuerza de género, de hábitos y costumbres. Allí en Palestina se cruzan los conflictos sociales y culturales que pulsionan en la tierra, atravesada por conflicto racial, nacionales, religiosos, de género, sexo, de clase… no representa, sino es el crisol —uno de ellos— de las contradicciones de esta civilización. Y su existencia tan violentamente descarada, mostrada en directo a los ojos del Mundo, legitima el recrudecimiento de estas guerras periféricas y centrales (civiles o transnacionales), la situación de los esclavos del mundo en el sur global y por supuesto en regiones del Norte global, afianza el Régimen de guerra-que redirecciona todos los flujos, códigos, necesidades, e intenciones.

Precisamente durante la escasa semana que llevo pensando este escrito han pasado tantas cosas y se han polarizado las posiciones aún más entre «grupos sociales» y entre los grandes conglomerados, los Estados-naciones que recurren ya al enfrentamiento directamente. Tan rápido que no hay margen de maniobra. Se aceleran los tiempos de forma vertiginosa mientras se materializa en Occidente la 3ª guerra mundial.

La clase alta, occidentales y aliados, viajando a zonas en conflicto —buen término para invisibilizar la guerra—, países sumidos en dictaduras y diversas formas de gobierno que resultan rentables al capital —a la vez que subyugan a la población— aprovechando la diferencia del valor de tu trabajo con el suyo, del valor de tu moneda que la suya, es como se hace viable este sistema de interconexión de viajeros.

La gran Palestina, hoy ocupada por las fuerzas imperiales coloniales de Israel, se ha convertido en destino turístico para muchos observadores o voyaguer, fenómeno humano bastante proliferante y significativo de este periodo histórico. Así como la guerra entre Rusia y Ucrania ha propiciado de prueba real de combate a múltiples escuadrones fascistas en diversos países y ha motivado a entrenamientos paramilitares de los mismos, lo que propicia su desarrollo y organización. Vemos que la dicotomía presenta los múltiples polos opuestos entre los que se niegan a mirar y los que quieren ver demasiado, siendo partícipes de un dolor sin que les suceda nada.

Un problema, entre tantos, puede ser el hecho de lo complicado que resulta darle la vuelta a ciertos procesos y desarrollos tras ciertos hechos, acontecimientos y fenómenos que se constituyen como impasse, como antes y un después, con huella y trauma. Como ejemplo inmediato podemos pensar en el conflicto India y Pakistán —a nivel religioso, nacional estatal, fronteras, cultura y económico— Taiwán, China y EEUU; EEUU, Israel e Irán…            

Quizás el miedo, la indeterminación del futuro, nos paraliza. No nos deja alejarnos de lo inmediato, del mí y lo mío. Exceso de cuidados del «yo», de la atención propia y la preocupación hipocondríaca por uno mismo, del querer desarrollarse por sobre los demás y a costa de ellos; de la vida como una aventura existencial dada para mí, donde las posibilidades son mis posibilidades. El término autonominado «antisocial», tan de moda en mi generación durante muchos años, precisamente por personas que viven de los beneficios de la colonialidad en sitios muy seguros comparado con la mayor parte del globo, con calles limpias, colegios, urbanizaciones, luz en las calles, agua, hospitales, servicio de recogida de basura, de trenes y autobuses. La despolitización genera esto precisamente, contradicciones absurdas, miradas sobre sí que no están situadas en la realidad que viven, genera olvido.

Por no ver que esos beneficios excepcionales que solo pasan en ciertos lugares de la tierra y que toman por «dado», son precisamente victorias colectivas conseguidas a base de lucha social, lucha por el nosotros. Que son precisamente en otra parte privilegios por sobre otras personas en otros lugares, a los que les debemos honestidad con uno mismo y con ellos. Ser antisocial viviendo en una urbe con los beneficios de la colonialidad europea subsumida al Imperio Yankee, es tener un absurdo. Huir también.

No hay huida, no hay escape posible. Las huellas, ADN, cámaras, sensores, vallas y muros, drones, aviones, carreteras privadas…el campo tiene llave. Huir es retrasar lo que indeterminadamente pero inexorable vendrá, y será peor, pero no porque esto sea así de forma natural o esencial, simplemente porque las decisiones de los avatares, desarrollos y procesos múltiples e híbridos de esta guerra mundial, y las transformaciones del poder en esta crisis del Sistema-Mundo, escapan por el momento a nuestra voluntad.                  

Cuando digo que no hay escape, me refiero a que no hay más posibilidad de dejarlo para después. Que no se puede mirar para otro lado, ni pretender que esto no va conmigo porque nos implica a todos. Nos necesitamos a todas. Seguir de forma rutinariamente mecánica hacia «delante» esperando o dando por sí que va a solucionarse sin implicación no es una opción, nunca lo fue. No hacer nada es dejar a las personas morir, vivir en condiciones terribles, padecer, sufrir explotación de sus cuerpos, el trabajo infantil; creyendo que no te va a pasar a ti. Es dejar que las siguientes generaciones no puedan disfrutar de los montes pues se hayan quemado o transformado, de los lagos y ríos contaminados. No hay huida, pero si soluciones.

Aunque no me aventuraría tanto para dar la solución, como si esta estuviera en mi mano o conocimiento; sí que puedo afirmar que la lucha es el único camino, es el principio. Una forma de estar en el mundo, consciente, crítica y situada, preocupada y activa. La lucha como la auto organización social en contra de este sistema de dominio y explotación impuesto con sangre, la lucha como la forma de generar colectividades que nos ayuden a relacionarnos de otra manera y transformarnos conforme a los cambios que vayan siendo necesarios. No hay más organización que la auto organización, la revolución es la lucha.

No estás sola, hay más como tú. Hay quienes ya están en la vanguardia y sus cuerpos y mentes están plenamente en la lucha. Hay quienes ya van a asambleas, pegan carteles, asisten a las manifestaciones, hacen «piquetes», investigan de forma exhaustiva el poder y sus técnicas e instituciones, incluso tiran alguna piedra y botellas a la policía cuando esta carga, o le joden a estos sus sistemas de comunicación, hay quienes ocupan y dan otra vida a edificios, ya sea para habitar o hacer escuelas y talleres, hay quienes incluso van más allá.  Hay quienes fallecen mientras lees esto por la emancipación de los seres vivos de la tierra, esclavizados a la creación de valor, propiedad, mercancías y productos, mercados…  

Participa de la actividad colectiva que construye tu barrio, tu pueblo, tu ciudad, lucha en la medida que puedas compaginar con demás responsabilidades ¡Esto no es un trabajo!         

Sevilla a 1 de Julio de 2025, durante la Cumbre de la ONU aquí en la periferia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *