Laura Vicente
Historiadora, forma parte de la redacción de Redes Libertarias. Anarquista alérgica a la ortodoxia y amante de la libertad
Hace años que acostumbro a usar el plural para referirme al anarquismo, corriente política que no soporta el singular puesto que su realidad es, y ha sido, diversa y plural. Por tanto, esta reflexión no excluye ninguna manera de entender los anarquismos, aunque si se posiciona en una manera de interpretar las formas organizativas, la acción y la teoría, así como la manera en que estas dos últimas se imbrican.
El anarquismo especifista, corriente sobre la que quiero reflexionar, no es una corriente nueva puesto que la podemos detectar en planteamientos plataformistas que tuvieron su recorrido en el siglo pasado y que han sido, y son, reinterpretados y readaptados en diversos momentos y lugares hasta la actualidad.
El «plataformismo» tiene su origen en la temprana crítica al régimen bolchevique por parte de los anarquismos en cuyo seno no faltaron puntos de vista diversos sobre el modelo organizativo a seguir.
Fue Piotr Archinov, exiliado en Berlín, quien fundó en 1922 un grupo formado por anarquistas rusos en el exterior para, trasladados a París, tres años más tarde, empezar a publicar el periódico Dielo Truda. En este contexto, anunció en 1926 la Plataforma Organizativa, según la cual los males del movimiento estribaban en su desorganización, la vaguedad de sus posturas políticas y la ausencia de responsabilidad. La única esperanza para revitalizar el anarquismo residía en llevar a cabo una unión general de anarquistas, con un comité ejecutivo que coordinara la línea política y la acción; además debía interpretar correctamente el principio del individualismo y apostar por la responsabilidad colectiva. La gran mayoría del movimiento anarquista se opuso a la Plataforma.1
Pretendemos tan solo una aproximación al anarquismo especifista puesto que en las readaptaciones actuales encontramos ciertas diferencias cronológicas y geográficas en las que no podemos entrar porque no es nuestro objetivo analizar cada una de las versiones de esta corriente dentro de los anarquismos. Hemos dedicado, no obstante, bastante atención a los textos de Felipe Corrêa,2 de la Federação Anarquista do Rio de Janeiro (FARJ), organización que trajo de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU) el término «especifismo», que hacía referencia a dos aspectos fundamentales que marcaban la acción anarquista: la organización y la inserción social.
La idea de constituir una organización anarquista no es tampoco novedosa ni excepcional puesto que cuando hay anarquistas que se reúnen para lograr objetivos, hay organización (sea a través de colectivos, de revistas o periódicos, de radios libres, de editoriales, de ateneos, etc.). Sin embargo, este tipo de organización no es en la que piensa el especifismo puesto que consideran que esas organizaciones son excesivamente diversas, múltiples, incoherentes e indisciplinadas. Su modelo organizativo se basa en un grupo cohesionado, o «minoría activa», que para alcanzar sus objetivos necesita responsabilidad y compromiso militante. La «autodisciplina es el motor de la organización», dice Corrêa.
La organización debe plasmar de forma clara y bien definida cuáles son sus objetivos, que diseñarán un planteamiento estratégico que marcará la pauta de la organización. Pero la unidad teórica está incompleta si no le acompaña un planteamiento táctico que marque las acciones a desarrollar para lograr los objetivos estratégicos. Así lo señala Corrêa: «[…] para la realización de cualquier actividad en una organización, debe haber una discusión previa, un planeamiento estratégico que se desdoble, en un planeamiento táctico, con las diversas acciones que la organización realizará».
Este planteamiento tan occidental difunde, desde mi punto de vista, un mesianismo revolucionario de otro tiempo (segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del siglo XX), según el cual las ideas y conceptos deben dirigir las acciones situadas. De ahí que para llevar a cabo cualquier actividad deba haber una «discusión previa», que hoy se realiza a través de seminarios y cursos de «Economía Política Socialista Libertaria» restringidos a militantes de la organización. De estas «discusiones/formaciones» sale la estrategia que la «minoría activa» organizada (difícil no pensar en términos de vanguardia) es capaz de ver en su totalidad, mientras que quienes habitan en las realidades concretas, solo ven las partes. Es el clásico paradigma de la izquierda de que se puede leer toda la situación y la orientación que se debe tomar.
Este planteamiento es difícil que se pueda narrar (quizás justificar) sin una secuencia de causalidad que configura una idea lineal del tiempo bien conocida: pasado (en el que hubo opresión), presente (hay lucha por la liberación) y futuro (la liberación conducirá a un nuevo orden). El final está, de algún modo, contenido en el comienzo. El único propósito de la acción política, por tanto, es producir algo que pueda ser previsto o planeado estratégicamente por anticipado. Este continuum temporal hace mucho que ha sido cuestionado, al igual que la tendencia a justificar lo particular, el acontecimiento, en términos del lugar que ocupa en un proceso que lo incluye todo.
Pura Modernidad trasnochada cuya lectura historicista, que legitima o deslegitima los movimientos según su participación o no, en el sentido de la historia

Pura Modernidad trasnochada cuya lectura historicista, que legitima o deslegitima los movimientos según su participación o no, en el sentido de la historia. Otras corrientes anarquistas, con las que me siento cómoda, se desembarazan de ella con mayor o menor acierto. Cuantas huelgas, ocupaciones de fábricas, sublevaciones populares o insurrecciones locales fueron sacrificadas, abandonadas o incluso aplastadas en nombre de la razón superior de la vanguardia que sabía por donde pasaba la caprichosa trascendencia revolucionaria. No era bastante con que un combate fuera justo para que fuera válido para el juicio de la historia.
Igualmente, las revoluciones se vieron sujetas al modelo de sociedad que se aspiraba a construir (de ahí que las denominemos revoluciones modelizadas) que condicionó los pasos que se dieron más que la realidad que se vivía. La revolución se concebía como un desplome de la vieja sociedad, de ahí el mito de la «gran noche», o de «ir a por el todo», y se representó con contenidos heroicos y épicos. Se trata de una revolución en masculino, ellos son el sujeto de la revolución, ellos la protagonizan y ellos la relatan e interpretan a posteriori.
La revolución de 1936 es un ejemplo de revolución modelizada y un ejemplo de cómo fue leída a la luz de una teleología en la que unos y otros consideraban que no era el momento de la revolución. El PCE/PSUC guiado por el estalinismo desde la URSS consideró que el momento era el de los Frentes Populares como fórmula organizativa para luchar contra el fascismo. En esa estrategia no cuadraba una revolución, y menos si era anarquista, así que persiguió, mató, encarceló, desmanteló a quienes impulsaban dicha revolución (Movimiento Libertario y POUM) y sus realizaciones prácticas (las colectividades, pero no solo). Se aplastó una revolución ya que la vanguardia esclarecida sabía por dónde iba la historia en ese momento. Un representante del especifismo que sigue siendo reivindicado en la actualidad: Georges Fontenis fue más lejos y llega a escribir que «[…] el comportamiento del Movimiento español [de 1936‐1939] socavado por la ausencia de tesis doctrinales sólidas y verificadas por los hechos, sólo podía conducir a la derrota».
No podemos olvidar, sin embargo, que, pese a ser contrarios al vanguardismo, las elites dirigentes de CNT y de la FAI también consideraron que no era el momento de la revolución, que no era el momento de «ir a por el todo», y fueron un lastre para las bases que actuaban en otra dirección.
Otro aspecto importante en mi manera de entender el anarquismo con el que me puedo identificar (no tiene nombre, aunque T. Ibáñez ha utilizado los términos de anarquismo «postfundacional» o anarquismo «no fundacional», que no me acaban de emocionar) es la relación entre teoría y práctica. Siguiendo con T. Ibáñez, me emociona y me afecta mucho más que los anteriores conceptos el de anarquismo «existencial», incluso «vivencial», un componente del anarquismo que pesa más en unas corrientes que en otras, pero las caracteriza a todas (o a casi todas). El anarquismo se entiende como «sublevación espontánea de la vida contra la dominación (…) y como conformación de su propia existencia en contra de la dominación».3
En esta manera existencial de entender el anarquismo que tan bien encaja con mi vivencia del feminismo anarquista, siempre va primero la acción, y siempre bajo condición de una acción que despliega una nueva potencia cuando un funcionamiento o una situación anteriormente tolerados se vuelven insoportables. Volviendo a 1936, se olvida que hubo otra revolución dentro de la revolución modelizada que protagonizaron las mujeres excluidas por sus propios compañeros. Una revolución sin modelo previamente determinado, una revolución de la que no se consideraron sujeto político, concepto, por otro lado, que es una ficción de la Modernidad patriarcal que supone algo que ellas no tienen: una teoría de la soberanía, una representación del poder y un relato individualista acerca del sujeto y de su autonomía. No fue una revolución con tintes heroicos, ni épicos, fue una revolución silenciosa, subterránea, humilde. Naturalmente, tampoco la han relatado apenas más allá de la revista Mujeres Libres (1936‐1938) y algunos libros posteriores.
Esta experiencia y otras muchas posteriores nos llevan a pensar que es inútil, volviendo al anarquismo especifista, esperar la información adecuada, la discusión política e ideológica avanzada que configure una estrategia bien definida que vaya a hacer emerger la situación capaz de despertar la acción del pueblo o de cualquier otro sujeto. Ninguna teoría ha transformado nunca la realidad.
Es muy característico del pensamiento dualista occidental considerar que el pensamiento debe ser anterior al actuar. No despreciamos las ideas puesto que son algunas de las fuerzas que participan de la situación, pero no compartimos que dirijan la resultante. Decía Václav Havel que:
«Todos los eventuales cambios del sistema, de los que podemos vislumbrar su embrión. Han ocurrido siempre de facto y “desde abajo”, en cuanto que era la vida cambiada la que los imponía y no eran ellos los que precedían a la vida y la orientaban a priori por alguna dirección».4

Havel rechazaba rotundamente, por vivir una «vida en la apariencia» comunista, el papel mesiánico de una «vanguardia» social cualquiera, como si fuera la única que sabe, y mejor que nadie, cómo están las cosas y cuya tarea consiste en «sensibilizar» a las masas inconscientes. Esta sensibilización me recuerda a la llamada «inserción social» de la que habla el especifismo, aspecto táctico que es muy característico de esta corriente. Según este planteamiento esa organización anarquista formada por un grupo cohesionado y activo tiene como objetivo actuar en el ámbito de las luchas de clase y movimientos sociales para influirlos y persuadirlos de la estrategia previamente definida.
Conocemos una experiencia en esta dirección que conviene no olvidar. Me refiero a la creación en 1950 de la Organisation Pensée Bataille (OPB), organización anarcocomunista clandestina que operó en el interior de la Federación Anarquista francesa (FA) y cuyo objetivo era imponer una línea política única y una organización fuerte y disciplinada, es decir, «una verdadera organización revolucionaria». Tuvieron éxito puesto que en 1953 la FA cambió de nombre, convirtiéndose en Federación Comunista Libertaria (FCL) y asumiendo gran parte de los planteamientos especifistas que defendía un personaje tan controvertido como Fontenis. Al año siguiente aquellas personas disconformes con los planteamientos asumidos por la FCL elaboraron un Memorándum del Grupo Kronstand, que había abandonado la FCL y que criticó la existencia de la OPB, auténtico partido político, y sus tendencias autoritarias y leninistas.
Entre los planteamientos especifistas también cabe señalar su afirmación de que dadas las escasas fuerzas propias será preciso colaborar con organizaciones no anarquistas para conformar lo que se denomina como «poder popular» (¿quizás algo similar a los «frentes populares» antifascistas de los años 30 del pasado siglo?). La idea de articular las tramas de resistencia, es decir, la articulación de prácticas (denominada también como «confluencia de luchas») siempre diversas, puede conducir a sacrificar los puntos concretos de sus luchas en favor de hipótesis abstractas. La organización, cuando piensa y decide desde criterios exteriores a las luchas concretas, cuando se eleva por encima de las situaciones efectivas y calcula desde hipótesis abstractas, «se vuelve contra lo organizado».
Me genera desconfianza y cierta alarma los llamamientos a que el mecanismo organizativo debe funcionar de forma perfectamente disciplinada y con coherencia incuestionable

¿Y qué consigue, en nombre de una supuesta eficacia?
Dice Amador Fernández‐Savater que organizar, de ese modo, es sinónimo de reducir, recortar, someter lo diverso a partes de un todo, someter lo que no encaja en la forma establecida solo puede hacerse a través de algún tipo de elemento trascendente como la ideología, el relato o la identidad.5 En la misma línea, Miguel Benasayag y Bastien Cany señalan que no hay que ceder al dogma ingenuo de la convergencia de las luchas, siempre voluntarista y agregativa. No se puede renunciar a la singularidad de nuestras situaciones. El común existe siempre en la intensividad de los paisajes que nos constituyen, y no en la búsqueda de una unidad extensiva, ordenada desde el exterior.6
Por último, no soy contraria a la responsabilidad y el compromiso militante, pero me genera desconfianza y cierta alarma los llamamientos a que el mecanismo organizativo debe funcionar de forma perfectamente disciplinada y con coherencia incuestionable. Es un lenguaje que parece implicar una querencia a las mayorías, al orden, a la disciplina, al dualismo minoría/masas y a los sacrificios militantes que nos retrotrae a un tiempo en el que imperaban «valores revolucionarios» hoy caducos.
Si, por el contrario, vinculamos la responsabilidad a la ética anarquista, principio aplicable de valores que toman en cuenta los intereses colectivos para definir los principios de conducta, podemos encontrar coincidencias. No obstante, el compromiso y la responsabilidad entendida desde lo vivencial no tiene nada de personal, no se pueden contemplar las situaciones desde la exterioridad, hay que explorarlas desde la interioridad de las situaciones que nos constituyen y que tejemos con los otros.
Y concluimos. Un programa global siempre disciplinará la realidad y no concuerda con el anarquismo tal y como lo entendemos desde diversos sectores anarquistas. Deberíamos aceptar la pluralidad, la diversidad, el carácter nómada, efímero y precario de las luchas, no es algo negativo sino todo lo contrario. Estaría bien que nos centráramos en construir prácticas de las que pueda surgir un imaginario capaz de invertir las tendencias hegemónicas dentro de nuestras vidas situadas y territorializadas. Las luchas se producen siempre en lugares concretos y es ahí donde interrumpen el funcionamiento de la dominación. Hacer organización se hace siempre que hay una lucha, por humilde que pueda parecer, puesto que se dota de las herramientas que precisa y que nunca serán las mismas que otras coetáneas o que se produjeron en el pasado. Eso no quiere decir que no nos sirvan las otras luchas como experiencias valiosas que transitan como saberes que tejen afinidades. Las ideas, como un componente que se entrelaza con las prácticas, no las concebimos como discursos homogéneos y cerrados sino abiertos e integradores.
La revolución está en el aquí y ahora para transformar lo que no consideramos aceptable. Nuestra ética es la de las disconformes.7

- Para más información sobre la Plataforma de Archinov: Capi Vidal «La plataforma organizativa y las consecuentes respuestas anarquistas». https://redeslibertarias.com/2025/02/01/la-plataforma-organizativa-y-las-consecuentes-respuestas-anarquistas/. ↩︎
- De Felipe Corrêa hemos leído diversos textos: «Crear un pueblo fuerte» en https://es.anarchistlibraries.net/library/felipe-correa-crear-un-pueblo-fuerte. «Anarquismo especifista» en https://es.anarchistlibraries.net/library/felipe-correa-anarquismo-especifista. La entrevista realizada a Felipe Corrêa por parte de Mya Walmsley en marzo de 2022, reproducidas en dos partes en Regeneración Libertaria y otras páginas web. ↩︎
- Tomás Ibáñez (2022): Anarquismos en perspectiva. Barcelona, Descontrol, p. 63. ↩︎
- Václav Havel (2013): El poder de los sin poder. Madrid, Encuentro, pp. 104 y 108. ↩︎
- Amador Fernández‐Savater, «La organización contra lo organizado (la maldición de Jan Valtin)». Redes Libertarias web, 18 de marzo 2025. ↩︎
- Miguel Benasayag‐Bastien Cany (2024): Contraofensiva. Actuar y resistir en la complejidad. Buenos Aires, Prometeo, pp. 120 y 124. ↩︎
- Además de las referencias ya señaladas me han sido de utilidad para pensar y reflexionar: Linda M. G. Zerilli (2008): El feminismo y el abismo de la libertad. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Tomás Ibáñez (2024): Anarquismo no fundacional. Barcelona, Gedisa. Amador Fernández‐Savater (2024): Capitalismo libidinal. Antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar. España, Ned Ediciones. ↩︎