El anarquismo en la antigua Grecia

Simón Royo Hernández

«… lo más importante es que nunca nadie, ni varón ni mujer, carezca de jefe, y que el alma de nadie se habitúe a que él haga nada solo y por las suyas, ni cuándo va en serio ni en los juegos, sino que, en toda ocasión, tanto de guerra como de paz, viva mirando y siguiendo siempre al jefe y gobernado hasta en lo más mínimo por él […]. Deben arrancar la anarquía de toda la vida de todos los hombres y de las bestias que están bajo el mando de los hombres… »
Platón Leyes 942b y c

El anarquismo es un movimiento ontológico, económico, político y social. Etimológicamente proviene de la palabra griega principio (arché) y su noción privativa (an‐arché). Literalmente, anarquía significa «sin poder», «sin principio», también «sin gobierno, mando, jerarquía», y la característica común de todos los movimientos anarquistas es su demanda de la abolición de los poderes y principios, a los que ven como factores opresivos fundamentales, imposiciones que limitan la libertad del individuo o de la comunidad. El anarquismo niega toda coacción del individuo y la coacción de cualquier Comuna de individuos libremente asociados por parte de cualquier poder, principio, mando, jefatura o jerarquía.

Como disposición anímica y en su reflejo cultural el anarquismo ha existido siempre y se ha manifestado en todas las partes del planeta. En cuanto forma de vida y de organización social también podemos decir que sus vestigios se pueden encontrar en todas las culturas y en todas las partes del mundo. Sin embargo, hay un gran interés en mantener recluido el anarquismo como un fenómeno ideológico-político muy determinado y localizado en la Europa del siglo XIX y ocultar así su aparición a lo largo del tiempo y el espacio.

En lo que sigue nos ocuparemos de localizar algunas menciones de la «anarquía» en la Grecia antigua y clásica de modo que se pueda vislumbrar un destello de visibilidad de esta en el mismísimo núcleo duro de la llamada cultura grecolatina, esa que se tiene por fuente principal de la cultura europea y, por derivación etnocentrista, de la cultura mundial.

Originariamente, en la Grecia antigua, la palabra «anarquía» tuvo un significado negativo: en el lenguaje coloquial y filosófico, generalmente, significaba caos, caos ontológico, político, social o de otro tipo, esto es, falta de orden por inexistencia de principios rectores o mal funcionamiento de las instituciones del orden político‐social. El relato triunfante del mundo Occidental desde los griegos a nosotros siente predilección por el orden y la voluntad de poder, renegando del caos y del eterno retorno.

Anaxagoras. Museo de Historia Natural (Viena, Austria) / Foto: Hubertl. Wikimedia Commons. CC BY‐SA 4.0

Sobre la filiación de anarquía y chaos frente a otros modos de organización ligados a un orden habría entonces mucho que decir, pero no es este el lugar para ello y lo haremos en otro momento. Baste mencionar que los materialistas de la antigüedad que hablaron de las partículas atómicas ya se atrevieron a defender una teoría del caos para la ontología general en el mismo seno de la filosofía griega antigua.

Aquí tan solo referiremos algunos ejemplos del más sencillo ocultamiento de la palabra «anarquía» en la mayoría de las traducciones de los textos clásicos griegos en los que se nos aparece ese vocablo.

La anarquía y la democracia surgen a la vez, como atestiguará Platón, que calificará a la democracia en su República (Libro VIII, 558c; 562 y 575), se supone que, despectivamente, como desmesurada, anárquica y placentera, asunto que se pretende explicar por descender ese filósofo de familia oligárquica además de familia demócrata, siendo por ello a la vez tanto pro‐ateniense como filo‐espartano, según vulgata platónica. No nos detendremos tampoco aquí, sino que partiremos de los orígenes más remotos de la palabra y daremos esos pocos ejemplos de que hablábamos, unos pocos entre muchos.

La primera mención del término «anarquía» en nuestra cultura grecolatina la podemos encontrar en Homero (Ilíada II, 703 y 726) usada para designar, peyorativamente, claro, a un grupo armado sin jefe, a una banda sin jefe.

Se habla allí precisamente de un grupo que, finalmente, no carecía de jefe, bajo la palabra “anarquía”, es decir, de un grupo que no estaba sumido en la anarquía por ello; porque al perder su jefatura, a su jefe, encontraría inmediatamente otra nueva, otro nuevo, que lo sustituyera, otro mando que los guiase. Está ya claro que se presume ya en ese remoto lugar bélico que en ausencia de jefatura no puede un grupo autogobernarse igualitariamente.

Entre los primeros grupos en entrar en batalla contra los troyanos, de entre los griegos o aqueos, unos estaban mandados por Protesílao, del que se dice que fue el primero en morir a manos de un troyano al saltar de su nave. Más se nos dice que no por eso quedó su grupo «sin jefe», que es como se traduce la palabra «anarquía», «sin jefe», un jefe al que añoraban mucho se señala. Esto es, se dice que no quedaron en «anarquía», sino que tomó el mando Podarces, un supuesto vástago de Ares y pariente del fallecido.

Ya en la arcaica saga, biblia de los griegos, se aprecia que consideran negativo el quedar sin orden, mando, jefatura, príncipe o figura principal, que los mande. Vemos que no se contempla como posibilidad el no ser mandados y el configurar un grupo libre e igualitario.

No quedarse en situación de anarquía significaba no quedarse sin jefe, mando o gobierno. Y, por el contrario, quedarse en situación de anarquía, habría de significar quedar libres de jefes, mandos o gobiernos. Contemplar la última posibilidad fue, es y será, algo a ocultar por los poderes establecidos.

Lo mismo se repite más adelante, dada la reiteración mnemotécnica del cantor, pero esta vez con Filoctetes como jefe, mando, gobernante y Medonte como su sustituto.

Se nos dice que Filoctetes no acude a la con‐ tienda por permanecer en sus dominios con dolores producidos por la mordedura de una serpiente, pero que su ausencia «no» significará que su grupo: «quedara en anarquía», ya que, dada su ausencia, su jefatura será sustituida por la del bastardo Medonte.

Lo que se traducirá habitualmente como: «pero no carecían de jefe», cuando lo que se dice es que «no quedaron en situación de anarquía»:

«por caudillo al arquero sin par, Filoctetes, tenían; siete naos de cincuenta remeros cada una llevaba,
y eran todos expertos luchando con arco en la guerra. Él quedó, sin embargo, con fuertes dolores en su isla, en la Lemnos divina, que allí los aqueos dejáronlo pues entonces lo había mordido un reptil ponzoñoso. Y allí estaba, afligido, tendido. Mas la hora llegaba en que se acordarían del rey Filoctetes los de Argos. Pero no carecían de jefe, aun echándolo menos, porque los alineaba el bastardo de Oileo, Medonte, el que en Rena engendró el destructor de ciudades, Oileo (Homero Ilíada Canto II, 715‐730, cursiva nuestra).»

Nuestra traducción

«pero no quedaron en anarquía (οὐδὲ μὲν οὐδ’ οἳ ἄναρχοι ἔσαν) (Homero II.703 y 726).»

Sigamos un poco la presente indagación. Quizá sorprenda que algunas de las primeras menciones del vocablo «anarquía» en griego las encontramos también, luego, en Esquilo, pero las perífrasis y sinónimos en las traducciones al uso ocultan que se utilice la voz «anarquía», como podremos seguir viendo a través de los textos que reseñamos a continuación.

En la supuesta patria de la «democracia» surgen las primeras semillas de la «anarquía», como reacción a este supuesto nuevo nacimiento, de modo que también entre los antiguos griegos habría que buscar a los prime‐ ros exponentes del anarquismo en Europa, aunque sea en estado embrionario o leyéndolo entre líneas. Eso también tendremos que realizarlo en otro momento. Sigamos.

La segunda mención de la palabra anarquía registrable, que está en Esquilo, como decíamos, se encuentra en la obra Las suplicantes, cuyo argumento es bien conocido: Las Danaides llegan a Argos huyendo de los hijos del rey Egipto que quieren obligarlas a casarse con ellos. Una vez en Argos, se hacen suplicantes de los dioses invocando su protección pues temen ser forzadas por sus perseguidores y supli‐ can por el derecho a no ser entregadas. Contemplan incluso la posibilidad de escapar suicidándose colectivamente. El rey Pelasgo de Argos se interesa por su petición de asilo, consulta con el pueblo y decide protegerlas.

En la escena que resaltamos se da la noticia de la entrada de un barco egipcio cuyo heraldo increpa a las Danaides y al rey argumentando su derecho sobre las Danaides para llevárselas a su país. Amenaza con la guerra si no se avienen a dárselas.

Pelasgo se niega, acogiendo a las suplicantes, lo que suele ser considerado como un deber para con los dioses y como un deber para con sus ciudadanos que así lo han querido. Desde nuestros días y mentalidad el que la voluntad de salvarlas y protegerlas de los dioses y del pueblo coincidan dice algo positivo de la democracia, el que sea un rey el mediador y mujeres los objetos de cambio dice algo negativo.

El heraldo que las quiere llevar de vuelta a Egipto les dice a esas mujeres perseguidas:

«Parece que os habré de arrancar de aquí, arrastrar por los cabellos, ya que no escucháis con atención a mis palabras. Muchos príncipes, hijos de Egipto, verás pronto. Mirad, no temáis, allí no hay anarquía (ὄψεσθε∙ θαρσεῖτ’, οὐκ ἐρεῖτ’ ἀναρχίαν) (Esquilo Suplicantes, línea 907 [Nuestra traducción])»

Las traducciones habituales ocultan la palabra «anarquía» traduciendo esa línea de los modos siguientes: «No tendréis que decir que no hay quien os mande» o «no hallaréis falta de autoridad». Lamentablemente las Danaides o serán súbditas del rey de Egipto o súbditas del rey de Argos, no se contempla que sean libres, lo cual, por lo que parece, solamente les podría ocurrir si realmente llegasen a un lugar «en anarquía», donde no hubiese príncipe, mando, jerarquía. Precisamente lo malo para las suplicantes es que no hay lugar donde no sean sometidas y, si bien prefieren el sometimiento menos malo, nadie les ofrece la libertad.

Un guerrero griego ataca a uno persa. Cílica del siglo V a.
C. Museo Arqueológico Nacional (Atenas, Grecia)

Las Suplicantes es la primera pieza de una tetralogía de Esquilo cuyas otras tres obras no se han conservado, luego su lectura e interpretación siempre estará llena de suposiciones y presupuestos, acechada por el anacronismo y vencida por esa erudición que a partir de escasos restos elabora y construye dogmas. En esos dogmas parece que no cabe ni siquiera el mantener que aparezca una palabra que conviene aparentar que no existe en el vocabulario de la antigua Grecia.

Y así, a continuación, veremos otra vez ninguneado el vocablo «anarquía», nuevamente en Esquilo. Esta vez en Los siete contra Tebas, obra esquilea, con el término vinculado nada más y nada menos que a la figura de Antígona.

Lo veremos así unido a la más famosa de las empoderadas griegas, a la que desafía a las leyes de la ciudad para enterrar a su hermano. Luego de nuevo se nos aparece el vocablo mediante una mujer, como las danaides, que no haya amparo en las leyes de la ciudad.

La traducción habitual del nuevo pasaje en la que se oculta la palabra «anarquía» es la siguiente:

Antígona. — Pues yo les digo a los gobernantes de los cadmeos que, si ningún otro quisiera ayudarme a enterrarlo, yo lo enterraré y arrostraré el peligro de dar sepultura (1030) a mi hermano, sin avergonzarme de mi resistencia desobediente a los que mandan en la ciudad. Terrible es la entraña común de donde nacimos […] (Esquilo Siete contra Tebas, línea 1030).

Nuestra traducción:

No entierro un peligro, entierro a mi propio hermano, no tengo miedo de tener un infiel en una ciudad anárquica (ἔχουσ’ ἄπιστον τήνδ’ ἀναρχίαν πόλει) (Esquilo Siete contra Tebas, línea 1030).

La voz anarquía aparece vinculada a la polis, algo sumamente desconcertante para la modernidad desde la que leemos el texto.

En la primera traducción, la habitual, al menos se destaca una de las acepciones de anarquía, con un punto de positividad, al traducirse como «resistencia desobediente a los que mandan en la ciudad» se puede pensar en la inversión del paradigma legislativo a la que remite Antígona, el orden es caos y el caos es orden.

La ciudad es anárquica porque las leyes de los que mandan lo son, son arbitrariedad. Al mismo tiempo, y no suele contemplarse, si la ley es arbitrariedad, el que es considerado anárquico es quien apela a las reglas de conducta de la libertad, con lo cual, Antígona es la que aparece ante la ley como anarquista, transgrediendo la ley, al guiarse por reglas más profundas que las de las leyes de la ciudad, al poner la justicia por encima del derecho.

Actor griego representando el papel de una mujer (c. 150‐ 100 a.C.). Walters Art Museum (Baltimore, EE.UU.)

Cierto que es lugar común el decir que la heroína se ciñe a las leyes de la costumbre frente a las leyes de la ciudad, pero esa interpretación clásica está enmarcada entre los límites de los que piensan que nada puede quedar fuera de la ley. Dar sepultura al hermano, como ocurre en España con la Memoria histórica, lo que debería ser de obligado cumplimiento por ley, lo es, previamente, por el libre sentido común, por sentimiento de justicia.

En su obra Helénicas el historiador Jenofonte señalaba que el año 404 a.C. fue llamado «Anarquía» por los atenienses, aunque la traducción habitual es que lo llaman el año «sin arconte» (Jenofonte Helénicas, Libro 2, cap.3, sec.1, línea 4); dado el caos y violencia que supuso la imposición del gobierno oligárquico de los Treinta Tiranos por Esparta, tras la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso. Semejante régimen provocó una rebelión de demócratas atenienses exiliados que lograron restaurar la democracia menos un año más tarde. Los atenienses, obviamente, no consideraron el gobierno de la oligarquía de los treinta, como un gobierno legítimo.

Jenofonte y quienes así denominaron ese periodo concebían la «anarquía» como caos y desorden, falta de leyes y total ausencia de autoridad. De nuevo nos aparece que «anarquía» es igual a «sin jefe», sin autoridad, mando, gobierno. Si bien, el régimen tiránico hubo de ser todo lo contrario: orden férreo, leyes represivas y total autoridad.

Teniendo en cuenta que del legado cultural escrito de Grecia conservamos el diez por ciento, que el noventa por ciento se ha perdido, por ejemplo, que conservamos siete de más de un centenar de tragedias que sabemos escribió Esquilo, todo lo que se nos ha contado sobre los orígenes del pensamiento es o falso o inventado. No hubo paso del mito al logos, ni la filosofía comenzó verdaderamente cuando unos cuantos pensadores poetas se pusieron a meditar sobre cuál habría de ser el arché (principio, gobierno, mando, causa) de todas las cosas. Cuando hablamos de ello estamos mencionando un relato hegemónico y anacrónico compuesto a posteriori para legitimar y apuntalar lo que la filosofía tuvo y tiene de dogmático y jerárquico en lugar de seleccionar lo que tiene y tuvo de contrario a esa determinación.

Pese a la furia destructiva de los textos que no han convenido a los sistemas de dominación vigente en cada época, algunos de ellos, como el De Rerum Natura de Lucrecio, han sobrevivido al paso del tiempo y la censura. Otros textos hay que leerlos entre líneas y sonsacar de los dogmáticos victoriosos la contra historia de los vencidos.

La filosofía anárquica abunda oculta en toda la historia de la filosofía y es tarea nuestra rastrearla para mostrar sus restos. Baste este pequeño ejercicio de erudición para que al menos el comienzo de tal actividad de exhumación quede patente. La continuación de esta labor requeriría como mínimo un libro entero.

Bibliografía:

Algunos lugares textuales de la Grecia antigua y clásica en los que aparece la palabra griega «anarquía»:

Homero Ilíada. Canto II, 703 y 726; Esquilo Suplicantes, Aeschyli tragoediae, 2nd edn, Ed. Murray, G.Oxford: Clarendon Press, 1955, Repr. 1960. Line 907; Esquilo Siete contra Tebas, Aeschyli tragoediae, 2nd edn., Ed. Murray, G.Oxford: Clarendon Press, 1955, Repr. 1960. Line 1030; Esquilo Agamenón, Aeschyli tragoediae, 2nd edn., Ed. Murray, G.Oxford: Clarendon Press, 1955, Repr. 1960. Line 883; Eurípides Hécuba, línea 607; Sófocles Antígona, línea 672; Heródoto Historia, Libro 9, sección 23, línea 11; Isócrates Panegyricus,

orat. 4, Sec.39, line 3; Jenofonte Helénicas, Libro 2, cap.3, sec.1, línea 4; Jenofonte Anábasis, Libro 3, cap.2, secc.29, línea 6; Platón República, 560e5, 562e4, 575a1; Platón Leyes 942c8; Platón Cartas, Platonis opera, vol. 5, Ed. Burnet, J. Oxford: Clarendon Press, 1907, Repr. 1967.Stephanus p. 354, sec.d, line 4; Aristóteles Constitución de los atenienses, secc.13, subsec.2, línea 1; Aristóteles

Política, 1272b12; 1302b29; 1319b28; Plutarco Galba, cap.22, secc.4, línea 2; Plutarco Numa, cap.2, secc.6, línea 1; Plutarco Pyrro, cap.14, secc.8, línea 4; (Plutarco…); Máximo de Tyro Disertaciones, 39, cap.3, secc.g, línea 1; Publius Aelius Phlegon Paradox. De mirabilibus, cap.24, secc.1, línea 4; Claudio Aeliano De natura animalium, libro 5, secc.11, línea 26; Gregorio Nacianeno Apologética, vol.35, p.209, línea 37; Tucídides Historia de la guerra del Peloponeso, libro 6, cap.72, secc.4, línea 3; Isócrates Discursos, vol. 2, Ed. Mathieu, G., Brémond, É.Paris: Les Belles Lettres, 1938, Repr. 1967, 1st edn. rev. et corr., Secc. 39, line 3; Filón de Alejandría, Philonis Alexandrini opera quae supersunt, vol. 1”, Ed. Cohn,

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