Barcelona, una marca sin modelo

Marc Dalmau y Pere López

Este libro ha sido coordinado por l’APU (Amigues de la Patuleia Urbana) una pareja de agitadores urbanos.

Hace casi veinte años de la primera versión de Barcelona marca registrada, y más de treinta de esos juegos olímpicos —«el objetivo de todos», decían—; también han pasado cerca de cincuenta del libro-interrogante Barcelona, ¿dónde vas? Y pasa el tiempo, se suceden los años, y Barcelona sigue sin ir a ninguna parte. Como cualquier otro no-lugar del imperio, ha acabado convirtiéndose, por reducción, en poco más que un ambiente propicio, una interfaz llena de agujeros negros colonizada por la lógica de los negocios del capitalismo global. Sólo un decorado, especialmente performado por las maniobras de unos pocos, sean foráneos que aterrizan o espabilados emprendedores, aterrizados de siempre, en contubernio. Ya en aquellos tiempos, la ciudad —o más bien, el discurso personificado de los falsos ventrílocuos que siempre hablan por ella—, en el afán de ser única, creó y proyectó su marca. Quería distinguirse para convertirse en global, pero finalmente acabó engullida por la uniformidad, la homogeneidad y la monotonía de siempre-lo-mismo; perdiendo, por saturación, cualquier rasgo distintivo diferencial. Queriendo ser original y exclusiva, desde la necesidad pueril de cautivar a los inversores, se ha convertido en un tópico indiferente, en poco más que un producto en serie para consumir, una pantalla más de un videojuego temático, una mera marca vacía, como el caparazón inhóspito y abandonado de un caracol.

Tampoco nosotros, desde nuestro rincón, sabiendo dónde nos toca vivir, sabemos exactamente hacia dónde queremos tirar. Tenemos nuestras limitaciones. Las contradicciones nos dislocan y atenazan a diario, mientras intentamos sobrevivir, en una pugna esencial por el territorio como un lugar para vivir, de forma sencilla, en equilibrio con la comunidad y el medio, en unos barrios y pueblos convertidos en hubs de un enorme parque empresarial. Un escenario totalmente vampirizado por la lógica crematística de los negocios y el enriquecimiento acelerado de unos cuántos a expensas del empobrecimiento del resto. La herida está abierta y supura, es el apoyo mutuo o la lucha por la existencia, una disyuntiva grabada a fuego como una huella atávica.

En este mar de contradicciones, algunas todavía nos esforzamos y luchamos por intentar vivir de forma diferencial, erigiendo alternativas colectivas —a veces, quizás minúsculas o insignificantes—, para intentar desarmar una metrópoli que no es modelo de nada. Por eso, en esta Barcelona metrópoli-empresa, desde la coralidad, planteamos unas críticas prácticas para desmarcarnos de la marca. Una herramienta de análisis que procura construir una mirada colectiva, en tentativa, para poder entender y vislumbrar el reverso de la marca, las profundidades metabólicas y cotidianas de la ciudad, más allá de la superficie. Perspectivas entrelazadas, diversas y múltiples, que convergen de forma caleidoscópica con la esperanza de resucitar o hacer audibles las otras muchas Barcelonas, todavía existentes, pese al barniz del lucro generalizado que parece cubrirlo todo. Voces rebeldes, desertoras y díscolas, ensambladas en una frágil complicidad, que simbolizan el testimonio de otras formas de vida que no sólo siempre han existido tradicionalmente en nuestra ciudad, sino que la han —la hemos— construido con las propias manos.

Y pensamos que quizá no haya modelo de metrópoli. Barcelona va, mal, sin saber adónde va. Sin brújula ni norte ni destino, a la deriva; es un territorio-recurso, un laboratorio del lucro y la acumulación para algunos, por supuesto; de precariedades múltiples y control obsesivo para nosotros también. Así, ¿desarmar el modelo? ¿Qué modelo?

La cuestión es si en tiempos de lo que algunos llaman, los marxianos, el dominio del circuito secundario, se pueden articular estrategias que vayan más allá de la servidumbre de cada lugar en las dinámicas globalizadas. Es decir, como Barcelona —y Cataluña, la trasmetrópolis (imposible entender una sin la otra)— pueden superar una dinámica entregada a la especialización funcional del capital, sea ​​en forma de distritos tecnológicos, áreas logísticas y polígonos, o en forma de zonas de sacrificio y resorts de monocultivo turístico; con el despliegue y mantenimiento de sus nodos y sus infraestructuras básicas, con enlaces aceleradores, como puertos, aeropuertos, AVE, redes de alta tensión, ondas, cables y autopistas. Si existe algo similar a un modelo de desarrollo territorial del capital es ésta. Ahora, más que nunca, el territorio es la matriz, uno de los puntales de la economía, dado que las metrópolis de los países del Norte han dejado de ser preferentemente fábrica para la producción, para constituirse básicamente en empresa, para planificar, gestionar y pacificar el espacio económico de la realización del capital a partir de la circulación de los productos de una cadena productiva dilatada territorialmente por todo el mundo.

El refinamiento del expolio: la metrópoli-plataforma

En la Barcelona de las últimas décadas, fruto de la enésima reestructuración económica y financiera, asistimos a la recomposición de las formas de acumulación y de agregación estratégica del capital, alrededor de los grupos inversores globales. Las élites locales, en consonancia y sincronía con el extractivismo y el capitalismo rentista dominantes, han tenido que reposicionarse dentro de las cadenas globales de valor para atraer, atrapar y capturar los flujos de inversión, muchas veces focalizados en la (sobre)producción y la explotación del territorio, mediante el desarrollo geográfico desigual, camuflado, ahora también, de capitalismo verde. Seguramente, la cuestión fundamental para el mando en la coyuntura actual es saber combinar, por un lado, las formas de extracción de renta basadas en la financiarización y radicadas en la esfera de la distribución y circulación del capital —esto es, la reproducción ampliada del capital sobre los recursos naturales, el ecosistema, el suelo, el entorno construido, las infraestructuras, el conocimiento o los cuidados—, que pueda garantizar la realización del (sobre)valor; y por otra parte, saber reubicarse respecto a las transformaciones de la geopolítica mundial. Es decir, cómo obtener la plena integración regional en las cadenas de suministro y logística global, garantizando la captación directa o indirecta de plusvalías, con la crisis energética y climática, la expansión de la distopía tecnológica y el declive de la llamada globalización y la hegemonía estadounidense.

Es sabido que la estrategia de acumulación y la circulación del capital contemporáneo van vinculadas inextricablemente con la alta rentabilidad de los trapicheos financieros —por otra parte, bien reales— del capital ficticio. El mando económico, incapaz de producir valor en el circuito primario, alterna y juega con los ciclos económicos y financieros, en la dialéctica de los márgenes empresariales y los diferenciales de renta, el interés y la oportunidad, y se proyecta hacia el futuro, al ritmo de la (des) y (sobre)inversión, la especulación, el crédito y el endeudamiento generalizado que promete, vincula, obliga y encadena. Pese a la volatilidad, sin embargo, el engranaje de vez en cuando necesita tocar tierra, territorializarse, para no devaluarse, necesita inmovilizarse a la espera de nuevos ciclos económicos y de yacimientos de valor. Un ejemplo claro, es la aceleración adaptativa de los circuitos inmobiliarios en función de las oportunidades de lucro —de las hipotecas a los alquileres, desde los hoteles de lujo hasta los apartamentos turísticos estacionales o las residencias de estudiantes—, siempre en connivencia con los planes urbanísticos y los marcos legales. Pero el circuito no termina en la valoración del suelo inmobiliario o en la construcción de infraestructuras, va más allá. La localización, la imagen de marca, el capital simbólico y las ventajas geográficas son movilizadas y puestas a trabajar con el desarrollo de la industria de atracción de visitantes y sus diferentes capas: del turismo fast-food y low cost como depredación intensiva y sistematizada de nuestro entorno cotidiano, pasando por los macrocruceros de lujo, hasta la potenciación de la ciudad de los congresos —¿por qué organizar unos juegos olímpicos cada veinte años, cuando podemos celebrar un Mobile World Congress cada año?, ¿por qué celebrar sólo un congreso anualmente, cuándo podemos organizar uno cada mes?—, que, de paso, retroalimentan también la restauración, el comercio, la logística y otros servicios; y conllevan el aumento de la demanda de energía, agua, emisiones y residuos contaminantes.

Hasta aquí las fórmulas son más o menos las-de-siempre, las que ya sabíamos. Ahora bien, nos tememos que hoy asistimos a una intensificación en toda regla de las formas de acumulación de capital y de perfeccionamiento de los mecanismos de dominio y de extracción de renta de las élites, con factores como, entre otros, la implantación del capitalismo de plataforma como paradigma organizativo. La plataforma, como nueva forma de enclosure digital, permite producir datos a través de la captura de nuestras predilecciones cotidianas y extraer valor. Registrar y anticipar la demanda, a cambio de servicios y productos, que nos «mejoran la vida» con todo tipo de aplicaciones y servicios —¿cuánto tardará en venir el autobús?, ¿cuánto tardaré en llegar a tal sitio y cuál es la mejor ruta?, — a cambio de docilidad y obediencia entusiasta —nos encanta el Primavera Sound y la inmediatez de Amazon. El mecanismo permite la sincronización en-tiempo-real de la oferta y la demanda, la coordinación operativa y el control online de las cadenas de producción y logística, la reducción de gastos en capital variable (salarios) y el control y la fiscalización del tiempo de trabajo, entre otros muchos efectos.

El desarrollo tecnológico del mando y sus gadgets y dispositivos forman parte de la última cruzada del capitalismo neoliberal para refinar las formas de extracción de valor y asaltar la vida, saltando fronteras y abriendo mercados a través de la captura del gusto y de las emociones —el algoritmo sabe, porque se lo decimos a través del móvil, qué es lo que nos gusta y cómo—, la corporalidad y la movilidad —cómo y hacia dónde nos movemos, saltando los atascos—; o las relaciones comunitarias — ¿por qué, si no, las promociones de vivienda o las residencias de estudiantes de lujo se articulan en forma de gated communities, con todo tipo de servicios compartidos: co-working, piscina o gimnasio? Detrás de esta «mejora» de los mecanismos de oferta dirigidos a la service class global, están las pistas para desvelar los dispositivos de captura y disciplinamiento de un futuro cercano. La ciudad-emprendedora nos exige rendimiento; que construyamos una marca personal y un perfil, que seamos emprendedoras e innovadoras, y estemos cien por cien dispuestas, conectadas, presentes y disponibles. Esto sólo genera estrés y fatiga, así como la propagación de todo tipo de patologías correlacionadas, y las contraimágenes fantasmagóricas correspondientes de aparente fuga, del misticismo a la autoayuda.

Parece que el sujeto automático del capital, fundamental para la autorreproducción del sistema, se ha distribuido en millones de algoritmos preventivos y omniscientes instalados por todos los objetos (Internet de las cosas o IOT), dispuestos en red y diseñados para anticiparse a los usos reproductivos del territorio a partir de la cadena de producción de big data, una producción anticipada del conocimiento al servicio del capital. Un proceso sin ningún cerebro ni dirección aparente, pero que, de forma inverosímil, sigue siendo capaz de implantar nuevos nichos de mercado y nuevas formas de extracción de rentabilidad a partir de la organización en plataforma —tecnología (IA, Blockchain, Metavers…)—; la extensión e intensificación de la precariedad —la demanda de conectividad permanente del mercado laboral primario bascula hacia la desresponsabilización empresarial definitiva sobre la fuerza de trabajo en el precarizado mercado laboral secundario—; y los (ab)usos sobre el territorio -tematización, especulación y ecología funcional a la acumulación.

Podríamos preguntarnos si la ciudad —es decir, la metrópoli entera— no va camino de convertirse, si no lo es ya, en una plataforma de intermediación, una interfaz de extracción y consumo de valor y de rentas. Una versión analógica de las grandes plataformas digitales online, para coordinar milimétricamente los circuitos de producción, distribución y consumo. Prever y estimular la demanda a partir de la captura y producción de datos mediante algoritmos; la creación de entornos de naturaleza autogenerativa a partir de las preferencias de los clientes-usuarios -sean residentes o turistas- y la tendencia a crear rentas monopolísticas del consumo de experiencias, de productos o de lugares concretos. El modelo también facilita y promueve estrategias de integración y desarrollo empresarial del territorio: la cooperación entre clusters, sean territoriales o por sectores, fomentando la adaptación e imbricación de la formación académica y los negocios (Universidad-empresa, R+D+I), junto con la integración vertical u horizontal de los vectores empresariales estratégicos (por ejemplo, el tecnológico-digital con el creativo, o la economía verde con la salud y la industria farmacéutica).

Vivimos de forma grotesca y especular en una pesadilla distópica que forma parte del sueño utópico de las clases dominantes. Una metrópoli-empresa uberizada y plataformizada, basada en la extracción de renta y la financiarización de la ciudad, el turismo, los servicios y la logística, cien por cien flexibilizada y precarizada, que da la espalda permanentemente a las necesidades de la mayoría de la población y que, aparentemente, ya ni tiene que preocuparse por la reproducción de la fuerza de trabajo ni del medio en el que se inserta. Parece que llega el tiempo de la automatización de la desigualdad y la explotación, la externalización definitiva, el colmo de la despersonalización. Quieren hacernos creer que nos explotan los algoritmos, no las clases directivas. Sin mando a la vista y reconocible, aparentemente no existen responsables de las relaciones de explotación. Bienvenidas a la máquina sin maquinista…

Una máquina sin maquinista (a la deriva)

Ahora más que nunca, la urbe y sus circunstancias no son el resultado de una suma de fenómenos aislados, sino que conforman una totalidad compleja en la que cada cosa depende de las otras, y donde no se puede entender cada elemento en sí mismo, si no es en relación con el resto, en conjuntos y ensamblajes, más o menos efímeros, más o menos sistémicos. La ciudad-empresa, convertida en metrópoli-empresa, continuadora de la pretérita ciudad-fábrica, hace tiempo que se ha desparramado por el territorio, ha colonizado definitivamente el medio, construyendo paisajes prefabricados —donde ni siquiera se escapan los parques naturales—, especializados temática y funcionalmente, unidos por largos pasillos de hormigón, ahora sin peajes, destrozando la flora, la fauna, la población autóctona y los saberes milenarios. La ciudad acelerada ha aniquilado el espacio a tempo de bits, conectando el mundo a través de los satélites y de las redes kilométricas de filamentos de cobre y fibra óptica, nodos, servidores, ondas y frecuencias. Ha culminado el sueño del telégrafo, que ha permitido la aceleración eléctrica de las comunicaciones, pero también de las operaciones mercantiles y financieras en sincronía, así como la uniformización cultural capitalista y el máximo grado de control social de la historia de la humanidad, que de modo inverosímil parece que, tirando de aquiescencia, ya apenas necesita la disciplina y el castigo para imponer la sumisión.

En esta dirección, el nuevo marco digital ha permitido el desarrollo y sofisticación de los mecanismos preventivos de domesticación lucrativa. A través de los algoritmos, la captura y la producción de datos pretenden alcanzar circuitos virtuosos para realizar la colonización plena del mecanismo del deseo y la experiencia. Quizá lo más grave, lo más incontestable, es la realización de la servidumbre voluntaria que parecen permitir/fomentar estas tecnologías de control. A este respecto, seguramente el conjuro más difícil de contrarrestar es la colonización endótica e introspectiva de las mentalidades, la lógica de la calculabilidad, la rentabilidad, en el mercado, en las relaciones, en las emociones, en los vínculos, dado que estos dispositivos de la ubicuidad se han inoculado en el sentir y el pensar de buena parte de la población.

La ciudad-de los-prodigios ha hecho explotar sus costuras asolada por los flujos, el crédito a muerte y las cadenas de endeudamiento globales, con el beneplácito de las clases serviles y serviciales representadas por la burguesía local, tanto más provinciana cuanto más global quiere convertirse, mientras su proyección-representación, en la ciudad marca, se ha sobresaturado de tal modo que ni litros de innovadora retórica neoliberal pueden tapar ya el tufo de lucro y expropiación. Si todavía no nos han robado toda la ciudad y lo que la rodea, les queda poco por hacerlo. Las élites locales, deseosas de agradar y de atraer desesperadamente las inversiones globales, no han hecho más que sacar partido del último metro cuadrado aún sin (re)valorar, de la última gota de agua privatizada, del último palmo de costa para expoliar, del último rincón de montaña para triturar. En cualquier caso, hay que ser precavidos y tener cuidado; ¿podría ser que de forma sobredeterminada, también la crítica nos quede provincializada?

Hace un tiempo, y no hace tanto, desde las corrientes críticas de la urbanística se hablaba de «sistema de gobierno metropolitano». Básicamente despuntaba la crisis de la ciudad-fábrica y se anunciaba el fortalecimiento de la metrópoli-empresa. Entre otros aspectos se reflejaba la desindustrialización del Norte, por desplazamiento de la producción hacia los Sures debido a la nueva división internacional del trabajo y sus efectos. Hoy los gestores de la metrópoli ya no procuran cumplir las reglas de asegurar dichas «condiciones generales de la producción», y por tanto, los mínimos de la reproducción social de la fuerza de trabajo, sino que se abren los espacios urbanizados, en sí, como fuente de negocio, sea como refugios de valor, para extracción de beneficios o de puro lucro. El territorio, todo, puesto en venta, como un agente económico más, resulta el alternador de los ciclos del capital, el verdadero recurso de reserva debido al segundo circuito, desde la premisa de que no se detenga la máquina del capital cuando el motor de acumulación gripa y ya no funciona.

En esta dirección, hablar de sistema de gobierno metropolitano implica reconocer que la capacidad de decisión sobre la producción, organización y gestión de los ámbitos urbanizados (y que va más allá de las ciudades en términos administrativos municipales) no reside en los aparatos de la administración pública, en cada una de las muchas escalas implicadas. Al fin y al cabo, el Estado es reticular y vertical, y está siempre custodiado y subordinado al capital. Aparece así la concertación público-privatizada como modo gerencial. La gestión de la ciudad-empresa, en la que impera el criterio de la rentabilidad, se acompasa a la emergencia de un urbanismo concertado, donde se estrecha la cooperación del capital público y el capital privado bajo los patrones de un capitalismo asistido en el que siempre han prevalecido los intereses del sector privado. Y tras su estela emerge la planificación estratégica, sinónimo de desregulación urbanística. Adiós a los planes generales, desmenuzados como letra muerta, y bienvenidos los proyectos y sus DAFO. Se llega así a la gobernanza, que algunos pretenden disfrazar de democrática, pero que vuelve a consolidar, poniéndola al día, la alianza invariante entre la élite empresarial, la administración pública y el séquito de expertos a su servicio.

En el tránsito del sistema de gobierno de la metrópoli a la gobernanza (democrática), se entroniza la alianza de un tripartito de mando muy hábil en las puertas giratorias. Es la coalición, ocultada a la gente, entre los empresarios o emprendedores (el capital con todas sus escalas y variantes, salpicada de acuerdos y desacuerdos entre las diferentes fracciones); los representantes fácticos de las muchas instituciones esparcidas por el territorio (y entre éstos, no escogidos, pero con un poder de decisión inalcanzable y una durabilidad sempiterna, los altos cargos de la tecnoburocracia gerencial); y, finalmente, todo el grupo de expertos glorificado por su cientificidad (think tank). Y este tripartito, para asegurar el crecimiento económico —es decir, que no se tambalee la acumulación de capital— con sus dispositivos técnicos, o para garantizar la paz o domesticación social con su discurso o palabras del poder, cuenta con toda una pléyade de mediadores sociales. Entre ellos, los sindicalismos laborales o vecinales de concertación —reconocidos, sólo faltaría, como mayoritarios—, las ONG, y buena parte de la miríada escorada como tercer sector, ya sea de vieja o nueva generación, aunque muy subvencionada por el mercado o la administración. Entre unos y otros, sea para gobernar o mediar, se impone el criterio de borrar o barnizar las contradicciones, neutralizar o desviar los conflictos y, sobre todo, erradicar e invisibilizar el antagonismo, especialmente el que adopta formas más disruptivas.

Finalmente, parece claro que en los últimos años, la Barcelona metrópoli-empresa se está convirtiendo en plataforma. Una máquina sin maquinista, a la deriva, que se acelera vertiginosamente, sobre un raíl de vía muerta que no lleva a ninguna parte, que tampoco permite otras direcciones y que castiga a quienes se desvían. Un tren de dirección única, una fuerza ciega incapaz de responsabilizarse de los procesos sociales y ambientales que genera, y sin embargo con unos claros (ir)responsables, a señalar. De nuevo, la llave está clavada en el suelo; porque, ¿de quiénes son las vías y quién las ha construido? ¿Quién sigue insistiendo en transitarlas una y otra vez? ¿A seguir chutando el balón del crecimiento y el lucro ilimitado?

La correlación y el equilibrio de fuerzas

La ciudad del presente no es más que el resultado de un combate inveterado y permanente que expresa una determinada correlación de fuerzas. Ahora bien, ¿cuál es el estado actual del campo de batalla? ¿qué evolución y qué parámetros caracterizan hoy el combate?, ¿y qué balance se puede realizar de esta relación de fuerzas en la ciudad de Barcelona? En cualquier caso, el análisis y las respuestas no pueden escapar de la complejidad y las contradicciones derivadas de la gestión territorial (política, social, económica y cultural) de una metrópoli como Barcelona que —eso dicen— se ha convertido en global, con todas sus consecuencias.

Tras la pandemia, bajo la invocación de una especie de retour à la normale por parte del mando, podemos apreciar cómo se han afianzado y agravado las desigualdades sociales a escala metropolitana, se han disparado los precios de los alquileres y los desahucios —con cerca de veinte desahucios y lanzamientos cada día—, y el capital ha colonizado masivamente barrios enteros de la ciudad. La metrópolis sigue siendo un campo de batalla violento, sociófugo e intransigente para las familias de bajos ingresos, especialmente las de origen migrante, sometidas a una presión inmobiliaria sin precedentes, vinculada a la explosión de la burbuja de alquileres. Unos niveles de violencia inmobiliaria con consecuencias represivas del todo desconocidas entre nosotros, y además, muy difícil de afrontar con nombres y apellidos, debido a que la perpetran unos responsables opacos, anónimos e invisibles como son los grupos de inversión —Blackstone, Cerberus o Lone Star—.

La entrada y fluctuación de capital global ha contado con el beneplácito y la concertación de las élites locales, especialmente durante la última década, en las que la aceleración tecnológica ha permitido, al mismo tiempo, combinar la deslocalización productiva de ciertos ámbitos con la relocalización residencial (una auténtica invitación a la service class global a trabajar con sueldos centroeuropeos y jornadas flexibles y residir en un clima mediterráneo). Un envite a la gentrificación tecnológica perpetrada al unísono por los proyectos urbanísticos, los movimientos empresariales y los nómadas digitales. En esta dirección, en lo urbanístico, la violencia se manifiesta en la tendencia aparentemente irrefrenable a la tematización y especialización funcional de los nuevos-viejos límites de la ciudad con la reconversión de los distritos fabriles en distritos tecnológicos. Servil y benévolo con el capital global, e inclemente y de espaldas a las necesidades de la población. Porque al mismo tiempo, estos movimientos del capital y sus demandas también han generado una tendencia creciente a la movilización forzada de la clase trabajadora metropolitana para cubrir —aunque no lo reconozcan— posiciones esenciales e insustituibles en el modo de (re)producción. Las tareas más duras, las que nadie quiere hacer, que convergen en explicar la feminización y racialización evidente de la fuerza de trabajo metropolitana. De ahí la centralidad de la reacción, el racismo y el patriarcado para el capitalismo global y local para sostener y mantener la jerarquía funcional y el (des)orden social.

En el campo de la representación municipal, si algo podemos extraer de la experiencia del consistorio de los dos últimos mandatos es que nos ha enseñado los límites de las costuras de la acción municipalista “alternativa” en una ciudad global. Más allá de valorar su acción concreta de gobierno, que sobre todo ha destacado en el despliegue de algunas políticas tácticas de contención de los efectos de la miseria, se ha visto del todo impotente para imponer barreras, desplegar y movilizar una alternativa estratégica plausible a la Barcelona del gran capital. En el centro de la ciudad, como muestra, ante la falta de estrategia y medios consistentes para frenar la eclosión de la ciudad neoliberal, se ha invocado el urbanismo táctico como receta para tapar incapacidades y la ausencia de soberanía de las ciudades globales contemporáneas, mediante operaciones cosméticas. En las ciudades funcionalmente interconectadas en las cuales vivimos, cualquier acción, por bienintencionada que sea, puede lubricar y retroalimentar los circuitos de generación de valor y el afán de rapiña de la economía política del capital y de los inversores globales, si no va acompañada de medidas integrales y preventivas. No se pueden activar políticas de protección contra los desahucios y, al mismo tiempo, convocar y espolear macroeventos; no se puede intentar desplegar políticas activas de vivienda social pública y al mismo tiempo fomentar la promoción económica con el desarrollo de distritos tecnológicos o de la innovación (la conversión de Poblenou en 22@ o la transformación del barrio de la Marina en el Área@8).

De este modo, los engranajes y los rudimentos de la economía política de la ciudad han continuado funcionando más o menos al igual que siempre, bajo las mismas familias y bajo el mando de siempre. El eje del combate de la correlación de fuerzas sigue orbitando en torno a premisas de más o menos expolio, más o menos enriquecimiento, más o menos captura de los intereses públicos o comunes por parte de los intereses privados. Una lógica de contención, de límites y de asumir contradicciones, pero no de discusión, de auténtica y efectiva beligerancia. En el marco de desigualdad social sistémica patriarcal, racista, capitalista que vivimos, cualquier consistorio con cierta vocación de justicia social, como parte de la estructura estatal, se encontrará necesariamente atrapado en la disyuntiva contradictoria de tener que gobernar para todos, incluidas las clases dominantes, o bien en nombre de la transformación social y las clases populares. La revolución es improbable, pero el reformismo es imposible, inviable.

Ante esta situación, es más urgente que nunca que se actúe sobre las causas y no sobre las consecuencias. Seguramente, lo más pernicioso es justamente el doble juego y el refuerzo inconsciente de las políticas neoliberales que han promocionado determinadas

acciones municipales desde la izquierda progresista, que han sido incapaces de frenar la transformación de la política urbana en empresarialismo, emprendedurismo urbano y promoción económica. Smart cities, «ciudades creativas e innovadoras», hubs de atracción de talento, «ciudad abierta», open data… son conceptos eufemísticos, significantes vacíos que esconden relatos y niegan las duras relaciones de explotación y sometimiento, desplazando los significados hacia relaciones más «suaves» de pacificación urbana, urbanismo táctico, higienismo light, soft control y exclusión social; envolviendo la realidad con relatos más o menos atractivos, que van desde la innovación social y la atracción de talento, la tecnología, la ciudad cuidadora o la emergencia climática para, en último término, legitimar su activación y realización. Es decir, vacío e intrascendencia bajo el decorado de la promoción urbana y el marketing, atenuada por una tímida política de redistribución de rentas del todo insuficiente. En definitiva, asistimos a un capitalismo más agresivo que nunca pero de rostro falsamente amable, que se jacta de mejorarnos la vida a golpes de algoritmo, pero que invisibiliza como siempre la explotación y el sufrimiento, y nos sujeta de forma abrumadora al reino de la sumisión y la impotencia.

Afilar la crítica para (re)articular las Barcelonas rebeldes

El panorama no resulta muy alentador para las clases populares de la ciudad y de todo el planeta. Vivimos una ofensiva reaccionaria en todos los niveles fruto de una reestructuración del modo de producción y una transición de los poderes globales, y en los claroscuros, ya se sabe, crecen los monstruos. Mientras tanto, el hecho es que el antagonismo se muestra, si acaso, por canales subterráneos, como supervivencias indómitas o deserciones atomizadas. Por el momento, las redes de resistencia parecen pulular entre afinidades efímeras, y las otras Barcelonas rebeldes a menudo quedamos desconectadas, como múltiples islotes que no llegamos a conformar archipiélagos. Una situación problemática y compleja contra la que no hay recetas infalibles, sino tan sólo intuiciones que guían la experiencia vivida de los combates cotidianos.

En la metrópoli-empresa vamos haciendo, vamos tirando. Aquí y allá, tenemos algunos pequeños ejemplos que escapan de la disciplina del valor — espacios, movimientos y luchas—, gestos heroicos llenos de dignidad y de resistencia, como los sindicatos y grupos de vivienda que detienen desahucios y construyen estructuras populares de apoyo mutuo en los barrios y pueblos; las migrantes ilegales que se autoorganizan para sobrevivir y ser reconocidas como personas; las feministas de guerrilla cotidiana que avanzan posiciones, y de vez en cuando ganan importantes batallas sociales; los nuevos sindicalismos que aprenden a combatir los delirios de la plataforma; los ecologistas de vieja y nueva hornada que empujan por la defensa del territorio hacia la transición ecosocial; las ruralidades que nos hacen ver y vivir el campo y la montaña de una forma nueva; las cooperativistas que hacen lo que pueden para articular otras economías para resolver necesidades, como cangrejos en el mar turbo-capitalista. En definitiva, todavía somos muchas las que no hemos sido cooptadas y resistimos a la metrópoli-empresa, pero, de momento, no conseguimos perfilarnos de forma plural como un bloque antagonista, y este libro, con sus voces disonantes, es una pequeña muestra de ello.

Necesitamos, es urgente, desarticular la ofensiva del capital y sus efectos, y sólo podremos hacerlo analizando los movimientos estratégicos del enemigo, creando un lenguaje compartido que asuma las diferencias, tomando conciencia de las sumisiones y cómo subvertirlas, cavando trincheras cotidianas, erigiendo proyectos alternativos y emancipadores y pugnando en todas partes tácticamente por la transformación social. Sólo tejiendo alianzas fructíferas para ampliar la potencia de nuestras fuerzas podremos contrarrestar la imposición arrolladora de la Barcelona global. La brecha sigue siendo diáfana: cooperación social o mando capitalista, proletarios o mercaderes, comunalizar o privatizar. La barricada está trazada desde hace mucho tiempo. Hay que levantar, de nuevo, desde el inicio, tomando conciencia, autorreconociéndose, haciéndose presentes sin caer en la representación, la contraparte del Nosotros anónimo, de los Nadie que puedan hacer frente a la metrópoli de los poderosos, a los de ayer y a los de ahora, los de siempre. Antes de que sea demasiado tarde, y nos expropien y roben las ciudades, los

pueblos, los barrios, los territorios de vida enteros, primero menospreciándonos, después invisibilizándonos y, finalmente, expulsándonos.

El futuro y el bienvivir de la gente proletarizada en esta metrópoli-empresa pasa por (re)establecer y reconstruir los contactos y las conexiones, alimentar las afinidades y la solidaridad, y constituirse en frentes amplios y plurales que puedan oponerse a la expropiación del territorio. La teoría es fácil, lo sabemos, la práctica no tanto. Por el momento, contra la máquina sin maquinista tan sólo nos queda activar el freno de emergencia y demostrar que hay otras vías posibles, que no están muertas y que, aunque enterradas, están bien vivas. Ojalá que, con el esfuerzo mancomunado, entre todas, podamos conseguir caminar hacia la construcción de una ciudad más justa y digna más allá del capitalismo.


Este texto forma parte del capítulo “Mapas y estrategias” del libro Barcelona. Metrópoli empresa. Críticas prácticas para desarmar la marca. Barcelona, Virus, 2023. Descarga gratuita en la editorial Virus:

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