El nacionalismo y la cuarta pared

Rafael Cid

Todo extremismo destruye lo que afirma
María Zambrano

Sobre la política española actual caben tantas valoraciones como las que virtualice su atrabiliario caleidoscopio. Pero explicaciones reales, solo existen las justas. Se mire por donde se mire, la novedad no es que tengamos un gobierno de coalición de izquierdas, sedicentemente progresista. Lo trascendente es que por primera vez el nacionalismo consigue adecentar su abolengo supremacista gracias a socialistas y comunistas, precisamente los en otro tiempo baluartes, abanderados e integrantes del orfeón de La Internacional.

La diagonal que amalgama a la izquierda carpetovetónica con el nacionalismo vernáculo arranca del Pacto del Tinell, parteaguas del bloquismo que cumple ahora 20 años. Lo que hasta esa fecha había sido una política ventajista de alternativas cruzadas entre las dos orillas, rive gauche-rive droite, pasó a segunda división convirtiendo al nacionalismo en el fiel de una balanza que dejaba fuera de juego a medio país. O sea, a esa parte de la sociedad afín al moderantismo conservacionista, que desde ya no tiene más opción que el derecho al berrinche (Sánchez dixit).

Vuelve a repetirse el esperpento oxímoron de aquella transición continuista (de ley a ley: atada y bien atada) de la dictadura a la democracia. Entonces el abrazo entre posfranquistas y antifranquistas (con presunción de inocencia para los últimos) se justificó por aquello de la ≪concurrencia de debilidades≫, un desahogo literario del escritor Manuel Vázquez Montalbán jugando a Príncipe de Salina. Y hoy la nueva transición repite la receta (dentro de la constitución o haciéndola un hueco, ya se verá) entre izquierdistas y nacionalistas, espacios ideológicos a los que siempre les ha separado más que un muro refractario. Todo ello con la excusa de frenar a los herederos del franquismo (aquí con presunción de culpabilidad) que tanto socialistas como comunistas avalaron en 1977 mediante aquella amnistía de 360 grados. Y no me refiero al abultado capítulo de concesiones y dádivas, presentadas como causas de fuerza mayor, que para tocar poder ha suscrito el sanchismo con el secesionismo periférico (PNV, Bildu, ERC y Junts per Cat). Hablo de la entrega a una doctrina político-cultural (y cultual), de estirpe identitaria, cuyos padres fundadores predicaban el menosprecio, la hostilidad y el resentimiento a los que no compartieran su ideario ni comulgaran con su catequesis. Del etnicista vasco Sabino Arana al filonazi Vicente Risco, teórico del nacionalismo gallego. Por cierto, el único de base no burguesa de la Galeusca, la triple alianza nacionalista. Y quizá por su raíz popular en Galiza no exista un término despectivo para referirse a los foráneos, como ocurre con la expresión ≪maqueto≫ en el País Vasco y ≪charnego≫ en Catalunya.  Sin más circunloquios: no es el nacionalismo el que concede legitimidad democrática a las izquierdas, sino al revés, son estas quienes imparten estatus democrático al nacionalismo.

Paradójicamente estas escaramuzas de poder han surtido efecto en medios anarcosindicalistas, a pesar de su conocida aversión a ese juego trucado de suma cero que supone el hecho institucional auspiciado de arriba abajo. Posiblemente porque la mezcla del principio federativo consustancial a la experiencia libertaria, su asimilado a escala derecho de autodeterminación, y la vocación estatalista que implica el fenómeno nacionalista han configurado en conjunto un escenario donde cada ritual tiene su sacristán. Un avispero alimentado y exacerbado por la tradicional inquina de esa administración kilómetro cero que suele reclutar para su cruzada unitarista a los más rancios poderes, facticos y gubernativos. Atrapados en tamaña cadena de percepciones, a veces se han difuminado los contornos de lo que es la inalienable plena autonomía de un colectivo hermanado por la lengua, la cultura y las costumbres con un proyecto de reserva del derecho de admisión (su endemismo) que busca dotarse de un Estado (su teofanía) para coronarse hegemónicamente reseteando a la sociedad civil. Esa podría ser la mano invisible del nacionalismo, al pretender que lo que es bueno para su escolástica es bueno para la plebe y se debe acatar. Una especie de constructivismo social del tipo vicios privados virtudes públicas, que en parte nace de extrapolar el derecho de autodeterminación del individuo de Kant al más problemático derecho de autodeterminación de los pueblos de Fichte. Al reclamo de aquel Volksgeist que inspirara la formación del espíritu nacional del Estado franquista, sin romper la cuarta pared que separa el mundo real del mundo oficial. El mapa no es el territorio.

La vieja pretensión anarquista de contribuir con el esperanto a un sistema de comunicación verbal de alcance universal era un intento de superación del chovinismo lingüístico, condición necesaria pero no suficiente para forjar la mentalidad nacionalista, que en su entusiasta promoción puede incurrir en el nativismo. Al respecto de la decisiva influencia de una lengua vehicular en la liturgia identitaria, el historiador británico Elie Kedourie señala:

≪Un grupo que habla el mismo idioma es reconocido como una nación, y una nación debería constituir un Estado. No es necesariamente que un grupo de gente que habla cierto idioma pueda pretenden el derecho a preservar cierta lengua, antes bien, tal grupo, que es una nación, cesará de serlo si no se constituye en Estado≫

(Nacionalismo). Y al cifrar en el artefacto Estado el objetivo del nacionalismo estamos aceptando que el nacionalismo no tiene una ideología preexistente, aunque en el siglo XIX gozara de un cierto halo romántico. Excepción hecha del expediente colonialista, el nacionalismo se ubicará en la derecha o en la izquierda según las circunstancias espacio-temporales (patria o matria de un mismo óvulo: univitelinos). En Estados Unidos de América es la derecha populista la que promueve la descentralización contra los poderes federales, como ocurre ahora en la Unión Europea con los partidos euroescépticos (de uno y otro signo). Incluso los ejemplos históricos de nacionalismo promovidos orgullosamente por la Internacional Comunista resultaron atropellados en su praxis. El paradigma figuraba en el artículo 17 de la URSS, que proclamaba: ≪A cada república de la Unión le corresponde el derecho a separarse libremente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas≫, aunque el marxismo calificaba al nacionalismo como un epifenómeno que aparece cuando la burguesía y el modo de producción capitalista están en ascenso, y el mismo Kremlin sofocó por la tremenda los conatos de secesión en sus repúblicas. El propio Pedro Sánchez compagina a la perfección tener como compañero de viaje al nacionalismo rampante y a la vez negar la soberanía del pueblo saharaui entregándole a su enemigo declarado, el reino de Marruecos. El irredentismo de la concordia juega a los dados con los territorios.

La confirmación fáctica de que ese nacionalismo apodíctico no tiene una única adscripción ideológica la encontramos en la actualidad política doméstica, donde distintas y hasta antagónicas opciones del polo soberanista consensuan valores al margen de sus íntimas convicciones. En Euskadi la pinza osmótica la protagonizan el derechista confesional PNV (Jaungoikoa eta lege zaharra, Dios y leyes viejas, es su lema) y la izquierdista radical Blldu, y en Catalunya el muy conservador Junts per Cat y su adversaria Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) (por no hablar de la extrema derecha catalanista, independentista y xenófoba que gobierna en el municipio gironés de Ripoll). Lo sorprendente es que ese ritual del apareamiento entre nacionalismos a la greña se construye gracias a la polarización esgrimida a nivel estatal por la coalición de izquierdas en el poder ≪frente a la agenda reaccionaria de la derecha retrógrada≫. Quizá debido a esa flagrante, clasista y sectaria ley del embudo (lo que es bueno a nivel micro no es de recibo a nivel macro) el gran jurista italiano progresista Luigi Ferrajoli ha sostenido recientemente que ≪la secesión catalana es peor que la del Brexit porque es una secesión de ricos respecto de los pobres≫ (El País, 01/10/2023). Aunque el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, el monologuista, lo llama ≪hacer de la necesidad virtud≫, y desde el bando contrario vulnerar el artículo 14 de la Constitución que garantiza la igualdad de los españoles ≪ante la Ley, sin que puedan prevalecer discriminación alguna≫. Lo que pasa es que, a su vez, la norma suprema reconoce (Disposición Adicional primera de la CE) una desigualdad legal peculiar (derechos históricos de los territorios forales) en autonomías que suelen gozar de un PIB superior al resto (brecha que se refuerza con nuevos acuerdos de parte como la negociada prevalencia de sus convenios autonómicos respecto a los sectoriales en materia laboral).Claro que ante el mostrenco recambio que ofrece el bando de los cayetanos, no resulta extraño que al final muchos sucumban al mejorismo alimenticio imitando aquella amarga reflexión de Larra: ≪Vaya, pues, haciendo nuestro ilustrado gobierno de las suyas, que conforme ellas vayan saliendo nosotros se las iremos alabando≫.

Desde una perspectiva humanista, el nudo gordiano en este siglo XXI no está solo en resolver el conflicto geoestratégico entre fuerzas centrífugas y fuerzas centrípetas (soberanistas ambas), la globalización-cleptocrática y los Estados-nación. La cuestión que decidirá el porvenir radica en positivar valores capaces de evitar que ambas dinámicas cumplan su aciago y excluyente destino manifiesto. Activar un sentimiento de pertenencia del común para frenar la deriva ecocida y acoger como prójimos a los desheredados de la tierra. A las víctimas de la barbarie capitalista y a los que vagan por el mundo sin título de ciudadanía, Estado o Nación (pobres, migrantes, refugiados, exilados, etc.). En suma: elevar a imperativo categórico lo formulado por el cantonalista gaditano Fermín Salvochea conjugando el idioma de la fraternidad: ≪mi patria es el mundo, mi familia la humanidad, mi religión hacer el bien≫.

La apoteosis de la presidencia española en el Unión Europea consistió en un acuerdo final para agravar las condiciones de asilo entre los veintisiete facilitando aún más las deportaciones en caliente. Una medida apartheid a la que el diario El País quitó hierro centrifugando responsabilidades bajo un titular que decía: ≪Las democracias endurecen sus leyes migratorias ante el auge ultra≫. Parafraseando el viejo dicho: si no puedes con tu enemigo xenófobo, únete a él. Pacto macro con secuela micro visibilizada en esa delegación integral de competencias para asuntos de migración suscrita ≪de aquella manera≫ entre el PSOE y Junts per Cat. Con la política de apaciguamiento del pacto Sánchez-Puigdemont, la izquierda en el poder no solo está comprando los votos del nacionalismo reverberante, también está asumiendo sus ideas.

(Nota. Una versión reducida de este texto se ha publicado en el número de febrero de Rojo y Negro)

Un comentario en “El nacionalismo y la cuarta pared

  1. Desconocía que «tejer redes libertarias» sea hacer análisis que podrían suscribir algunos de los habituales tertulianxs televisivos o analistas de prensa escrita. La visión que se tiene en el artículo del los movimientos de liberación nacional y de los partidos que reivindican identidades de pertenencia a territorios, es bastante prejuiciosa. Dentro de lxs militantes de dichas corrientes políticas, no hay una homogeneidad como para generalizar. Esto es como «la caza de brujas», en la que quienes se consideran, por muy confundidxs que estén, anarco-independentistas, son chivxs expiatorixs a los que se denigra. Personalmente intento hacer distinciones entre nacionalistas e independentistas y soy partidario de la autodeterminación de los pueblos. Está de «moda» entre las corrientes más reaccionarias, calificar de supremacistas a cualquiera que se identifique con algún territorio y no todxs lxs que así se sienten, son excluyentes del resto, sino que comprenden que son parte de un mundo de personas con diferentes culturas. De eso hablan lxs zapatistas, grupo en el que hay diversos pueblos que se reúnen y buscan la equidad en el Consejo Nacional Indígena. Y qué decir de lxs compañerxs kurdxs, ¿acaso por querer tener su autogobierno y sentirse diferentes a quienes pretenden exterminarlxs, son supremacistas?
    Esta es una historia muy antigua, la de señalar a lxs demás de lo que palpita en el interior de uno mismo. Por qué juzgar lo que hacen otrxs si apenas disponemos de proyectos transformadores de afinidad anarquista, que nos permitan avanzar en el camino de la revolución… Lxs políticxs deberían de tener nuestro mayor desprecio, no nuestros «análisis» y si tenemos que nombrarlos, que no sea solo para descalificarlos. En la medida de lo posible, no seamos parte que reproduce las propuestas sistémicas y reafirmemos nuestro pensamiento crítico y refractario a este sistema. Promobamos el antiautoritarismo y reconozcamos nuestras necesidades, no las que nos crea el capitalismo. Luchemos por nuestros deseos, no por los que nos acerca el mercado del consumo. Creemos relaciones horizontales que derriben las desigualdades sociales, con el apoyo mutuo y destruyamos ese patriarcado que tan sutilmente llevamos como una segunda piel… Hablemos cada vez menos de ellos y más sobre nosotrxs y nuestros anhelos. Para tejer esas redes de afinidad, es preciso empezar por algún lugar que nos concierna, hablar, hacer, pasar a la acción, encontrarse y sabernos cómplices…

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