¿Donald Trump anarquista?

Simón Royo Hernández

El vocablo anarquismo tiene un sentido positivo y otro negativo, el último remite a la desorganización, el caos, la anomia, cuando no al crimen, terrorismo y pillaje, mientras que el primero remite a la libertad y la igualdad sin jerarquías, imposiciones ni dominaciones, a la cooperación y la ayuda mutua, a la puesta en común de ideas y recursos, además de otros registros.

Hay conceptos ambiguos en ambos lados positivo y negativo del vocabulario convencional al que remite la voz anarquía según se esté en un lado u otro del espectro ideológico.

Los anarquistas clásicos denunciaron el centralismo estatal, sustituto del trono y el altar, que también combatieron, sabiendo y anticipando que el Estado y el Mercado habrían de ser los nuevos amos de miles de millones de esclavos. El anarquismo se convirtió en sinónimo de autogobierno y de rechazo a ser gobernado por otros, de una autonomía entendida como autoorganización en común horizontal frente a la administración de la vida vertical del Estado y del Mercado.

Pero para complicar las cosas, dado que el liberalismo individualista se hizo eco de la autonomía del individuo y derivó hacia la ideología neoliberal que pretende un Estado mínimo compuesto de policía y ejército, para mejor gobierno del mercado capitalista, a ese tipo de vertiente política se la denominó anarcocapitalismo, un oxímoron, esto es, contradicción en los términos, pero con el cual se ha pretendido poner a rentar el anarquismo en la causa del capitalismo.

De ahí que un reciente artículo, entre otros, se haya titulado: «Donal Trump anarquista definitivo1» debido a los dos sentidos de la palabra y a la apropiación indebida del vocablo.  La autora del artículo, especialista en la Grecia antigua, remite a que los antiguos usaron ese vocablo ya en griego para señalar la ausencia de orden y la invasión del caos en la ciudad, olvidándose de que también tuvo el sentido positivo oculto de «ausencia de jefe» como hemos demostrado2, algo que ella entiende como «ausencia de un funcionario adecuado», entendiendo ese «vacío de poder» como algo negativo:  «Si bien la violencia puede ser desencadenada por un cargo vacante o un vacío de poder responsable, es sorprendente que varios autores griegos, desde Esquilo hasta Isócrates, contrastaran la anarquía con la tiranía. Esto significa que anarquía no es simplemente otra palabra para referirse al abuso de poder tiránico o autoritario, o a la conducta anárquica.  Es una condición en la que se ha socavado la base misma del quehacer político3». Al llamar a la insurrección e incumplir sus obligaciones como alto funcionario gobernante, Trump se habría comportado como anarquista, según la autora del artículo. Ella entiende la anarquía en el sentido más peyorativo de esa palabra, como arbitrariedad del tirano y ausencia de toda ley, como socavamiento y destrucción de la democracia.

Por el contrario, podríamos mencionar al filósofo Jaques Rancière para ver cómo se entiende la anarquía como verdadera democracia y en sentido diametralmente contrario al de la autora del artículo mencionado:

«La democracia es el poder de los iguales como iguales. El ejercicio de este poder presupone la existencia de formas de debate y decisión autónomas de las instituciones estatales y capaces de ejercer un control sobre ellas. El sistema electoral es algo muy distinto. Es una máquina de regular la relación entre el poder y la población, cuyo funcionamiento depende del propio poder. (…). <Entonces, ¿no estamos viviendo una crisis de la democracia?>. No hay crisis de la democracia porque no hay democracia real. Hay un sistema bastardo que ni siquiera es representativo, porque el sistema representativo presupone el control de los votantes sobre los representantes electos y los gobiernos que actualmente no existe. Lo que está en crisis es, a lo sumo, la utopía consensual del gobierno gerencial, que cree que se puede gobernar un país del mismo modo que un banco mercantil, pidiendo a la población de vez en cuando que apruebe su balance. El problema es que, al mismo tiempo que se expone a la ruina, destruye las condiciones de una respuesta democrática y deja espacio únicamente a los impulsos de odio4».

Para los anarquistas o anarquizantes, la democracia representativa del Estado socialdemócrata o neoliberal son dos modelos de administración vertical de la vida de los ciudadanos, que en realidad siguen siendo siervos, esclavos y súbditos, antes que ciudadanos. Luego el tendencioso enfrentamiento en la alternancia en el poder de ese bipartidismo no engaña al anarquista o anarquizante, que, si tuviese que contentarse con el mal menor, sin duda se pondría más del lado de los socializantes antes que de los capitalistas, pero no tiene necesidad de optar por el mal menor cuando puede proponer un bien, el bien de la democracia directa en las comunidades anarquistas federadas, libres, autónomas e iguales.

Si Trump puede ser calificado como anarcocapitalista, en definitiva, no es por sus actos contrarios al partido socialdemócrata o sus líos con la justicia, tampoco porque les aparezca a los partidarios de Biden como un gobernante inadecuado e ilegítimo, sino es porque la palabra anarcocapitalismo se ha impuesto socio-mediáticamente para denotar al ultraliberal o ultracapitalista, figura que Trump representa, no ciertamente porque tenga algo que ver con el sentido originario de la palabra, siendo el traer tal cosa a colación un sacar las cosas de contexto y elucubrar anacrónicamente con fines ideológicos y partidistas.

Los neoliberales pusieron en circulación el contradictorio término anarcocapitalista para apropiarse de las tendencias anti-estatales del anarquismo sin recoger ningún otro de sus rasgos definitorios. Combinan éstos el individualismo atomístico económico con una sociedad verticalmente organizada según el dinero que se pueda acaparar, interesándose muy poco o nada por lo social y lo político. Para el capitalista debe ser el mercado, esto es, las grandes corporaciones y los millonarios como Trump, quienes hagan la ley y estamenten la sociedad.

Pero si hay que rechazar el uso del vocablo anarcocapitalismo para los ultraneoliberales es porque resulta un insulto para el anarquismo, cuyo mayor enemigo, antes que los socialistas, son los capitalistas. Nada que ver tiene el ultracapitalismo con el anarquismo. La democracia directa en comunidades igualitarias y libres, la cooperación y ayuda mutua en un modo de organización horizontal y, sobre todo, la comunidad de bienes, el comunismo libertario del anarquismo, todo ello, es lo más opuesto que existe al capitalismo.

En la filosofía contemporánea quizá haya sido Gilles Deleuze uno de los que más ha planteado, con sus ideas sobre el rizoma y el plano de inmanencia, la idea de fondo anarquizante según la cual, en ontología, no existe una jerarquía vertical, sino que todos los seres están en el mismo plano. También por eso y a diferencia de Donald Trump, Deleuze sí que podría ser denominado con propiedad, anarquista.

En la filosofía contemporánea se va abriendo paso un anarquismo ontológico que viene para asentar en mejoradas bases al anarquismo político, de modo que resulta reforzado y actualizado lo que los grandes anarquistas clásicos ya pensaron. La consideración de toda jerarquía y verticalidad como arbitrarias en todos los ordenes y a todos los niveles de emergencia nos lleva igualmente a las antípodas del capitalismo, basado en el egoísmo, la desigualdad y las diferencias de riqueza acumulada a partir de la expropiación originaria. Por el contrario, a los humanos, sean capitalistas o socialistas, nosotros, los anarcántropos, incluso rechazamos considerarnos superiores a los animales y otros seres existentes. Concebimos un ecosistema como una forma de auto-organización en la que no hay ni Dios ni Amo y cuya ayuda mutua imitamos, rechazando toda la retórica de la competencia y la supuesta lucha por la supervivencia, pues la naturaleza misma, si se la deja en paz y no se la deteriora, explota y contamina, se comporta autoorganizándose equilibradamente. No obedecer ni seguir los mandatos de destrucción del planeta que ocasionan el cambio climático implica que la ecología es ya anarquista al tener en cuenta a los otros seres además del humano, sean animales, plantas, ríos o montañas. El capitalismo, con su afán extractivista, mercantilista y aceleracionista, también respecto a la ecología, está en las antípodas del anarquismo y no tiene nada que ver con él.


  1. Why Donald Trump was the ultimate anarchist. By Melissa Lane. The New Statesman, 8 February 2021, updated 08 Sep 2021 7:10am: https://www.newstatesman.com/world/americas/north-america/us/2021/02/why-donald-trump-was-ultimate-anarchist ↩︎
  2. Véase, Simón Royo “El anarquismo en la antigua Grecia”. Revista Redes Libertarias nº0: https://redeslibertarias.com/2024/01/12/el-anarquismo-en-la-antigua-grecia/ ↩︎
  3. Why Donald Trump was the ultimate anarchist. By Melissa Lane, op. cited. ↩︎
  4. Philosophie magazine. Entretien a Jacques Rancière. Jacques Rancière, propos recueillis par Octave Larmagnac-Matheron publié le 19 juin 2024. https://www.philomag.com/articles/jacques-ranciere-il-ny-pas-de-crise-de-la-democratie-parce-quil-ny-pas-de-reelle?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTAAAR14cvnf86CZOjev73WeBhKU_7cSpEmcpA_fKu0enUJk7ES-qLO2z9qmbvY_aem_ciP3sF8IDlaouRxOSSDr6Q ↩︎

2 comentarios en “¿Donald Trump anarquista?

  1. Tus reflexiones sobre Trump son interesantes y acertadas. Eso sí, no creo que tenga sentido «deslegitimar» el uso de la palabra «anarcocapitalismo». Ya el término deja claro que no son anarquistas, pues añaden el substantivo que se aleja de las corrientes dominantes y tradicionales del anarquismo. Incluso en el seno de la gran «familia anarquista» hay diferentes adjetivos que matizan las diferentes corrientes del anarquismo. ¿Era anarquista Stirner? ¿Lo son los anracoprimitivistas? El término lo popularizan en los años sesenta del pasado siglo autores como Nozcik o Murray Rothbard. Y desarrollan las teorías del liberalismo radical de la escuela de austria. Conciden con el anarquismo «tradicional» en estar en contra del Estado, y reducirlo al mínimo.

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  2. Gracias Felix. En la batalla cultural que se lleva a cabo mediante los usos del lenguaje no soy partidario de lo políticamente correcto, sino que creo que también el lenguaje tendría que ser libre. De modo que no eliminaria el uso de «anarcocapitalismo» aunque pudiese, sino que, mostrando su carácter contradictorio y su intención de absorber la potencia del anarquismo, sin recoger ninguno de sus postulados, excepto el de la desaparición del Estado, he pretendido desaconsejar su uso y enfrentar su abuso. «Anarcocapitalismo» no es una corriente del anarquismo como el anarcoprimitivismo o el ciberanarquismo, no es de la familia, sino una trampa.

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