Ignacio C. Soriano Jiménez
Tras asistir a conciertos en que se canta poesía, ver exposiciones, visionar documentales o escuchar conferencias, actividades en las que se va construyendo el relato de la liberación de la mujer en España en los siglos diecinueve y veinte, se tiene la sensación de que ha sido la clase media y alta el sector de población del que han surgido las protagonistas que han hecho posible la incorporación femenina a la sociedad en plano de igualdad.
No desmerecemos el impulso que renovadoras como Pardo Bazán, Colombine o las llamadas Sinsombrero han aportado a ello. Sus actitudes audaces y agudas al oponerse a la sumisión a la que eran condenadas son dignas del respeto hacia todo gesto por la libertad. Aunque, al mirar la historia, se comprueba que ello constituye solo una parte de los esfuerzos por dicha autonomía. Queda por resaltar lo efectuado por las mujeres proletarias –las anónimas– y las sociedades obreras. Pues, ¿quién impidió que las niñas trabajaran de noche?, ¿quién consiguió la hora de lactancia?, ¿quién estableció que la fábrica tuviera la obligación de enseñar a leer y escribir a las muchachas analfabetas que incorporaba? O ¿quién practicaba a manos llenas la solidaridad-sororidad? Conquistas, estas y otras, que atañían a miles de mujeres.

En esquema, puede decirse que, desde el siglo XIX, se establecen dos grandes corrientes en esta dirección liberadora, cada una con sus ríos y arroyos, entrecruzados a veces: la primera, la del feminismo, que pretende la igualdad, es decir, los derechos del varón; la segunda, la de la emancipación de la mujer, que pretende la equidad, la transformación de la sociedad. Sin que sea matemático, en la primera se hallan las mujeres de la burguesía; en la segunda, las proletarias.
Son las sociedades obreras las que primero afirman la igualdad de hombre y mujer –algo que la sociedad no asienta hasta bien entrado el siglo XX– y las que admiten en su seno a las mujeres e, incluso, las animan a que formen secciones propias. El documento orgánico inaugural de La Internacional en España, Reglamento de la Asociación Internacional de Trabajadores, sección central provisional de España en Madrid, aprobado en Junta General extraordinaria de 20 de septiembre de 1869, especifica en su artículo 3 que «Todo individuo de uno ú otro sexo, que goce de buena reputación y viva de su trabajo material, podrá ser admitido á formar parte de esta sociedad». Son las asociaciones de resistencia al capital. Y ello continúa en el tiempo; por ejemplo, en el Reglamento de la Sociedad obrera de Oficios Varios Solidaridad de Villa Carlos – Mahón de octubre de 1901: además de especificar en su artículo 2 que «podrán pertenecer á esta Asociación todos los obreros y obreras», añade una nota final: «Cuando se emplean en la redacción de este Reglamento las palabras socio, asociado y demás equivalentes, se entenderá que lo mismo se refiere á los de un sexo que á los del otro. Todos tienen los mismos derechos y los mismos deberes en esta Asociación».
Contrasta esta receptividad con lo que sucedía en la mayoría de organizaciones oficiales. El grupo anarquista El Productor, tras la publicación en 1892 del texto La mujer en el cristianismo, de Cristóbal Litrán, con prólogo “La mujer ante la ciencia”, de Odón de Buen, ambos republicanos, les recordaba que era el obrerismo libertario el que luchaba por el reconocimiento de la mujer, pues las instituciones en que ellos se desenvolvían no la tomaban como una igual: el sufragio político concedido en 1890 contemplaba solo a los varones –hasta 1931 no será universal–; las universidades no las admitían –no lo harán hasta 1910–; o el Ateneo de Barcelona, por ejemplo, no las aceptaba como socias y les reducía la entrada.
En estas dos corrientes –del feminismo y de la emancipación– se daban otras prácticas diferenciadas, algunas de ellas de calado, como la que se vivía en sectores obreros, especialmente anarquistas, respecto al matrimonio, hacia el que se predicaba el amor libre, expresión que la Iglesia tomaba como arma arrojadiza contra las innovaciones, apoyada por las fuerzas vivas sociales. El amor libre contempla la atracción natural como el elemento básico de unión entre dos personas sobre el que cimentar un proyecto de vida, de ahí que se extendiera el uso de las uniones libres, que no reunían otro requisito que el de anunciar el vínculo a la sociedad obrera y, en su caso, celebrar una velada en la que se pronunciaban discursos, se leían poemas, se cantaba y se comían unas tortillas con tocino. Con ello se rebatía el matrimonio civil y el religioso como sostén de la propiedad privada y, por ende, del capitalismo, y (según analizaba Bakunin) como reflejo de la jerarquía del Estado, con el varón a la cabeza y, debajo, la esposa, criaturas, animales y servicio, si lo hubiera.
Sin desvalorizar, según decimos, las separaciones matrimoniales de la burguesía (que, por el lado de las mujeres, solía acompañar el esfuerzo en una vida apasionante e independiente) en los años ochenta del siglo XIX –el divorcio lo reconocerá la Constitución de 1931–, se da el caso, por ejemplo, de la obrera Encarnación Morantes que (con Agustín González) se presenta en la federación local de Sanlúcar de Barrameda en la sesión del 26 de febrero de 1873 y manifiesta que desea que dicha asociación le ponga a la niña que han tenido, fruto de su amor positivo, el nombre con el que vaya a ser conocida; la asociación acuerda llamarla Europa Anárquica.
Otros nombres de niñas la acompañarán en los años siguientes: Acracia (Deseada o Libre), Alba, Alegría, Amor, Armonía, Aroma, Atea, Aurora (Social), Azucena, Cosmopolita, Electra, Emancipación, Esperanza, Fraternidad, Hermosa, Humanidad, Flora, Ilustración, Justicia, Liberta(d), Luz (del Progreso), Magnolia, Melodía, Naturaleza, Palmira, Paz Universal, Progreso, Redención, Salud, Social, Sofía, Solidaridad, Verdad, Vida, Violeta, etc. Era la entrada al universo emancipador. Francisca de la Aurora Pérez Rendón tal vez sea la obrera que publica en primer lugar un manifiesto dirigido a las compañeras para que se alejen de las preocupaciones religiosas, «en lugar del bautizo la educación, en lugar de religión ser buena madre, buena esposa, hacer todo el bien que podáis y la humanidad será salvada».

Podía hablarse aquí (si dispusiéramos de espacio) de la organización de las campesinas andaluzas, de las tejedoras catalanas, de las modistas madrileñas o de tantas otras, empeñadas en sacudirse el yugo de la explotación en el trabajo y en el domicilio, de sus ansias de instrucción. Como botón, véase la denuncia que hace El Jornalero del modo en que se consideraba a la mujer creadora en el canon literario de la época. Es este un semanario defensor de los intereses del obrero, publicado en Alcoy (Alicante); en el número 20 (1 de febrero de 1890), con el título “Una prueba más”, al hablar de poetas y prosistas, «gente muy celosa de sus privilegios de sexo», señala que se cuidan de que los premios y prebendas sean para ellos. Estos, «sean carlistas, liberales ó republicanos, en este asunto opinan lo mismo»: la mujer, al hogar, sin caer en la cuenta de que si las mujeres manejaran lo público no podrían llevarlo a un estado más lamentable del que está.

Y las ansias de instrucción. Destinadas al semianalfabetismo, logran tomar la pluma en muchos casos y escribir en la prensa obrera desde 1870. Par ello no dudan en recurrir a métodos lancasterianos. El periódico Los Desheredados, de Sabadell, el 28 de julio de 1884 incluye en primera plana el artículo “Las Trabajadoras de Sabadell”, constituidas en Sección Varia anárquico-colectivista, en el que Teresa Claramunt propone la «enseñanza mútua sin gastos ni dilaciones, reducido á que por turno y en las primeras cuatro horas de la mañana de cada día festivo pasan las compañeras de cada calle á la casa de la que estando más instruida dirija a las demás, así en labores como en administración de casa, lectura, escritura, cuentas, etc.».
Consideración aparte merecerían agrupaciones como Mujeres Libres, la cual contaba en los años treinta del siglo XX con más de 20 000 afiliadas, además de publicar una revista homónima en su empeño por culturizar y propiciar el que sus congéneres fueran dueñas de su destino.
Vaya este texto como un pequeño aporte al relato de la emancipación femenina al que nos referíamos, necesitado de incorporar a todas sus componentes, destinadas al fénix.
Burgos, septiembre de 2024
Estupendo artículo de Ignacio Soriano dando luz y reconocimiento a las luchas del movimiento anarquista en pos de las mujeres desde mediados del siglo XIX. Emocionan esos intentos de aquellas mujeres obreras, por formarse y adquirir conciencia y libertad, con esa variedad de nombres que ya apuntaban la sociedad más armoniosa y libertaria por la que luchaban.
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