Manifiesto

Fermín Reyes Alegre

Pintar es mirar el mundo. Pintor es aquel que sabe elegir un punto para la visión, el que se sitúa de tal manera que lo mirado parece nuevo, ofreciéndonos otras posibilidades de mirar lo visto.

El silencio de los corderos

Gabriel Celaya decía que la poesía es un arma cargada de futuro. Eso mismo pienso yo de la pintura, aunque su futuro en este nuevo siglo que nos ha venido encima sea bastante incierto. Soplan malos tiempos para la lírica y también para la plástica.

Inmersos en la era de la cibernética, de la imagen por la imagen, los pintores debemos encontrar nuestro sitio en este nuevo mundo, reubicarnos. Tantos siglos aquí, dándole honestamente a la brocha y no van a venir ahora unos niñatos de Sillicon Valley a darnos un puntapié. Concibo la pintura como un compromiso y, como decía el poeta, hay que meter las manos en ella hasta mancharse. De nada me sirve un estético cuadro si aparte de eso no me inquieta, no me hace pensar. Ha de haber algo en toda pintura, al margen de su belleza, que nos remueva las tripas y las neuronas, y si es necesario, también el corazón. Hay que atender a la forma, pero también al fondo. Su contenido, sus giros, sus sutilezas nos van a descubrir un mundo que nos niega a menudo la belleza más patente. Un cuadro es como un lápiz de madera, si no le sacamos punta de nada nos va a servir. Yo intento ofrecer algunos lápices, encargándose los espectadores de afilarlos con su propio sacapuntas.

Repintando a Sorolla. Óleo basado en un fotomontaje de mi hijo Miguel.

Ese niño que, para mirarnos mejor, tapa con su mano el sol de poniente parece que nos quiere decir algo:
Nuestro mar nuestro
se está llenando de ahogados
pronto emergerán como islas
cuando volvamos a la playa
tendremos que clavar nuestra sombrilla
entre la cabeza de un niño
y el pecho de su madre
porque hay que protegerse del sol
que hace daño
a las pieles delicadas.

Autorretrato

Con la última luz de una tarde de otoño en el pueblo, fumando el que creía que iba a ser mi último porro… luego vinieron otros… soy un chico fácil que no tiene palabra. El autorretrato es un acto onanista, cuando no tienes a quien pintar te pintas a ti mismo, una masturbación en la que en vez de semen derramas óleo.

El guerrero genovés

Carlo Giuliani, el guerrero genovés, nunca da la espalda al enemigo. El campo de batalla está dispuesto, pintado en azules que presagian el rojo. El poder bien pertrechado, como es habitual en él.

Giuliani esgrime en su mano un palo a modo de espada, la camisa de tirantes al aire es su frágil cota de malla, cambia el yelmo de hierro por el de lana, una cinta americana (qué paradoja) de brazalete y un extintor al que antes de lanzarlo, lo acabará extinguiendo.

Desigual lance, valiente guerrero genovés, nunca diste la espalda al enemigo, ni vivo ni asesinado en el asfalto.

La línea de la sangre

La línea de la sangre atravesó de punta a punta la plaza de Cataluña el 18 de julio de 1936. Luego siguió su aciago, devastador recorrido por las calles y las escuelas de Lleida. Agustí Centelles estaba allí. La línea de la sangre recorrió la península durante tres interminables años, de norte a sur, de levante a poniente.

La línea de la sangre no distingue países, nada sabe de fronteras. Tampoco repara en edades, traspasa con la misma fría indiferencia a la niña o al anciano.

La línea de la sangre es roja desde que el hombre es hombre. Los delineantes que la proyectaron siguen siendo los mismos, con distintos collares. Jamás a ellos los atraviesa, pero siempre, siempre se manchan las manos al diseñarla.

Centelles con su Leica la inmortalizó y un servidor, setenta años después, con su pincel la ha pintado.

La Pintura es un arma
La sirena, el sireno, 130 atunes y el pez de colores que nada contracorriente
Miguel Alegre en mayo de 2070, momentos antes de arrancarse el chip de la frente e iniciar así la famosa revuelta de “Los sin chips”

Qué agradecido estoy a la máquina, gracias a una aplicación de móvil puedo pintar ahora a mi hijo octogenario y no tengo que esperarme cincuenta años más aquí, ¡menudo aburrimiento!

Clara tras el abanico

Esta abaniquera salió de las manos del mago Tarín, el carpintero anarcosurrealista. Ha estado años vacía, no encontraba ningún abanico que se mereciera estar dentro de ella. Al final hallé este palmito de la abuela de Paca, una chinería en madera de palosanto. Decidí no exponerlo y a cambio lo he pintado, ahora es un abanico virtual digno de la era de espejismos en la que estamos inmersos. Los ojos no son virtuales, son tres ojos que os miran, el del medio es el tercer ojo, que en realidad es el sexto, su nombre es Ajna Chakra, el chakra de la intuición, de la imaginación y de la creatividad.

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