Al Ladro! Anarchismo e filosofia

El pasado 2 de febrero, Catherine Malabou, filósofa y feminista francesa, presentó en el Centro studi libertari la edición italina – Al ladro! Anarchismo e filosofía, Elèuthera, 2024- de Au voleur!: Anarchisme et philosophie (PUF, 2022). En la presentación del libro le acompañaron Tomás Ibáñez, activista y pensador anarquista, Salvo Vaccaro, filósofo y pensador anarquista, y Donatella Di Cesare, filósofa, ensayista y columnista.

Redes Libertarias os irá ofreciendo semanalmente las distintas intervenciones en la presentación del libro, comenzando, como es lógico, con la intervención de Catherine Malabou, a la que seguirán las intervenciones de Tomás Ibáñez, Salvo Vaccaro y Donatella Di Cesare, que no pudo participar presencialmente en el acto de presentación.

Catherine Malabou, al cuestionar la actitud de algunos de los principales filósofos del siglo XX (Lévinas, Schürmann, Derrida, Foucault, Agamben, Rancière) hacia el anarquismo y afrontar la crisis política que atraviesan las sociedades contemporáneas, encara el desafío de mostrarnos lo que ha permanecido secreto, lo no dicho de la filosofía hacia la anarquía y, al mismo tiempo, compara el anarquismo político actual con los rápidos cambios que han afectado al mundo contemporáneo para extraer de él los recursos conceptuales necesarios para la construcción del anarquismo por venir.

¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía, se publicó en español en 2023 (La Cebra, Palinodia, Kaxilda). Sus editores escribieron sobre la obra:

«¿Por qué algunos de los filósofos más importantes del siglo XX han elaborado conceptos de anarquía indispensables para comprender la situación contemporánea del pensamiento en materia de ética y política, sin nunca, sin embargo, reconocerse como anarquistas, ni movilizar un verdadero pensamiento del anarquismo, ni conseguir tampoco destituir la lógica de gobierno, a pesar de que adoptaban, contra la imposición de los modelos piramidales, el lenguaje geográfico de la superficie, los pliegues y la derrota de las vistas desde arriba? Como si el anarquismo fuera algo inconfesable, que habría que ocultar aún cuando se le roba lo esencial: la crítica de la dominación y de la lógica de gobierno. En ¡Al ladrón! Catherine Malabou explora el concepto de anarquía en la obra de seis grandes filósofos contemporáneos (Reiner Schürmann, Emmanuel Levinas, Jacques Derrida, Michel Foucault, Giorgio Agamben y Jacques Rancière) desbloqueando los elementos para un pensamiento no gobernable, que vaya más allá de un llamado a la desobediencia, o de una crítica convencional del capitalismo. Frente a lo ingobernable, revueltas, protestas, desobediencia civil, un gobierno puede reaccionar de dos maneras. O bien negociar y acaso consentir un cambio de política. O bien reprimir. En ese sentido, lo ingobernable es lo que puede ser ora escuchado, ora dominado.

Lo no gobernable, en cambio, solo puede ser dominado. La única manera de tratarlo es no tratar con él, ya sea ignorándolo activamente u oprimiéndolo, aplastándolo y hasta dándole muerte. Pero gobernarlo es definitivamente imposible porque es la marca de la imposibilidad y el fracaso de todo gobierno». Paralelamente, desde Redes Libertarias os brindamos la ocasión de poder ver la grabación de la presentación del libro, dado que el diálogo con los asistentes complementa a los escritos que os ofrecemos en español.

Catherine Malabou

Catherine Malabou es una filósofa feminista francesa.

Traducción de Álvaro Carvajal Castro

Mi libro ¡Al ladrón! partió de dos constataciones.

Una constatación es política, como punto de partida: vivimos hoy una crisis de la horizontalidad.

Esta crisis de la horizontalidad se debe a la coexistencia, a nivel global, de un anarquismo de hecho y de un anarquismo del despertar. Esta coexistencia hace difícil distinguir rigurosamente entre la resignación y la iniciativa, ya que avanzan en un mismo plano.

Anarquismo de hecho. A día de hoy, el Estado se ha marchitado y no es más que el cascarón que protege a las oligarquías que se reparten el mundo.

No se puede esperar que nada llegue desde arriba. En todas partes, el mundo social se ve condenado a una horizontalidad del abandono.[1] En los países “democráticos”, económicamente privilegiados, el hundimiento del Estado del Bienestar, aunque viene de lejos, sigue dejando sentir indefinidamente sus efectos. Ninguna institución estatal ni ninguna organización parlamentaria común —el funcionamiento de la Unión Europea es un triste ejemplo de ello— pueden responder ante los retos de la pobreza, de las migraciones o de la crisis ecológica y sanitaria más que con irrisorias medidas de emergencia.

Anarquismo del despertar. Esta caída factual del sentido social de la verticalidad se acompaña al mismo tiempo de una toma de conciencia planetaria marcada por el auge de la iniciativa colectiva y la experimentación de coherencias políticas alternativas.[2] En estos últimos años, las estrategias de ocupación, el movimiento de los chalecos amarillos o la creación de ZADs en Francia, por ejemplo, han inscrito en el paisaje político la existencia efectiva de organizaciones y de modos de decisión que se sustentan en la gestión colectiva y autogestionada de una lucha, de un medio, de un territorio o de una estructura. Es evidente que existe una filiación entre el giro altermundialista del anarquismo —que se puede retrotraer a los acontecimientos de Seatle de 1999— y la explosión de experiencias que, si bien no siempre se reivindican abiertamente anarquistas, se desarrollan al margen de los sindicatos y de los partidos. La circulación de la información «se produce, en efecto, de manera más probable por canales que si no compiten con los sindicatos, al menos los atraviesan, a través de formas de horizontalidad que se oponen a la información “en silo” de las organizaciones nacionales […] Esto modifica la relación de interlocución entre las personas y los grupos movilizados y los actores establecidos que pretenden hablar como representación de un colectivo».[3]

La otra constatación es filosófica.

En los años 90 nació un conjunto de posiciones filosóficas agrupadas bajo el paraguas del «post-anarquiso» (véanse, por ejemplo, los trabajos de Todd May o de Saul Newman). Ahora bien, no me parece que esta «filosofía» del anarquismo, a la que también podemos calificar de post-moderna, sea coherente con el anarquismo en sí mismo, como con mucha razón ha recalcado Tomás Ibáñez. El post-anarquismo toma su inspiración de algunos pensadores del siglo XX, ciertamente muy relevantes, pero que nunca se reivindicaron anarquistas, al menos no abiertamente, incluso cuando algunos de ellos pusieron al día un concepto importante de anarquía. Luego volveré sobre esto.

Cuando intentaba pensar estas crisis de manera conjunta, me pregunté si no sería posible examinar 1) la actitud real de los filósofos del siglo XX frente al anarquismo; 2) a partir de esto, de explorar cómo salir de la crisis política de la horizontalidad. Se trataba, en principio, de arrojar luz sobre aquello que se había mantenido en secreto, sin ser dicho, en la actitud de los filósofos frente al anarquismo y de elaborar los recursos conceptuales para un anarquismo por venir. Por otra parte, para salir de la crisis hace falta contraponer el anarquismo político con las realidades contemporáneas, en particular con el desarrollo del libertarianismo, del cyber-anarquismo y de lo que denomino el giro anarquista del capitalismo, que se corresponde con el capitalismo de plataformas, y con la uberización de la vida.

Comienzo por la filosofía. En el libro, elegí centrarme en cinco filósofos: después de un recordatorio sobre el sentido filosófico-político del término arkhè en la Política de Aristóteles, he estudiado los conceptos de anarquismo en Reiner Schürmann, Emmanuel Levinas, Jacques Derrida, Michel Foucault, Giorgio Agamben y Jacques Rancière. De nuevo, todos ellos desarrollaron un concepto importante de anarquía, pero se distinguieron claramente del anarquismo político. Para concretar esa separación, Foucault, por ejemplo, inventó un neologismo, «anarqueología».

El análisis de estas actitudes, que he identificado como síntomas de negación, me ha permitido ver cuál era el punto de desacuerdo que estos filósofos tenían con el anarquismo: se trataba, simplemente, de la idea de que un pueblo pueda vivir sin ser gobernado. Todos rechazan esta idea, incluso cuando critican a los gobiernos representativos, como es el caso de Foucault, Agamben o Rancière. En su obra siempre hay un momento en el que el gobierno se salva.

Como sabemos, el anarquismo se basa en un rechazo fundamental de la dicotomía entre ordenar y obedecer y del principio clásico según el cual aquellos que ordenan no pueden ser también los mismos que obedecen. Es a esto a lo que Proudhon llamaba el «prejuicio gubernamental». Ahora bien, este rechazo se apoya sobre otro: el rechazo a la representación. El análisis del rechazo al «prejuicio gubernamental» me ha conducido a establecer una distinción importante, la distinción entre lo «ingobernable» y lo «no gobernable».

Lo no gobernable no es ingobernable. Lo ingobernable designa a lo que escapa al control, como un vehículo que ya no se puede conducir. En el sentido moral y político, sugiere indisciplina y desobediencia, la negativa a cumplir. Lo ingobernable es y no es lo contrario de lo gobernable. Se resiste y se opone a aquello que se presupone —la prioridad del gobierno. La no gobernabilidad, por su parte, no remite a la idea de indisciplina ni de vagabundeo. Tampoco se refiere a la desobediencia, sino a aquello que, tanto en los individuos como en las comunidades, se mantiene radicalmente ajeno al mando y a la obediencia.

Lo no gobernable no es lo contrario, ni es contradictorio, con la lógica de gobierno. Es otra cosa. Lo otro al (y no del) gobierno. No constituye una crítica al gobierno, sino la marca de su imposibilidad. La crítica anarquista del gobierno no es parcial. No se apoya en la idea de que gobernar está «mal», sino de que es imposible. Esta imposibilidad se inscribe de manera diferente en lo real, como una red de conexiones a la vez ontológicas, psíquicas, prácticas, artísticas y biológicas. Sus paisajes no son aquellos de un estado de naturaleza ni tampoco de un lugar en el que se desencadenan descontroladamente las pasiones. No se reducen tampoco a una categoría de resistencia. Se corresponden con aquellas regiones del ser y de la psique que ningún gobierno puede alcanzar o administrar.

Frente a lo ingobernable, las revueltas, las protestas y la desobediencia civil el gobierno puede reaccionar de dos maneras diferentes. Puede negociar y consentir en que haya un cambio de política. Puede reprimir. En ese sentido, lo ingobernable es aquello que puede ser escuchado o dominado. Lo no gobernable solo puede ser dominado. La única manera de tratarlo no es no tratar con ello, sea ignorándolo activamente, sea oprimiéndolo, sea aplastándolo, incluso matándolo. Pero gobernarlo es definitivamente imposible porque constituye, como decía, la marca de la imposibilidad y del fracaso de todo gobierno.

Lo no gobernable se define entonces como aquello que, en la vida, es ajeno a la disciplina, pero que tiene de todos modos su orden y su organización. Aquello a lo que Foucault llama bios entendido como forma de vida. La vida que toma forma. Es una pena que Foucault no fuera lo suficientemente radical como para afirmar que la forma de vida es fundamentalmente anarquista porque no depende de ningún otro principio que ella misma. Lo demostró (sin decirlo) con el ejemplo de Diógenes y de los cínicos en el seminario El coraje de la verdad —su último seminario, al que llamo su testamento anarquista, aunque es algo que él nunca expresó explícitamente.

Veamos ahora la cuestión del anarquismo político. El giro anarquista del capitalismo se manifiesta en las múltiples maneras en las que el neoliberalismo se apropia de todas las formas de vida y nos hace creer que favorece la libre configuración de todas las formas mediante la uberización generalizada de las existencias y de las conductas. La ilusión de una libertad que consiste en convertirse en manager de uno mismo: esto es a lo que da acceso el cibercapitalismo, que se acompaña, paradojas del libertarianismo, de un autoritarismo político reforzado.

A mi entender, muchos movimientos anarquistas actuales, y pienso también en la Federación Anarquista o en la Alternativa Libertaria en Francia, no reconocen este giro anarquista del capitalismo y reivindican una separación clara entre el anarquismo revolucionario y el cibercapitalismo. Por desgracia, a día de hoy esa frontera se ha erosionado. Muchos anarquistas creen vivir todavía en la época de la guerra civil española. Por otra parte, acusan a mi libro de ser demasiado abstracto, de ser, según he escuchado, «anarquismo intelectual». Existe hoy un rechazo de la filosofía que me parece criminal, y elijo mis palabras con cuidado. El anarquismo es también un pensamiento, no solo una práctica. Separar las dos cosas ha sido siempre absurdo. Es hora de renovar ese pensamiento y de darle al anarquismo nuevas orientaciones.

Para ello, puede ser fructífero, de nuevo, buscar los embriones de nuevas ideas en lo que los filósofos han ocultado y enterrado del anarquismo. La responsabilidad anárquica de Levinas, el anarquismo ontológico de Schürmann, la deconstrucción derridiana, la anarqueología de Foucault, el poder destituyente de Agamben, la igualdad radical de Rancière: todos estos conceptos, reintepretados y radicalizados, nos pueden ayudar a imaginar y poner en marcha la idea de nuevas Comunas.

Creo que es importante también proponer nuevas lecturas de los textos anarquistas. Es lo que estoy haciendo ahora con ¿Qué es la propiedad? de Proudhhon, del que estoy realizando una interpretación libre y muy diferente de aquellas, las tradicionales, que conocemos de memoria.

En definitiva, para resumir y concluir: la urgencia política nos exige identificar y desmontar el rechazo filosófico al anarquismo, identificar y desmontar el rechazo anarquista a la filosofía con el fin de generar un nuevo pacto de horizontalidad y devolver a los modos de vida, individuales y colectivos, su libertad creativa y su plasticidad.


[1] En Francia, hospitales, comisarías, escuelas cerradas, privatización, subcontratación de los servicios postales, generalización de la «flexibilidad» en el trabajo, supresión de estatus, multiplicación de contratos de duración determinada en la función pública, sobre todo en la enseñanza superior, reducción de las plantillas de los ministerios, desigualdad cada vez mayor en el acceso a los cuidados, a la protección judicial, a la educación… son sintomáticos.

[2] Tras los disturbios que siguieron a la muerte de Georges Floyd en Estados Unidos, un colectivo anarquista escribió: «Hoy, los militantes de Black Lives Matter actúan de manera descentralizada, lo que permite que el movimiento se extienda orgánicamente y que nos aseguremos de que no puede ser cooptado por un partido («This is anarchy:  Eight ways the Black Lives matter and Justice for George Floyd Uprisings Reflect Anarchist Ideas in Action», Crimethlnc, 9 Junio 2020).

[3] Karel Yon, « Les grèves et la contestation syndicale sont de plus en plus politiques », Entrevista con Marina Garrisi, RP Dimanche, 9/02/2020.

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